Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Ignacio Arellano: «Necesitamos dos siglos más para completar nuestros proyectos»

Texto Ana Eva Fraile [Com 99]Fotografía Manuel Castells [Com 87]

Su compromiso con Calderón, Quevedo, Tirso de Molina y Cervantes le lleva a recorrer medio mundo cada año. Lisboa, Varsovia, Río de Janeiro y Nueva Delhi son algunos de los destinos del catedrático Ignacio Arellano (Corella, 1956) para este curso. Escribe una ponencia al mes y ya ha abierto la agenda de 2017. Solo una cosa le permite al fundador del GRISO (Grupo de Investigación Siglo de Oro) mantener un ritmo de trabajo «casi insano»: divertirse con lo que hace. La constancia que ha regado los proyectos de este equipo durante veinticinco años recogerá en 2015 una gran cosecha: están a punto de finalizar la edición crítica de los autos sacramentales completos de Calderón de la Barca.


El Grupo de Investigación Siglo de Oro (GRISO) celebra en 2015 sus bodas de plata, ¿cómo resumiría su trayectoria en un titular?

Para mí la noticia más grande será que el GRISO ha sido capaz de cumplir veinticinco años de trabajo constante e ininterrumpido. Una labor que se ha ido intensificando incluso en circunstancias difíciles: la famosa crisis también nos ha afectado. Aunque los investigadores en Humanidades no necesitamos tantos medios, no puedes poner en marcha colecciones de libros, congresos, sin un mínimo apoyo. Hemos tenido que buscar estrategias para no rebajar el nivel de producción científica.

¿Cuáles son los retos que afronta el grupo de investigación que ha liderado durante estos veinticinco años?

Uno de los principales problemas con los que se enfrenta un equipo de investigación que quiere ser sólido es la constancia. Porque después de la primera época, la de la ilusión, llega la travesía. Eso se ha notado en uno de los grandes proyectos que también puede ser noticia este curso: la finalización de la colección de autos sacramentales completos de Calderón de la Barca. Son cien volúmenes, que incluyen en torno a ochenta autos sacramentales, estudios, diccionarios terminológicos, etcétera. En los veinte primeros tomos, todo era entusiasmo. Después llegó una etapa intermedia mucho más larga y dura, hasta alcanzar el tomo noventa, donde añadir uno más no parece gran cosa, pero resultaba fundamental.

¿Cómo recuerda los primeros pasos del GRISO?

En realidad el GRISO surgió al abrigo de este gran proyecto sobre Calderón, una empresa que hispanistas alemanes habían abordado en décadas anteriores, pero que nunca pasó de una docena de autos sacramentales. En el arranque del Grupo participó Jesús Cañedo, que en paz descanse. Él era el Dr. Cañedo —no le gustaba que le llamaran don Jesús—. Recuerdo que una vez que estuvo hospitalizado en la Clínica y pregunté por el doctor Cañedo, me dijeron que no lo localizaban. ¡Buscaban a un médico! Él era doctor en Filología, pero doctor. En 1986 organizamos en Pamplona el «I Congreso Internacional sobre edición y anotación de textos del Siglo de Oro». Este evento, pionero en España sobre la edición científica de textos, constituyó el fermento del GRISO.

En ese contexto se empieza a gestar el Plan de Investigación de la Universidad de Navarra (PIUNA). ¿Qué supuso para el equipo que fundó en 1990?

Entonces la investigación en Humanidades apenas tenía tradición —solo investigaban los científicos—, pero empezaban a surgir iniciativas. La gestación del PIUNA fue importantísima y, como vicedecano de Investigación en la Facultad de Filosofía y Letras, participé en su puesta en marcha. En paralelo, en el pequeño departamento de Literatura Medieval y Siglo de Oro nació la etiqueta GRISO para aunar la investigación en torno a los autos sacramentales de Calderón, que por distintas circunstancias se me ocurrió abordar. Apenas éramos dos o tres personas. Unos años más tarde, en 1996, el proyecto se convirtió en una de las líneas de investigación prioritaria de la Universidad, y se aprobó la contratación de algunos investigadores. Fue un momento de consolidación del equipo. (Camina hacia su estantería para coger un libro). Hacía tiempo que no hojeaba el informe que diseñé. Por ejemplo, aquí se planteaba como objetivo la celebración de un congreso anual. Hoy son más de quince. Y los dos o tres viajes al extranjero previstos por curso alcanzan ya la treintena. La línea de investigación nos proporcionó un gran salto cuantitativo y cualitativo en nuestro trabajo. Sin la decidida apuesta de la Universidad, y el entusiasmo de distintos rectores, vicerrectores y decanos, no habríamos podido llevar adelante este proyecto, ni podríamos continuar en él. Es justo reconocer también su protagonismo.

El GRISO reunió en sus orígenes a un reducido número de investigadores. ¿Cuántos miembros lo integran en la actualidad?

Una media de doce personas. Por un lado, están los profesores de diferentes disciplinas —Literatura, Historia o Lingüística— que se dedican al Siglo de Oro en la Facultad, y que se consideran del GRISO de forma casi voluntaria. Y, por otro, los cinco investigadores contratados por la línea de investigación para su desarrollo. En 1996 hice un mapa de otros grupos que había en el mundo sobre nuestro ámbito de investigación, y aunque algunos ya han desaparecido las cifras de sus plantillas dan una idea: treinta en Madrid, cincuenta en Granada, cincuenta en Alemania, veinticinco en París o veinte en Toulouse. La relación entre el pequeño tamaño de nuestro equipo y su productividad es, si se me permite decirlo, excesiva. A veces da la impresión de que resulta demasiado fácil, pero hay mucho trabajo y dedicación detrás.

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