Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Juventud implicada en el cambio

Texto y fotografía María José Benítez

María José Benítez [MICS 17] se licenció en Ciencias Jurídicas y estudió un máster sobre desarrollo de la infancia. Tras su paso por la Universidad, trabaja en la Oficina Regional de la ONU en Panamá.


Ciudad de Panamá [Panamá]. Tras terminar el Máster en Investigación en Ciencias Sociales (MICS) de la Universidad de Navarra, regresé a mi país, El Salvador, para participar en un programa de Responsabilidad Social Empresarial, como directora de un centro para jóvenes de escasos recursos económicos. Llevaba un mes allí cuando, un día, al revisar mi correo, encontré un mensaje en el que me informaban de que había sido seleccionada como especialista de Paz y Seguridad Ciudadana para la Oficina Regional del Programa de Voluntarios ONU para América Latina y el Caribe, en la Ciudad de Panamá.

Me sentía muy feliz por aportar a la educación en mi país, pero la nueva oportunidad me abría el horizonte a toda Latinoamérica. Había trabajado en Naciones Unidas durante seis años, antes de empezar el Máster en Navarra, en el 2016, y, mientras lo estudiaba, había hecho prácticas con Unicef en la Comunidad foral. Al haberme especializado en promoción de la participación juvenil, había visto cómo mi labor profesional cambiaba vidas de personas en El Salvador. Me emocionaba pensar que desde una Oficina Regional podría amplificar mi contribución y demostrar la fortaleza que tenemos los jóvenes latinoamericanos, en esta zona tan afectada por la violencia, los desastres naturales y la inestabilidad política, pero también caracterizada por sus poblaciones trabajadoras, cálidas y llenas de energía.

Me informaron de que desde mi nuevo destino en Panamá podría cooperar al logro de la paz en procesos del Triángulo Norte de Centroamérica [El Salvador, Guatemala y Honduras], Colombia y el Caribe, entre otros países. Eso me ilusionó tanto que rápidamente confirmé mi disponibilidad para viajar. Así que, dos meses después de haber vuelto a mi país, hice de nuevo las maletas, cogí mi guitarra y tomé un vuelo hacia mi nuevo reto. 

Aterricé en el caluroso Panamá a principios de agosto. Ya había visitado su capital, en marzo de 2016, mientras hacía una consultoría para la Oficina Regional de Unicef, cuya sede está ubicada en la Ciudad del Saber, un complejo que reúne muchas oficinas del Sistema de Naciones Unidas, organizaciones de la sociedad civil y del mundo académico. Entonces me había llamado mucho la atención el intercambio cultural y profesional que se daba entre las personas que trabajaban allí. Recuerdo que pensé: «¡Ojalá pueda regresar algún día!». Así que, cuando me vi en el mismo lugar y recordé mi primera estancia, no pude estar más segura de que, con trabajo, los deseos pueden cumplirse. Ahora vivo en una casa pequeña —rodeada de un jardín con flora y fauna tropical: árboles de mango, palmeras, muchos pájaros y roedores medianos llamados ñeques— situada en ese mismo barrio, con una amiga venezolana que también trabaja en Naciones Unidas. 

Mudarse a un país donde no conoces nada ni a nadie implica un gran desafío personal, pero esta tierra, con gente muy diversa y muy interesante, me ha acogido con mucho cariño. Algunos de mis amigos aquí se han preocupado de que tenga experiencias panameñas: durante los Carnavales de febrero, me llevaron a Pedasí, un pueblo donde son muy famosas las comparsas y las carrozas de las Reinas en estas fiestas. Me han abierto sus casas, me han invitado a comer, los niños de las familias que he conocido me llaman «tía»…

No tardé en encontrarme teniendo conversaciones con personas que, a su aún escasa edad, ya habían trabajado no solamente en varios países de la región, sino en muchas ciudades de todo el mundo. He conocido a jóvenes que, desde que finalizaron sus estudios, han facilitado procesos electorales en África, Asia y América; otros, expertos en cambio climático, que habían terminado proyectos en la Antártida y se dirigían a África Oriental; alguno también tenía una trayectoria amplia en Oriente Medio y ahora facilitaba diálogos en América Latina. 

Protagonistas de un mundo mejor

 En nuestra oficina somos cinco personas, provenientes de Italia, Bélgica, Colombia, Panamá y El Salvador. Tenemos experiencias variadas, pero con especial recorrido dentro de Naciones Unidas en diferentes países. Mi labor es promover el voluntariado para la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) en la región, ya que estas diecisiete ambiciosas metas solo se alcanzarán si todos aportamos para hacerlas posibles. Es muy gratificante comprobar cuántos jóvenes se vuelven protagonistas de los procesos de paz y desarrollo en sus países, y cómo las autoridades locales y nacionales les reconocen como elementos vitales en la sostenibilidad de sus proyectos. La Agenda 2030 sitúa al ser humano en el centro, y, por eso, considera a todas las personas como agentes de cambio y catalizadores del desarrollo. 

En América Latina, la mayoría de la población somos jóvenes, y además, somos jóvenes empoderados, preparados y valientes, que pedimos espacios de participación e influencia en las políticas públicas. Desde mi departamento, procuramos garantizar unas condiciones laborales adecuadas para las personas que dedican su tiempo desinteresadamente al servicio del bien común. En ese sentido, apoyamos a los Gobiernos que avanzan en la creación de leyes y presupuestos a favor del voluntariado. Impulsamos que las instituciones inviertan en la formación de los voluntarios y que garanticen que los resultados de su trabajo puedan multiplicarse en más territorios y llegar a más personas. 

En marzo de este año, tuve la oportunidad de conversar con Jayathma Wickramanayake, enviada del secretario general de Naciones Unidas para la Juventud. Hablamos de los desafíos de ir más allá de los informes sobre los jóvenes y coincidimos en que el voluntariado es un medio eficaz para que estos conozcan de primera mano los retos del desarrollo, puedan humanizar su desempeño y aportar con profesionalidad a las sociedades. 

Como parte de mi trabajo he realizado misiones en Colombia y México, donde he aumentado mi red de contactos de jóvenes líderes que se organizan para la implantación de la Agenda 2030 en sus contextos. Desde mi puesto, he podido acompañar también un proyecto de localización del Objetivo de Desarrollo Sostenible 16 (ODS 16), en el que un grupo de jóvenes han desarrollado sistemas de monitoreo de indicadores de la paz en sus comunidades. 

El ODS 16, «Paz, justicia e instituciones fuertes», es el que, personalmente, me parece más importante. Durante mi experiencia laboral he trabajado por la construcción de la paz, y sé que su ausencia limita las libertades individuales y colectivas, hace que se pierdan los ideales y la esperanza, y obstaculiza el desarrollo del ser humano. He sido testigo de historias de personas que desde su infancia han sido víctimas de violencia y odio y que por eso han crecido con muchos miedos e inseguridades.

Esta vida laboral tan interesante la combino con los fines de semana viendo pasar barcos por el canal de Panamá, leyendo en el Casco Viejo o simplemente comiendo marisco en el Causeway de Amador. También he tenido la oportunidad de asistir con mis amigos a algunos eventos culturales; la oferta panameña es muy variada: hay mercaditos de artesanía, conciertos de artistas internacionales, noches de «pintura y vino»... Todas estas vivencias hacen que mi estancia en Panamá sea una experiencia única e inigualable.