Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

In memoriam María Josefa Huarte

Texto Redacción NTFotografía Manuel Castells [Com 87]

El 22 de enero se cumplía el sueño de María Josefa Huarte: la colección de arte, que con tanta pasión reunió durante décadas, abrió sus puertas al público. Apenas dos semanas después de que Sus Majestades los Reyes inauguraran el Museo Universidad de Navarra, su impulsora fallecía a los 87 años, arropada por el cariño de sus familiares.


Verdad, cultura, libertad, espiritualidad. Son cuatro de las palabras que el pintor Antoni Tàpies «arañó» sobre un muro de madera en L’esperit català (1971). Cuatro palabras que marcaron profundamente la vida de María Josefa Huarte. En una ocasión describió así el flechazo que sintió ante la obra del artista catalán en la galería parisina Maeght durante el verano de 1973: «Nos estaban enseñando sus fondos, pero cuando sacaron el cuadro yo me puse instintivamente de pie impulsada por una fuerte emoción». María Josefa y su marido, el empresario Javier Vidal, tardaron años en colgarlo: «Lo tuvimos tapado hasta que llegaron las libertades». Esta obra, una de las más conocidas de la colección que el matrimonio atesoró durante toda una vida, se exhibe ahora en el Museo Universidad de Navarra.

La implicación directa en el mundo de la cultura la había vivido María Josefa en su propia casa. Los Huarte promovieron los famosos Encuentros de Pamplona en 1972, donde la capital navarra acogió el evento cultural más importante de España en el siglo xx. Su padre, el constructor Félix Huarte, también participó en experimentos cinematográficos vanguardistas (X Films).

Tercera de cuatro hermanos y la única chica, María Josefa tuvo desde pequeña una marcada personalidad y un espíritu independiente. No fue a la universidad, pero aseguraba haber tenido «oportunidades excepcionales» que la habían «enriquecido extraordinariamente»: «Siendo jovencísima había dado ya dos vueltas al mundo, tuve como profesor de pintura a César Manrique, y Santiago Amón [escritor y crítico de arte] venía a darnos conferencias y nos llevaba a museos». 

Sensibilidad artística

Compartió con sus hermanos su pasión por el arte. De la mano de su hermano Juan conoció y tuvo trato habitual con artistas como Oteiza, Chillida o Basterrechea. Así empezó a adquirir de forma intuitiva obras, conmovida por su belleza. Con un estilo personal, adelantado a su tiempo, las paredes de su casa de Madrid se fueron llenando de cuadros de Palazuelo, Tàpies, Picasso, Chillida, Feito, Millares, Rueda o Manrique, y más tarde de Kandinsky y Rothko. Además de dos piezas singulares que Oteiza ejecutó en la propia casa: una chimenea, Elías y el carro de fuego, y un mural, Homenaje a Bach. Tomás Llorens, historiador del Arte, cuenta que María Josefa era una mujer fascinada por la abstracción, un movimiento en el que ella veía una espiritualidad probablemente equiparable a sus profundos sentimientos religiosos.

María Josefa nunca pensó en una colección solo para su disfrute. Como ha escrito Santiago Olmo, comisario de exposiciones, en el catálogo de su colección, «asumió la pasión por el arte y la cultura como una misión personal, como un medio de autoconocimiento y formación integral, como un método de profundización espiritual que es necesario compartir y que se puede convertir en un método de desarrollo social».

Quería que muchas personas disfrutaran del arte como ella lo hacía. Por eso en 1997 erigió en la Universidad la Cátedra Félix Huarte de Estética y Arte Contemporáneo, desde la que promovió estudios, investigaciones e iniciativas de difusión. Ese mismo deseo de compartir le llevó en 2008 a elegir el campus como destino final de su colección, para que fuera el germen de un Museo abierto a la sociedad.

 

compromiso social. Ciertamente, María Josefa tenía magna anima, el alma grande, como la tuvieron sus padres, Adriana y Félix. De ellos heredó un profundo sentido cristiano de preocupación por los demás. Confesaba que la primera vez que acompañó a su madre a un comedor de ancianos en Madrid no pudo soportarlo. Tenía quince años, pero desde entonces no paró de buscar su «lugar solidario en el mundo»: el proyecto Nuevo Futuro.

En 1971 impulsó esta asociación para proporcionar un hogar a niños huérfanos en diversos lugares del mundo. Primero en Navarra y después en países donde, como consecuencia de la violencia, muchos niños quedaban sin familia: Croacia, Perú, Colombia, Honduras o Cuba... Hasta allí viajó, a veces en situaciones de riesgo. 

Su amiga Elica Brajnovic viajó con ella a Croacia en varias ocasiones durante el conflicto bélico —incluso sufrió un bombardeo en Zagreb— en su intento por rescatar, dentro de lo que estaba en sus manos, a los niños huérfanos de la guerra. Fundó allí diez hogares que aún hoy acogen a los más desfavorecidos.

Sensible ante el dolor y la belleza, su enfermedad le ha impedido gozar de los frutos de su generosidad. Es fácil imaginar lo que hubiera disfrutado viendo sus obras expuestas en el magnífico edificio diseñado por Moneo; o con la fotografía de Ortiz Echagüe, que tanto admiraba; con la instalación The Black Forest, de Íñigo Manglano-Ovalle, o las fotografías y el video del navarro Carlos Irijalba; u observando a las más de veinticinco mil personas que durante el mes de puertas abiertas visitaron el Museo.

Tampoco pudo escuchar los merecidos elogios que recibió el día de la inauguración, presidida por los Reyes, y en la que pudieron estar presentes su marido Javier, su hermano Felipe y muchos de sus sobrinos.

Como ha expresado Ángel J. Gómez Montoro, presidente del Patronato de Promotores del Museo, «en la Universidad de Navarra nos queda el consuelo de haber tratado de corresponder a su magnanimidad y el compromiso de hacer fecundo su legado. Ahora, esa generosidad habrá recibido su recompensa y contemplará sin duda la Belleza que llenó de sentido su vida».

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