Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

«Las familias que sufren nos impulsan a no caer en el desaliento y a seguir luchando»

Texto Ana Eva Fraile García [Com 99] Fotografía Manuel Castells [Com 87] y Oskar Montero

El cáncer es la primera causa de muerte de niños y adolescentes en nuestro país. En el caso del tumor cerebral, el más devastador, no existe por el momento ningún tratamiento curativo. Desde la trinchera de su laboratorio, y a la luz de los primeros ensayos clínicos, Marta Alonso Roldán [Bio 97] perfecciona una nueva arma con la que atacar al enemigo. Su equipo transforma el virus del catarro para que destruya las células enfermas, un proyecto cuya excelencia ha sido reconocida por el Consejo Europeo de Investigación. 


La biología se cruzó en el camino de la navarra Marta Alonso Roldán gracias a una profesora de instituto que la animó a estudiar esta carrera. Licenciada por la Universidad, tras defender su tesis doctoral en la Universidad Pública de Navarra se trasladó al MD Anderson Cancer Center de Houston (EE. UU.). Allí permaneció siete años junto a los doctores Juan Fueyo y Candelaria Gómez-Manzano, con los que continúa colaborando. Una beca Ramón y Cajal la trajo de vuelta a España en 2010. Para ella, investigadora de Tumores Sólidos Pediátricos del Cima y la Clínica Universidad de Navarra, estar al frente de un laboratorio desde el que poder ayudar a los pacientes es un sueño cumplido.

 

¿En qué consiste su investigación?

Desarrollamos nuevas terapias contra tumores sólidos infantiles, sobre todo tumores cerebrales, que son los más letales. Nuestra arma es el virus del catarro. En el laboratorio intentamos modificarlo para que sea capaz de destruir específicamente las células malignas y, al mismo tiempo, logre despertar las defensas del organismo. La idea es que el propio paciente se cure a sí mismo: cuando su sistema inmune reciba la alerta de que algo malo está pasando, enviará refuerzos para atacar al tumor. 

 

¿Por qué resulta ventajosa esta terapia?

Es segura y eficaz. Se tolera muy bien y, en contraposición a la quimioterapia, los adenovirus oncolíticos no presentan casi efectos adversos. Cuando se administran, pueden provocar un poco de fiebre o malestar general, como cualquier vacuna.

 

¿Cuál es el origen de esta estrategia terapéutica?

Hace ya más de un siglo, una persona que padecía leucemia cogió la gripe de manera natural. Los médicos observaron que, a raíz del contagio, su cáncer sanguíneo retrocedió. Aquella fue una de las primeras evidencias de que algunos patógenos pueden combatir el cáncer.

 

¿Cuándo está indicada?

Este tratamiento ha abierto una nueva puerta cuando la quimioterapia y la radiación no funcionan. Son casos muy desgarradores de niños que fallecen en nueve meses. Por este motivo, llevar una esperanza a familias que de otra manera estarían perdidas produce una gran satisfacción. Ahora mismo estamos realizando un ensayo en la Clínica Universidad de Navarra en niños con tumor difuso de tronco encefálico, donde se aplica el adenovirus Delta-24-RGD en combinación con la radioterapia. Buscamos entender cómo los pacientes responden al virus. Con esos datos, volveremos al laboratorio para perfeccionar el tratamiento.


¿Cuántos ensayos clínicos hay en marcha actualmente?

Además del que he mencionado, en la Clínica se encuentran activos otros dos ensayos en adultos: con el virus Delta-2440, para evaluar su seguridad y eficacia (fases I y II, respectivamente); y con el virus Delta-24-RGD, que está a punto de entrar en fase III, a fin de comparar la seguridad y eficacia de la nueva terapia con las del tratamiento de referencia. 

 

¿Transmiten esperanza?

Los datos actuales, aunque modestos, son prometedores. Mientras que la esperanza de vida de adultos que sufren tumores cerebrales es de catorce meses, hemos visto pacientes libres de la enfermedad cinco años después. Para este 15 o 20 por ciento de personas que responden al tratamiento es como si les tocase la lotería. Y lo que nos impulsa es intentar que ese porcentaje se multiplique: que alcance el 30 o el 60 por ciento. Aspiramos a cambiar la vida del mayor número de personas posible.

 

¿Son trasladables las conclusiones sobre el cáncer de adultos al infantil?

Sabemos que estos tumores presentan diferencias con respecto a los de los adultos... y vamos descubriéndolas. En esta línea, los fármacos para adultos no siempre funcionan en niños. Además, algunos estudios muestran que los tumores infantiles son distintos a nivel genético. Sin embargo, hasta ahora se han tratado igual. Por eso es importante facilitar la investigación sobre estos tumores en niños.

 

¿En qué nivel se sitúa la investigación que se genera en nuestro país?

En España hay grandes virólogos. A través de AdenoNet, la red nacional de excelencia en investigación sobre adenovirus, compartimos conocimientos y establecemos sinergias. Los adenovirus son una familia de virus muy comunes que pueden causar resfriados, conjuntivitis o gastroenteritis, pero, una vez modificados, tienen un gran potencial como terapia contra el cáncer. Ramón Alemany, un referente mundial, pertenece a la red. Él desarrolla una terapia como la nuestra, pero enfocada a otro tipo de tumores.

 

¿Llegará la cura de los tumores cerebrales de la mano de la viroterapia?

El primer paper sobre nuestro virus, el Delta-24, lo publicaron en 2001 David T. Curiel y Ramón Alemany. Ocho años más tarde comenzó el primer ensayo clínico en Houston. Se trata de un proceso lento; por eso es pronto para hablar de curación. Nuestra experiencia nos hace pensar que a algunos pacientes les puede funcionar. No sé si llegaremos a ver la cura, pero nos gustaría poder cronificar la enfermedad, congelar de alguna manera su desarrollo.

 

¿En qué año podría ser una realidad este tratamiento?

Resulta difícil pronosticarlo. Entre nuestros referentes se encuentra la primera terapia oncolítica viral aprobada por la FDA [la agencia del Gobierno de EE. UU. responsable de la regulación de medicamentos] el 27 de octubre de 2015: T-VEC. Se trata de una estrategia similar que consiste en un virus del herpes modificado genéticamente para frenar la progresión del cáncer de piel más agresivo: el melanoma. Más de cuatrocientos pacientes participaron en el estudio en fase III para evaluar su eficacia.

 

¿A qué se debe este lento avance de la investigación?

Antes de poner en marcha un ensayo clínico es necesario recabar datos que justifiquen que la aplicación que se propone tiene sentido. Si todo va bien, esta fase cero, en la que construyes el virus y lo caracterizas, puede prolongarse durante cinco años como mínimo. Pero a veces diferentes motivos, como falta de la financiación o los problemas técnicos, provocan retrasos. Por ejemplo, cuando nosotros empezamos no había prácticamente modelos de tumores cerebrales infantiles y hemos dedicado mucho tiempo a obtenerlos.

 

¿Qué otros obstáculos pueden frenar el desarrollo de un proyecto?

Los tumores cerebrales infantiles están considerados una enfermedad rara, y la posibilidad de desarrollar un tratamiento no despierta el interés comercial de las empresas farmacéuticas: como afecta a pocas personas, el volumen de negocio esperable también es mucho menor. Si se lograra demostrar que este virus, además de tener indicaciones para niños, se puede utilizar para otro tipo de tumores, interesaría más.

Lleva quince años investigando, ¿por qué ahora se habla más de esta enfermedad?

Cuando empecé a asistir a los congresos sobre tumores cerebrales congregaban a muy pocos especialistas. Sin embargo, hoy en día, son multitudinarios. Creo que cada vez hay más gente que trabaja en esta área porque se ha visibilizado el problema. Y uno de los principales motores de ese cambio ha sido la implicación de las asociaciones de enfermos y familiares. Con gran esfuerzo están consiguiendo atraer recursos para promover estudios.

 

Es el caso de la Fundación El Sueño de Vicky, que, a finales de 2018, renovó su colaboración con el Cima.

Laura García Marcos es un ejemplo de madre que no ha dejado de luchar. En 2016 perdió a su hija Vicky cuando tenía cuatro años y, tras leer un artículo sobre un ensayo clínico que se había financiado con la aportación de las familias afectadas, entendió cómo podía ayudar: donando a la investigación para salvar vidas. Esta entidad apoya al Cima en la lucha contra el cáncer infantil y ha contribuido con más de 160 000 euros hasta la fecha. Todas las aportaciones que recibimos, grandes y pequeñas, son claves para garantizar una investigación de calidad orientada a curar los tumores pediátricos sólidos.

 

¿Cómo decidió especializarse en tumores infantiles?

Mientras realizaba el posdoc en EE. UU. sobre tumores cerebrales en adultos tomé conciencia de este gran problema. Las becas para investigadores estaban subvencionadas por familias afectadas por el cáncer. En una reunión celebrada en Chicago nos presentaron a nuestros mecenas. Así conocí a Chip y Kathy Rowland, padres de una niña de ocho años a la que habían diagnosticado un meduloblastoma. Quince años después seguimos en contacto. Ellos apostaron por mi proyecto a pesar de no estar relacionado con la enfermedad de su hija, y eso me sensibilizó. El testimonio de estas familias que recaudan dinero para que la gente continúe investigando, sentir su preocupación... también contribuyó a ese despertar. Me pareció un campo muy interesante, sobre todo porque había mucho por hacer.

 

¿Qué supone para el investigador el contacto con las familias?

Las familias viven experiencias traumáticas, y es duro porque a veces solo podemos acompañarles y guiarles en la búsqueda de tratamientos lejos de su casa. Paradójicamente, son ellas las que nos impulsan a que no caigamos en el desaliento y a que continuemos luchando.

 

¿Constituye la financiación una barrera para el progreso?

Para hacer algo relevante necesitas mucho dinero. Si no dispones de un apoyo económico seguro, tu investigación solo reiterará el camino iniciado por otros. Hace dos años me planteé que, si no era capaz de obtener una financiación que me permitiera acometer proyectos ambiciosos, no me compensaba seguir realizando sacrificios personales y familiares. Y justo en ese momento de crisis, a punto de darme por vencida, me concedieron una beca del Departamento de Defensa de Estados Unidos. Investigadores de centros muy prestigiosos optaban a ella y la noticia fue una inyección de moral para todos los miembros del equipo, que ponen aquí dentro muchas ilusiones.

 

Después llegó una beca de “la Caixa” y recientemente una de las concesiones europeas más prestigiosas ha premiado la excelencia de su proyecto.

Desde 2016 se han sucedido una serie de hitos que han hecho que nos afiancemos. En comparación con la cuantía de las ayudas oficiales españolas, que no superan los ochenta mil euros para tres años, la beca americana, dotada con algo más de medio millón de dólares, nos ha brindado un apoyo muy consistente. Después también recibimos una beca de “la Caixa” para cuatro años a través de la Fundación Niños contra el Cáncer. Y, por último, ha llegado la “Consolidator Grant”, otorgada por  el Consejo Europeo de Investigación. No es solo el dinero —dos millones de euros— sino el prestigio que da y las puertas que abre para poder hacer más cosas.

 

En 2013 recibió una de las becas L’Oréal-Unesco «Por las mujeres en la ciencia» y seis años más tarde el laboratorio que dirige late en femenino. 

Los laboratorios de biomedicina están llenos de mujeres. Todavía hay mucho por hacer para llegar a puestos de responsabilidad, pero pienso que nos lo tenemos que proponer y lo conseguiremos. Debemos creer en nosotras mismas, apoyarnos. Según vayamos conquistando puestos más relevantes, serviremos de acicate y de espejo para que otras chicas se animen a seguir una carrera científica. Yo creo en el poder de los referentes. Pero no existe un único modelo (el de mujer agresiva). Debemos ofrecer todo tipo de modelos que representen a las mujeres en general, con sus diferentes maneras de ser.

¿Qué aporta la visión de la mujer a la ciencia?

Aunque también depende del carácter de cada persona, creo que las mujeres escuchamos mejor las opiniones del equipo, favorecemos el intercambio de ideas y promovemos un ambiente de trabajo más comprensivo. Si sumamos nuestra sensibilidad e inteligencia, el mundo se enriquece.

 

Como mentora del programa Women for Science and Technology de la Universidad, ¿qué aconseja a las futuras científicas que se forman en el campus?

Que sigan sus sueños. A mí lo que me ha servido es perseverar en algo en lo que yo creo de verdad. Deben ponerse un objetivo por el que estén dispuestas a luchar, sabiendo que van a tener que hacer sacrificios por el camino. Y unas veces más despacio, otras más rápido; unas veces por los atajos, y otras dando rodeos... tirar siempre hacia adelante.