Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Siguiendo el vuelo del búho Pueo

Texto Alba Izaskun Rípodas

Entre enero y junio de 2019, Alba Izaskun Rípodas [Bio 16] está trabajando en Hawái para estudiar y proteger al Pueo, como se conoce al búho campestre, y para tratar de paliar los azotes de la historia al equilibrio natural de las islas. 


Honolulu, Hawái. [EE. UU.]. Apasionada de la naturaleza y de los viajes, esta vez mi vocación, que tira de mí como dos caballos desbocados, me llevó a dejar Garde (Navarra), mi pueblo entre montañas, para irme a Hawái. Mi objetivo como científica ambiental es contribuir a la protección del Pueo, un búho campestre (Asio flammeus sandwichensis) que, al igual que numerosas aves propias de este lugar, actualmente se encuentra en peligro en un entorno con un altísimo impacto turístico.

No es la primera ocasión que la aventura llama a mi puerta, pero nunca hasta ahora me había arrastrado a 12 600 kilómetros de casa. Tras acabar la carrera de Biología Ambiental, cursé un máster en biodiversidad y conservación en Edimburgo. Llevaba ya tiempo queriendo salir al extranjero y ¡por fin dejaba mi país para vivir mi propia experiencia! Un año después, me trasladé a Rumanía para hacer prácticas con la organización WWF (World Wildlife Fund) durante tres meses, con objeto de aprender y estudiar la reintroducción del bisonte europeo en el sur de los montes Cárpatos. 

Volví a España en diciembre de 2017, y mis ansias de recorrer mundo me lanzaron a un nuevo destino en la otra punta del globo. En noviembre de 2018 el Gobierno de Navarra me concedió una beca para realizar prácticas durante seis meses en un país extracomunitario y desde Career Services, el servicio de desarrollo profesional de la Universidad, me ayudaron a seleccionar los proyectos que mejor encajaban con mi objetivo: continuar aprendiendo sobre biodiversidad. Finalmente, me decidí por el de Javier Cotín [Bio 05], investigador posdoctoral contratado por el departamento de Recursos Naturales y gestión Ambiental de la Universidad de Hawái en Manoa. 

Al cabo de treinta horas de avión, en las que sobrevolé Escocia —tierra de buenos recuerdos—, el sur de Islandia, la increíble Groenlandia, la costa este de Canadá, el mapa de EE. UU. de noreste a suroeste y medio océano Pacífico, aterricé en la capital, Honolulu. El alojamiento aquí es muy caro, pero Christy Martin, investigadora que trabaja en otro departamento de Manoa y que vino a recogerme al aeropuerto, me ha alquilado un apartamento con cocina, baño y habitación para mí sola a un precio razonable!

 

Aprender de los errores del pasado

 Para entender mi cometido aquí es preciso tomar conciencia de que las especies introducidas en Hawái han generado un auténtico problema de conservación de la naturaleza: actualmente menos del 5 por ciento de las especies de aves específicas de Hawái sobrevive en lugares remotos de las montañas.

Cuando los polinesios pisaron por primera vez este paraíso en el siglo IV, trajeron consigo diversos animales como cerdos y ratas. Estos roedores invadieron las islas y se alimentaron de los huevos de numerosas especies de aves endémicas. Con la llegada de los europeos en torno a 1900, a este primer error humano siguió otro: utilizar mangostas jamaicanas para exterminar la plaga empeoró la situación debido a que las ratas son nocturnas y las mangostas diurnas. El tercer fallo fue la introducción, entre 1958 y 1963, de la lechuza común. Se trata de una especie nocturna que representa una doble amenaza, pues además de estar acabando con los huevos y los ejemplares adultos de muchas aves marinas, compite con el búho campestre hawaiano o Pueo. Además, mascotas de los lugareños que terminaron siendo salvajes, entre ellas gatos, depredaron sobre las aves autóctonas. A estos factores se suma que el ser humano introdujera aves exóticas procedentes de otras latitudes y que esos nuevos animales acarrearan en sí mismos insectos como, por ejemplo, mosquitos portadores de malaria.

Hay mucho que aprender, por tanto, de la historia natural de este país para no repetir los errores del pasado, lo que supone una motivación extra para una científica ambiental. Además, el Pueo es una especie silvestre considerada por la cultura polinesia ‘aumakua o reencarnación de sus ancestros. Ese carácter sagrado hace que los hawaianos muestren un especial interés por conservarlo y que nuestro trabajo se vea doblemente recompensado.

El equipo que encabeza la Dra. Melissa Price lo completan dos alumnos del Master of Science in Natural Resources and Environmental Management: Chad Wilhite (California), de 25 años, y Laura Luther (Washington), de 27. Juntos nos dedicamos a estudiar los movimientos del búho entre las islas, a describir la localización de sus nidos, así como a observar la relación entre su alimentación y el uso del entorno. De momento, hemos conseguido capturar tres ejemplares y poner un radiotransmisor a dos, lo que nos permite rastrear sus movimientos. Estas aves son difíciles de atrapar y más aún lo es conseguir que no se desprendan del radiotransmisor: al poder girar la cabeza hasta 270 grados, lo picotean y fácilmente se deshacen de él. 

 

Vivir en el paraíso

 Para alguien como yo, que siempre ha vivido rodeada de montañas y nieve en el Pirineo navarro, el día a día en la isla de la eterna primavera, con una temperatura media entre los 23 y los 27 ºC, significa un cambio al menos interesante. No soy una persona de tierras cálidas, ni amante de la humedad, pero considero un auténtico placer tumbarme, algunos días, después del trabajo, en la arena. Honolulu es la ciudad más visitada de Hawái. Si una palabra la define es turismo. Hay gente por todas partes, sobre todo en su playa principal, Waikiki, repleta de eternos rascacielos convertidos en hoteles. Sin embargo, si te alejas un poco del núcleo urbano, puedes planear excursiones a las montañas y disfrutar de la verdadera naturaleza. Además de practicar snorkel, para ver peces de colores y tamaños diferentes, la observación de ballenas jorobadas y aves marinas es otro de mis hobbies favoritos.

El espíritu aloha se mantiene muy vivo entre la población de estas islas y pronto se contagia a sus visitantes. La amabilidad, la tranquilidad, la relajación y los preciosos atardeceres son algo que difícilmente se olvida de este lugar. A pesar de que Hawái es un destino paradisiaco en el otro lado de la balanza pondría las horas interminables que pasamos en atascos de tráfico y el hecho de que la comida sea excesivamente cara: cuesta encontrar un producto por menos de cinco dólares (4,41 euros). 

No voy a decir que dejar a mi familia, a mi novio y a mis amigos a 12 600 kilómetros de distancia resulta fácil. Intentar hablar con ellos por teléfono, con doce horas de diferencia, tampoco lo es. Sin embargo, perseguir tus sueños y ver que no solo se cumplen sino que además todo tu entorno te apoya te llena de fuerza para dar ocho vueltas más al mundo si fuese necesario. Soy consciente de que jamás habría llegado hasta aquí sin su respaldo. Tenía experiencia en empezar yo sola una nueva vida en otros países, aunque me había empezado a  acostumbrar a sentir de cerca el calor de las personas a las que quiero. No obstante, la llamada de mi vocación fue más poderosa. Además, como dicen mis amigos, Garde siempre estará esperándome, pero oportunidades de este tipo solo se presentan una vez.