Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 718

Un sueño vivido en la NASA

Texto y fotografía Iker Liceaga Indart

Iker Liceaga Indart [Ing 15 MII 17] se mudó a comienzos de año a Washington D. C. para participar en la construcción de un satélite que se encargará de observar el Sol.


Washington D. C. [EE. UU.]. La capital de los Estados Unidos: ese lugar que tantas veces hemos visto en películas de Hollywood. Una ciudad donde se concentran los poderes políticos y económicos más importantes de la nación. Y el lugar donde vivo desde hace once meses.

Esta historia empezó a principios del 2017: había terminado Ingeniería en Tecnologías Industriales en Tecnun en 2015 y me encontraba en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (Boston) realizando mi Proyecto Final de Máster. Me acababan de conceder una beca de la Obra Social la Caixa para hacer una estancia de posgrado en EE. UU., y aún me hallaba en un mar de dudas sobre cuál sería mi destino.

Fue entonces cuando una idea me cruzó por la cabeza: intentar hacer mi estancia en la NASA. Se trató de una visión providencial, ya que, dentro de todas mis inquietudes sobre cómo orientaría mi carrera, surgió la certeza de que ese sería un buen camino. Descubrí que, en el amplio campo de la ingeniería, el mundo de la exploración espacial podría convertirse en mi pasión, algo que aún no había encontrado. Así que no me lo pensé dos veces, y me puse manos a la obra. Lo estuve intentando por muchas vías durante varios meses, sin éxito. Pero finalmente, en septiembre se me abrió una puerta por la que siempre estaré agradecido. 

Gracias a la labor de ECUSA (Españoles Científicos en USA), a su programa Fostering Docs, y en especial a Teresa Nieves (cofundadora de ECUSA y mi mentora en el programa), con su eterno apoyo y compromiso con el talento científico español, accedí a la oportunidad de trabajar para el Centro de Vuelo Espacial Goddard de la NASA, afiliado a la Universidad Católica de América. Mi labor consistiría en ejercer de ingeniero mecánico en misiones satelitales, dentro de la División de Heliofísica. La idea me entusiasmaba y, cargado de infinita ilusión, recalé en Washington D. C. el 14 de octubre de 2017.

Llegar al trabajo el primer día me impuso mucho respeto, por el aura que rodea a la institución. Sin embargo, al conocer a mi supervisora y a mis compañeros, me llevé una más que grata sorpresa: descubrí que la NASA la forman profesionales del máximo nivel, pero que al mismo tiempo  muestran una cercanía, una amabilidad y un espíritu de equipo envidiables. Me sentí muy cómodo desde el principio, con responsabilidad en proyectos atractivos, aprendiendo sobre un campo que me entusiasma y viendo que todas las piezas encajaban. Desde entonces ha pasado casi un año, en el que con mi trabajo, he querido corresponder a la confianza depositada en mí por esta gran familia. 

El día a día en la NASA es intenso. Aunque los horarios son flexibles, normalmente estoy allí entre las 9 de la mañana y las 5:30 o 6 de la tarde, salvo en momentos en que los plazos aprietan. Habitualmente se dedica poco tiempo para comer, con tal de minimizar la interrupción de la jornada. Las reuniones se suceden constantemente, pues en cualquier satélite se ven involucradas muchas disciplinas. Así, uno se puede encontrar hablando de órbitas y vehículos de lanzamiento un día, para pasar a comunicaciones de larga distancia o propulsión espacial al siguiente. La capacidad de trabajar en equipo se valora al mismo nivel que las capacidades técnicas, ya que todas las ramas de conocimiento deben encajar a la perfección para que la misión funcione. 

Toda mi actividad se desarrolla dentro de NASA Goddard: un complejo semejante a una pequeña ciudad, con soporte para alrededor de diez mil empleados. Tiene numerosas cafeterías, banco propio, gimnasio, biblioteca e incluso servicio de guardería. Parte de mi rutina consiste en hacer diseño de piezas por ordenador, comunicándome con el resto de los ingenieros para asegurarnos de que todo se va acoplando en el satélite. También me encargo de la fabricación de las piezas, lo que incluye pedidos y recepción de materiales, coordinación con los talleres de mecanizado y ensamblado para el posterior lanzamiento. 

Las instalaciones de ensamblado con las que cuenta el centro son impresionantes, particularmente las de proyectos de gran calibre. Suelen ser denominadas «salas limpias», porque el ambiente está controlado para que ningún tipo de suciedad contamine los equipos. Se trabaja totalmente cubierto con un traje especial y existen estrictos procedimientos para entrar y salir sin arrastrar suciedad. También hay cámaras de vacío, hornos de alta temperatura e incluso una gran centrifugadora para testear los satélites en condiciones de vuelo. El mes pasado tuve la gran suerte de darme un paseo por el conjunto de las instalaciones, acompañando a un grupo de estudiantes a quienes se les organizó la visita. ¡Estar tan cerca de los satélites que pronto ampliarán las fronteras de nuestro universo es una sensación única!

 

El país y la ciudad de las oportunidades

 Es difícil irse a vivir a una ciudad nueva, en un país distinto, y empezar desde cero. Eché de menos a familia y amigos, sobre todo al principio, cuando no conocía a mucha gente. Culturalmente, Estados Unidos es muy distinto a Europa, por lo que adaptarse requiere cierto esfuerzo. Pero viendo el lado positivo, esto también forma parte de la aventura y el aprendizaje: le obliga a uno a apreciar otros modos de vida distintos al nuestro y descubre valores fuera de nuestros hábitos y fronteras. 

Vivo cerca del trabajo y durante la semana me resulta complicado acercarme al centro de la ciudad. El tráfico suele ser denso y se tarda como mínimo una hora  en llegar. Por eso, suelo limitarme a hacer deporte por las tardes y dejo libre el fin de semana para salir y explorar la ciudad. Al ser Washington un destino de estancias profesionales cortas en numerosos casos, mucha gente aprovecha al máximo su tiempo para viajar a ciudades cercanas, plan al que también me he unido más de una vez. 

Washington D. C. ofrece oportunidades infinitas, con museos espectaculares como el de Aire y Espacio, que, además, son gratis. Es fantástica la sensación de pasear junto a la Casa Blanca y el Monumento a Lincoln o hacer una visita al Congreso y sus cámaras cargadas de historia. Por los numerosos bares y restaurantes se respira un ambiente internacional, con mucha gente —incluidos españoles— que trabajan en entidades como el Banco Mundial o el Banco Interamericano de Desarrollo. También se mueven por aquí muchos jóvenes , ya que muy cerca del centro hay universidades como Georgetown o la Universidad Católica de América.

Para el que quiera viajar, Washington está muy bien situada. Por 50 dólares se puede conseguir un autobús de ida y vuelta a Nueva York, que queda a unas cinco horas. Tampoco resulta disparatado visitar destinos como Boston, Filadelfia o cualquier otra ciudad de la costa este. 

Me despido animando a considerar una carrera en Estados Unidos y a visitar esta gran ciudad: Washington. Por mi parte, con toda la fuerza e ilusión que pueda reunir, seguiré escribiendo capítulos de una historia de la que me siento muy afortunado de formar parte. Los próximos años serán cruciales para la exploración espacial, con objetivos que nos prometen avanzar en el conocimiento de nuestro entorno, aún tan desconocido. Con tenacidad y perseverancia, seguiremos ampliando nuestras fronteras en él, hasta límites todavía inimaginables.