Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Cristina Pato: «El talento es una responsabilidad social»

Texto María Isabel Solana [Com 04, Máster en Investigación en Comunicación 15] / Fotografía Manuel Castells [Com 87]

The Wall Street Journal la considera «uno de los maestros vivos de la gaita» y el New York Times la calificó una vez como «una virtuosa explosión de energía». Pero la gaitera, pianista y compositora gallega Cristina Pato no solo enamora como intérprete a los principales escenarios de toda Europa, Estados Unidos, la India, África y China. También colabora de forma estable en proyectos académicos innovadores en universidades como Harvard, en los que el arte derriba muros y se convierte en el lenguaje que sustenta el diálogo entre distintos campos del conocimiento. 


¿Qué significa ser un «artista sostenible»?
De acuerdo con mi experiencia, es aquel capaz de transferir los talentos y habilidades que cualquier músico desarrolla de manera natural —colaboración, flexibilidad, innovación, imaginación— a otros campos que le ayudan a sostenerse económicamente. Esto es especialmente importante cuando te dedicas a algo que no existe, cuando haces tu propio camino. Vivir profesionalmente de la gaita durante dieciocho años me ha supuesto todo un reto: las opciones no estaban claras desde el principio, he ido creándolas poco a poco trasladando a otras disciplinas la pasión por mi instrumento.

¿Cómo ha logrado triunfar globalmente con una propuesta tan arraigada en lo local?
Da igual la profesión que ejerzas: tus raíces van contigo y marcan lo que haces. En el caso de la música, hay un componente muy fuerte en los instrumentos tradicionales, el sonido a tierra. Se trata de una cuestión de identidad cultural, algo que nos relaciona a todos; da igual que estés en Angola, la India o EE. UU. El hecho de hacer algo auténtico, relacionado con la historia de una comunidad, en el fondo supone una vía comercial muy interesante porque hablas de todo lo que va alrededor de una expresión nacional o cultural. Al tocar un instrumento en el que tu origen ya está implícito, como la gaita gallega, a continuación surge una serie de preguntas sobre la historia de tu tierra, dónde se sitúa en el mapa, cómo se define su sociedad… Te llevo mis raíces y te explico por qué son importantes. 

¿Cómo reciben en países tan distintos como China o Estados Unidos un instrumento con un sonido tan peculiar?
La gaita, como tantos instrumentos tradicionales, presenta una voz muy específica, tiene una fuerza natural. Aparte de este componente exótico, trato de sacarle partido y adaptarme con ella a cualquier situación, para lo que me ha ayudado muchísimo el haberme formado en diferentes lenguajes musicales. Por ejemplo, en Estados Unidos hice una inmersión completa en el jazz porque vi que había posibilidad de incluir la gaita en ese lenguaje. Tomé clases, trabajé con músicos… Y en China he tocado recientemente con un grupo de rock. Al igual que con los idiomas, es más fácil entenderte con otros cuando hablas su lengua.

Junto con una carrera musical de éxito mantiene una relación académica estable con universidades de prestigio. ¿Qué le llevó a iniciarse en este mundo, aparentemente tan diferente del artístico?
Mis padres, por la generación a la que pertenecían, no pudieron tener formación, y por eso era tan importante para ellos dar a sus hijas una educación académica sólida. Cuando con dieciocho años saqué mi primer disco en solitario, mi madre me obligó a continuar mis estudios y a hacer un máster. Para ella, que yo me doctorase suponía de alguna manera la culminación de su labor como madre. En aquel momento yo no entendía por qué era tan importante, pero ahora sí. No hay tantos músicos —sobre todo tradicionales— que puedan hablar los dos lenguajes: emocionar a la gente con un instrumento y convencer a instituciones académicas del valor que la música puede tener para ellas. En cualquier caso, como decía, el camino que he seguido no existía: si hace dieciocho años me hubieran dicho que iba a impartir un curso de verano en Harvard con mi gaita, me habría muerto de risa. 

Ahora más que nunca está encima de la mesa el debate sobre la fuga de cerebros. Usted, que ha recorrido tanto mundo, ¿piensa que es inevitable marcharse para triunfar?
Creo que no. En mi caso, cuando me fui aún estaba en un momento alto de mi carrera en España y todavía no había aterrizado la crisis. No me marché con una visión de mercado: es más, hubiera resultado un poco estúpido hacerlo porque toco un instrumento que a priori no tiene mercado allí, aunque ahora haga lo posible para encontrarlo. Por un lado, irme a Estados Unidos era el fruto de un sueño de juventud truncado y gracias a Dios mi primer disco funcionó muy bien y tuve que cumplir con las obligaciones contractuales de aquel momento—. Después de cinco años dando una media de cien conciertos al año me fui por primera vez y, tras varios viajes de ida y vuelta, en 2004 obtuve una beca de la Fundación Barrié de la Maza para hacer el doctorado en Musical Arts in Collaborative Piano en la Rutgers University. Esto me permitió parar mi carrera profesional para dedicarme a reflexionar, estudiar, pensar y escribir. Mi idea era estar allí tres años y después continuar con mi vida en España, pero tuve la suerte de conocer a Yo-Yo Ma, mi mentor EE. UU., y me quedé.

Precisamente, una de las iniciativas más importantes en las que colabora es el Silk Road Project, fundado por Yo-Yo Ma y asociado con la Universidad de Harvard. ¿Adónde pretenden llegar con este proyecto?
Yo-Yo Ma supone toda una institución en EE. UU.: es un violonchelista de prestigio mundial con un gran calado social —aparece hasta en capítulos de Los Simpson y de Barrio Sésamo— y tiene un compromiso enorme con las nuevas generaciones. Él me enseñó que el talento es una responsabilidad, que con la capacidad de emocionar con tu instrumento puedes aportar soluciones a los problemas de tu sociedad. Con el Silk Road Project empecé a ver todas las posibilidades que hay en ese sentido. En nuestros conciertos puedes ver tocar juntos a un israelí, un persa, un sirio, un chino… En el escenario se da una metáfora del entendimiento entre las culturas. 

¿Este entendimiento también se puede aplicar al diálogo entre los campos del saber?
Yo-Yo Ma decidió que el proyecto tenía que estar en residencia en una universidad como la de Harvard y que nuestro rol no era trabajar en el departamento de Música, sino conectar departamentos a través de las artes. Hemos desarrollado programas como «The Arts and Passion-Driven Learning», para integrar las artes en la educación, u otro para emprendedores culturales, en el que ponemos en contacto a la Escuela de Negocios con la Facultad de Humanidades. A raíz de esta experiencia vi que todas las instituciones tienen ese problema de comunicación entre los distintos campos del conocimiento y que podía ser interesante crear programas similares en otro centros para fomentar la colaboración entre departamentos. Ahí surgió mi trabajo con The College of the Holy Cross en Massachussets con el tema «Time, Memory and Identity». 

 

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