Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Formación universitaria y talento artístico crecen juntos

Texto Ignacio Villameriel [Com 07] Fotografía Manuel Castells [Com 87]

La Orquesta Sinfónica Universidad de Navarra culmina su primer año de vida y prepara audiciones para afrontar una nueva etapa.


Corren malos tiempos para la lírica, sostenía el título de un poema del dramaturgo y poeta alemán Bertold Brecht. Sin embargo, corren buenos tiempos para la música. Al menos lo son en esta alma mater, donde hace un año echó a andar la Orquesta Sinfónica Universidad de Navarra, con el objetivo de convertirse en un nuevo distintivo cultural de la institución. «¿Por qué no intentamos comenzar algo parecido a lo que hay en las grandes universidades norteamericanas y europeas, que tienen sólidas orquestas sinfónicas?», se preguntaron hace poco más de un año el actual director de la Orquesta, Borja Quintas, y el responsable del Campus Creativo de la Universidad, Carlos Bernar. Dicho y hecho. Las conversaciones para su puesta en marcha cristalizaron: el primer ensayo se produjo en enero, y el 17 de abril la Orquesta ofreció su concierto de estreno. «Un milagro», subraya el director. 

Borja Quintas y Carlos Bernar se conocieron en el Museo de la Universidad cuando el músico grababa allí un disco con la Orquesta Sinfónica de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) y el Orfeón Donostiarra. «Carlos vio nuestra dinámica de trabajo y pensó que algunos espacios del Museo son idóneos para hacer algo parecido». Y ese fue el origen.

Uno de los aspectos de este proyecto que más atrajo a Quintas fue que surgía casi desde cero, con el único precedente de un grupo instrumental más reducido formado unos años antes en la Universidad. «No nacen orquestas todos los días, y si esta agrupación dura décadas, los siguientes directores que lleguen tomarán nuestro legado», sostiene el músico, que ha sido invitado a dirigir algunas de las formaciones más importantes del mundo, como la London Symphony Orchestra, entre otras. 

Para el director madrileño las expectativas de la Orquesta Sinfónica Universidad de Navarra se han cumplido en su primer año de existencia, «teniendo en cuenta que, aunque Pamplona posee una larga tradición artística, no es una ciudad grande y que, en general, conseguir una buena plantilla de músicos no se suele lograr en tres meses». 

El director destaca la entrega y disciplina de los alumnos y el ambiente de trabajo que se ha creado. «Ahora queda completar las secciones, en especial la de cuerda, de manera que podamos abarcar repertorios más ambiciosos», explica. Y, a partir de ahí, continuar creciendo poco a poco. Con el comienzo de curso, ya son cuarenta y nueve los integrantes de la orquesta. Su reto a medio plazo es llegar a colaborar con otras disciplinas, como la danza o la lírica. «En definitiva, que los estudiantes que pasen por esta orquesta tengan unas experiencias artísticas lo más variadas posibles». Y, en ese punto, destaca el interesante encuentro entre los alumnos que se produce en esta agrupación. «Aunque estén en el mismo campus, a veces no es fácil que uno de Periodismo se relacione con otro de Medicina, pero aquí tenemos personas de todas las facultades embarcadas en un proyecto común, y eso es muy bonito e ilusionante». 

Una idea estaba clara desde el primer momento: la calidad. Sin ella, era mejor que la futura orquesta no existiera. «Tras un curso de trabajo, pensamos que se ha cumplido con creces», valora Quintas. Una de las marcas que distinguen la iniciativa es que los alumnos tienen la oportunidad de realizar algunos ensayos por secciones con profesores especialistas: «Primeras figuras a nivel nacional que aportan un toque extra de calidad a los chicos». Quizá por eso, el día del concierto, cuyo programa consistió en la suite Carmen, de Bizet, y el Bolero de Ravel, el balance fue muy positivo. «Hacer música en directo es estar expuesto a que haya algún desajuste, pero no podrían pasar cosas buenas si no ocurriesen otras malas», sostiene Quintas, que se muestra muy satisfecho de haber logrado entre todos un alto nivel con solo tres meses de ensayos.

Ahora queda por ver dónde está el techo de esta orquesta. El director cree que tiene un buen panorama delante, «sobre todo porque veo mucho potencial entre los músicos». Y concluye con un ejemplo gráfico para animar a los indecisos a tomar parte en las nuevas audiciones en el futuro. «De la misma manera que un médico necesita hacer deporte, también requiere tener una experiencia artística profunda; pensamos que esta orquesta puede ayudar a los estudiantes a ser profesionales más sensibles, más humanos, y, en definitiva, mejores personas». 

 

«Un soplo de aire fresco en la rutina» 

Antonio Sierra tiene 19 años y ha empezado 3.º de Medicina en la Universidad. Su formación musical arrancó cuando tenía solo un año y medio. Sus padres, ambos violinistas, le encaminaron en ese preciado instrumento. Llegó incluso a comenzar las enseñanzas superiores de Música, pero las dejó cuando se trasladó a Pamplona para estudiar la carrera. 

Sin embargo, durante su primer año de Medicina formó parte de una pequeña agrupación que había en la Universidad dirigida por Ekhi Ocaña. «Procurábamos mimarla todas las semanas de una manera casi familiar, pero en el curso 2017-18 el grupo se metamorfoseó en esta nueva Orquesta Sinfónica, que es un proyecto más profesional». 

Este primer año, los ensayos se celebraron los lunes del segundo semestre, de seis a nueve de la tarde. «Lo bueno de ser una orquesta universitaria es que se renueva con los alumnos que van entrando a realizar sus estudios», destaca Antonio, que describe esta experiencia como «excepcional» porque le ha dado la oportunidad de ser concertino, de interpretar algunos solos. Además, como estudiante del área de Ciencias, considera fundamental tener una afición alejada de sus estudios principales: «Es como un soplo de aire fresco en la rutina». 

Antonio ya conocía al actual director de la agrupación, puesto que Quintas le había dirigido previamente en la Orquesta de la JMJ Madrid 2011, cuando tenía quince años, «así que ya podía imaginar lo mucho que Borja podía aportar a una orquesta universitaria». 

El estudiante zaragozano se muestra «agradecido» por tener una excusa para seguir tocando el violín e ir recuperando el nivel que alcanzó cuando estudiaba en el conservatorio de su ciudad. Por otra parte, «somos variados, y eso nos hace aprender unos de otros. El grupo enriquece a cada persona y cada persona enriquece al grupo», valora el futuro médico, y asegura que son muchas las veces en las que algún profesor de la carrera ha comparado la práctica de la medicina con una orquesta. «Ya sea al salir al escenario o a la hora de ayudar al paciente, debemos saber dar la nota adecuada». Antonio siente esta orquesta como algo suyo: «La veo como un proyecto de continuidad de la anterior orquesta y de responsabilidad con la Universidad de Navarra, a la que quiero aportar lo que yo sé hacer con mi violín». 

 

Abierta a otros centros docentes

 Una de las peculiaridades de la Orquesta Sinfónica Universidad de Navarra es que no solo está abierta a alumnos de esta institución. El pamplonés Marcos Vicente tiene veintidós años y en septiembre comienza 5.º curso de ADE y Derecho en la Universidad Pública de Navarra. De padres músicos, tanto sus hermanos como él han cursado desde pequeños estudios en el conservatorio, por lo que la agenda familiar siempre ha estado repleta de ensayos y conciertos. En concreto, él comenzó a tocar el oboe a los siete años.

Algunos amigos suyos de la Universidad de Navarra le dijeron que se hablaba de la posible creación de una orquesta sinfónica universitaria, y, cuando finalmente salió anunciada la convocatoria en Diario de Navarra, Marcos se apuntó rápidamente a las pruebas. Cuando fue admitido se sintió privilegiado, «porque las posibilidades de tocar en una orquesta sinfónica en Navarra son escasas  y, lo que es aún más importante, porque estamos teniendo clases casi particulares con profesores de gran calidad musical y personal». 

Marcos afirma que está aprendiendo a muy buen ritmo y destaca que tocar en una orquesta aporta mucha disciplina, al requerir un grado alto de compromiso, de estudio y de puntualidad. «Además, a diferencia de cuando tocas solo, hay que escuchar a los demás y dejarse guiar por las indicaciones del director».

 

La voz del benjamín

 Miguel Zoco es de Pamplona, tiene 14 años y estudia 4.° de ESO. Es el miembro más joven de la Orquesta Sinfónica universitaria. Siempre le ha gustado la música y, hace unos años, se decantó por aprender a tocar el trombón de varas. Para Miguel, es «un honor y una alegría» poder invertir su tiempo junto a personas que comparten la misma afición que él. Siempre se muestra dispuesto a aprender «tanto de los errores propios» como de los consejos que le dan sus compañeros mayores y los profesores: «He notado una mejoría en mi formación musical». Y, según dice, también en la personal: «Soy el más pequeño y, por eso, quizá sea de los más inmaduros, pero creo que he ido ganando en disciplina y en saber cómo actuar en cada momento».

Miguel recuerda que  antes del concierto de estreno estaba muy nervioso por el solo que le correspondía en el Bolero de Ravel y, aunque reconoce que no le salió «todo lo bien que esperaba», al final logró recomponerse y acabó su interpretación completamente suelto y relajado.

 

El genio femenino

 Salomea Slobodian nació en Kiev (Ucrania) en 1998, y siempre ha estado en contacto con la música. Sus padres la llevaban desde muy pequeña a la ópera. Allí, posaba su mirada en el foso de la orquesta, pasase lo que pasase en el escenario. Ante esa incipiente afición, con tres años le preguntaron si quería tocar algún instrumento, y optó por el violín. Sin embargo, le aconsejaron empezar primero con la flauta ucraniana para desarrollar el oído. A los cinco años entró en la escuela de música para tocar su instrumento favorito.

 Cómo Salomea recaló en la Universidad de Navarra para estudiar su doble grado en Filosofía y Periodismo tiene su historia. Solía tocar el violín en la catedral de la capital ucraniana y allí conoció a un sacerdote del Opus Dei, José Antonio Senovilla. «Me oyó tocar y me dijo que le inspiraba». Fue él quien la animó a venir a la Universidad. 

«Claro, para estudiar aquí, tengo que trabajar», sostiene esta joven ucraniana, que no pierde ni un minuto de su tiempo. Compagina sus estudios con clases particulares de violín y otros trabajos. «Tengo un horario muy apretado, pero participar en la nueva orquesta es una experiencia que me llena muchísimo espiritual y artísticamente», asegura. «La motivación está en todo»: en el hecho mismo de hacer música con varios instrumentos más, en encontrarse con gente joven que comparte su afición, y en ver cómo hace su trabajo el director Borja Quintas. «Me gusta confiar en sus gestos, en sus miradas, intentar que mi instrumento los comprenda. Incluso me gusta su forma de enfadarse y de repetir que los ensayos que empiezan con un minuto de retraso son un fracaso». 

Según Salomea, «en la orquesta cada uno se esfuerza por pensar en los demás músicos, en compartir. Uno no es mejor que otro; cada instrumento es imprescindible y cada silla está ocupada por alguien especial que contribuye a que la orquesta sea la mejor posible». Por ejemplo, en el ensayo general, el director les dijo que, como artistas que son, debían dar todo sobre el escenario. «Fue un concierto en el que me vacié», confiesa la joven ucraniana, «pero ningún otro me ha llenado tanto». 

 

El museo, la mejor sede

 Pablo Quiñonero tiene veinticinco años y está haciendo el doctorado en Comunicación en la Universidad. Además de los ensayos con la orquesta, intenta practicar trompa como mínimo dos horas al día, aunque admite que no siempre le es posible. 

Cree que el Museo de la Universidad contiene la infraestructura necesaria para un proyecto de esta envergadura. «La aparición de una orquesta sinfónica es, tal y como yo lo veo, parte del desarrollo natural de un proyecto como el del Museo».Además, en su opinión, el hecho de que la Universidad cuente con una joven agrupación puede representar un primer paso, una puerta abierta a proyectos musicales más grandes: «Creo que es necesario que la música como disciplina encuentre su hueco en la universidad y me parece que esta orquesta puede marcar un camino en esa dirección», destaca uno de los más veteranos del grupo.

«Una experiencia como esta la llevas siempre contigo», apunta Pablo, que ha tocado anteriormente en otras orquestas y considera que pertenecer a su actual conjunto es una ocasión de crecer como persona y como músico. «A mí me apasiona dedicarme a la música y, gracias a la Universidad de Navarra, aquí tengo una opción muy buena para hacerlo».