Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Patxi Mangado: “La arquitectura joven está superando las insustancialidades en las que se había caído"

Texto Chus Cantalapiedra [Com 02] Fotografía Manuel Castells [Com 87]

Ante la crisis actual, el arquitecto navarro Patxi Mangado aconseja convicción, fortaleza y esperanza a quienes se inician en el mercado laboral.


Patxi Mangado [Arq 81] eleva el listón de calidad de la arquitectura, dentro y fuera de nuestras fronteras. En cada proyecto apuesta por la reflexión y la investigación, en contraposición a una arquitectura que en ocasiones se termina tras la inauguración de la obra, y que él mismo define como “fuegos de artificio”. Se exige mucho y lo da todo por una profesión que le apasiona. Quizá por eso dispone de toda una lista de premios y reconocimientos que lo avalan. El último de ellos lo recibió de manos de la Reina de Inglaterra el 6 de febrero en Londres, cuando fue investido miembro honorífico internacional del Royal Institute of British Architects (RIBA). 

¿Se ha visto afectado por la crisis inmobiliaria?

Me mantengo bien con el trabajo que tengo fuera de España, pero también la estoy sufriendo, como todos. Hay una crisis que nos está afectando en términos económicos, pero igual nos está enriqueciendo en términos de pensamiento, y en tiempo para hacer otras cosas. 

¿Cree que esta crisis puede dejar algo positivo para el sector?

Las crisis hay que verlas con perspectiva histórica. Todas dejan cosas positivas si quien las percibe o las sufre es inteligente. Las crisis son buenas: en el fondo significan depurar, significan reflexión. No avanzaríamos sin crisis. Soy profundamente optimista. De la misma manera que hace diez o quince años decía que la arquitectura que estábamos haciendo nos llevaba a una crisis, que había que hacer una arquitectura donde la intensidad, la densidad, el trabajo y el esfuerzo sustituyeran a la apariencia y la frivolidad, y me decían que era un conservador, ahora mismo digo que no es necesario que nos flagelemos tanto, que la crisis está, pero que tenemos una serie de arquitectos jóvenes extraordinarios. Nuestra misma Escuela es un ejemplo de la fortaleza, de la calidad y de la intensidad de los arquitectos jóvenes. No tenemos que acomplejarnos ni amedrentarnos. Podemos hacer una arquitectura intensa, fantástica, bellísima y lanzada. El mayor equívoco es no arriesgarse. 

¿Cómo ve la arquitectura en este momento?

La salud de la arquitectura es extraordinaria en términos de reflexión, de rigor intelectual y de seriedad. Especialmente, la arquitectura joven está superando ampliamente todo aquel mundo repleto de caligrafías e insustancialidades en el que se había caído. Creo que estamos fortaleciendo el discurso y la exigencia en la arquitectura, a pesar de la crisis económica enorme en la que nos vemos envueltos: la fuerza ideológica, los contenidos, el pensamiento y las ganas de servicio están más vivos que nunca. Ahora es el momento de hacer arquitectura. Cuando algunos chicos de bachillerato, que se plantean estudiar la carrera, me vienen a contar que las salidas en arquitectura están mal y me preguntan si compensa, les digo: “Ahora es cuando realmente vamos a ver a la gente que merece la pena, no cuando estábamos de verdad arropados por un mundo de ficción, donde eran más importantes los aspectos puramente profesionales que los aspectos de contenido, los aspectos vinculados a la voluntad de ser arquitecto”.

¿La arquitectura puede considerarse un don?

Nunca me he considerado una persona con el don de ser arquitecto. La arquitectura es algo que se aprende, algo que uno puede estudiar y en lo que uno se ejercita. Se consigue con esfuerzo, con estudio, con intensidad y con creencia, como todo. No creo que los arquitectos tengamos que tener un don. Rechazo eso de una manera categórica, porque es el principio de ver al arquitecto como una especie de ser superior, capaz de imponer sus apetencias arquitectónicas a la sociedad. Eso es una barbaridad que nos ha llevado a desastres como los que hemos visto en los últimos años: edificios que no sirven y cuyo único valor era el espectáculo instantáneo y momentáneo de la inauguración. No han pensado en aquellas categorías fundamentales que tienen que ver con el servicio a la sociedad, a la ciudad, al contexto, o con las categorías disciplinares propias de la arquitectura: el espacio, los aspectos constructivos, los aspectos técnicos o la relación entre medios y fines. 

¿La función del arquitecto tiende más a hacer casas que son obras de arte o casas para vivir?

No está separado. La arquitectura es un arte de servicio y esa es la especificidad de la arquitectura. Cuando me preguntan si prefiero que mis edificios sean bellos o útiles, suelo responder: “Mis edificios son bellos en la medida en que son útiles”. La belleza de la arquitectura lleva implícita la condición de que tiene que ser útil y que tiene que construirse. Sigue siendo absolutamente válida la terna vitruviana de belleza, utilidad y firmeza. La esencia de la arquitectura es ser bella y ser útil, porque no es bella si no es útil y viceversa. No podemos hablar de una belleza absoluta en la arquitectura, es la belleza arquitectónica. Eso es como pedirle a un coche que no tenga ruedas. No sería un coche.

¿Cómo definiría sus obras? 

Están hechas con una voluntad de cierta intensidad, una voluntad de servicio y una voluntad de búsqueda de belleza. No buscan la identidad como expresión de algo independientemente del tiempo, del lugar o de las circunstancias. Son arquitecturas que pretenden una unidad conceptual y de investigación, que tiene que ver, sin ninguna duda, con los aspectos más disciplinares, como la materialidad del proyecto, el contexto o las categorías espaciales… Estamos viendo arquitecturas cuya única preocupación es la identidad en su representación o en su manifestación exterior: al final no dejan de ser un producto del mercado que busca una identidad que se repita, como quien compra una franquicia. Mis obras huyen de eso. En todo caso son arquitecturas esforzadas, que no son fáciles, que pretenden dar un poco más de lo que la sociedad simplemente reclama. 

La directora de orquesta Inma Shara dice que una misma obra interpretada en momentos diferentes comunica cosas distintas, porque depende de cómo se encuentre el director en cada momento y de muchos otros factores.  ¿Ocurre algo parecido con la arquitectura?

Estoy totalmente de acuerdo. Los arquitectos hacemos edificios que en el fondo no son más que escenarios o contextos donde se puede posibilitar una vida agradable, una vida confortable, un trabajo atractivo… En definitiva: donde se puede disfrutar de un espacio, y donde estar bien, que es importante. Esa manera de disfrutarlo depende del usuario, como es natural. Lo que el arquitecto tiene que provocar son contextos donde sea posible el desarrollo individual, donde sean posibles distintas maneras de ser. Por eso es tan bonita la arquitectura, porque tiene algo de magia. Un buen edificio no es aquel que define todo o que obliga a todo, sino el que posibilita el desarrollo de la persona.

¿Algunas de sus obras, incluso después de haber sido premiadas, las habría llevado a cabo de otra manera?

Todas. El tiempo pone a cada uno de esos edificios en su lugar, y enseña lo que era correcto e incorrecto. ¡Claro que las cambiaría! Como no puedo hacerlo, intento aplicar ese aprendizaje a la futura obra. En el fondo es intentar mejorar. Eso es lo que nos mantiene vivos y es fructífero, pero lleva también a un grado de autoexigencia que en mi caso empieza a ser muy destructivo.

Parece que un arquitecto cuando está comenzando tiene mucho que aprender de los grandes, pero cuando uno forma parte de ese elenco de “los grandes”, ¿de quién aprende?

Seguimos aprendiendo y fijándonos en todo aquello que admiramos: lo bueno, lo atractivo, lo intenso… en aquello que más nos interesa de la arquitectura y en aquellos que lo hacen mejor, porque sigue habiendo muchísima gente que lo hace mil veces mejor que uno. La arquitectura se adquiere y se mejora con la experiencia, sobre todo si es una experiencia inteligente. Pero también la arquitectura es un mundo de bombardeos particulares, un mundo de momentos y de personas, que no tiene que ver con la evolución en el tiempo. Admiro muchas veces determinados gestos, decisiones o reflexiones de gente joven, de la misma forma que sigo admirando a arquitectos de mi edad o a arquitectos mayores. El espíritu de aprender hay que mantenerlo siempre hasta el último momento de nuestra vida. Es fundamental. Eso es lo que nos hace realmente jóvenes. 

En alguna ocasión he escuchado que “un arquitecto no es arquitecto hasta que se hace su propia casa…”

No tiene ningún sentido. Hice arquitectura mejor o peor antes de hacer mi casa. Aunque podría decir que no he hecho mi propia casa y, sin embargo, creo que soy arquitecto: tengo una casa que rehabilité a partir de otra, tengo otra casa que hice a partir de unas condiciones estructurales impuestas por unas decisiones urbanas… Es verdad que cuando el arquitecto se enfrenta a su propia casa aprende muchas cuestiones importantes, sobre todo en lo que significa la relación con los demás o el ponerse en la piel del cliente. 

¿Cómo es su casa?

El término confortable es el que mejor se puede aplicar a una casa, a pesar de que ahora mismo no está muy de moda. Decir que una casa es confortable implica muchísimo: que es bella, que está bien orientada, que los espacios están bien dimensionados... Creo que mi casa es confortable. Lo digo con enorme satisfacción 

¿El hecho de ser arquitecto implica que la casa propia esté también en constante cambio?

En continuo cambio no, porque sería un desastre y, económicamente, un disparate. Sí que está en continuo pensamiento, por lo menos en mi caso. Cuando estoy en mi casa pienso si esto lo podía haber hecho de otra manera. La base es la misma, pero la forma de concretarse va variando con el tiempo: no puedo decir que sea el mismo de hace 25 años y, por lo tanto, mi casa también cambiaría; además, tengo hijos mayores, que me plantean requerimientos distintos, que no pensé en su momento.

Si tuviese libertad para elegir un proyecto, y tuviese todos los recursos necesarios para hacerlo, ¿qué construiría?

Haría una capilla, una iglesia o un espacio sacro en general. Me parece extraordinariamente atractivo. Hice una vez un monasterio en Goa (la India), con una iglesia muy bella. Naturalmente, una iglesia adaptada… Al final, no se construyó. 

¿Tiene idea de cómo sería esa iglesia, aunque luego cambiase?

No. Tengo pensamientos con respecto a ella y valores que creo importantes, pero es un tema de enorme complejidad y riqueza en términos de pensamiento arquitectónico. En ellos se liga la luz, el espacio y los sentimientos más puros con una liturgia muy específica, donde la representación y la esencia se manifiestan de una manera clara. Son temas muy presentes y muy importantes siempre en la arquitectura, a los que no me he enfrentado. 

En alguna ocasión ha dicho que su mayor patrimonio son los alumnos…¿Cómo le gustaría que le recordasen cuando salgan de la Escuela?

No me importa la idea que tienen cuando salen de la Escuela. Probablemente piensen que soy un tipo exigente y, a veces, excesivamente radical, incluso con mis creencias de arquitectura. No me interesa que los alumnos estén muy contentos porque haya sido muy bueno y muy comprensivo. Muchas cosas de las que digo no las entienden, y no pretendo que las entiendan ahora. Pretendo que las maneras, las aptitudes y conceptos se queden en su mente, y que dentro de diez o quince años se traduzcan en un ejercicio útil. Esa es la buena docencia.

¿Qué consejo le daría a un alumno que acaba de terminar la carrera?

Convicción, fortaleza y esperanza. Convicción en lo que ha elegido, porque realmente es una carrera de mucho esfuerzo y de enormes compensaciones, que siempre le van a dar el ciento por uno. De esfuerzo, porque sin esfuerzo no conozco ninguna carrera brillante, y ese esfuerzo es fantástico. Y esperanza, porque las crisis pasan y con convicción y esfuerzo uno siempre sale adelante.