Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Nacho Carretero «Lo que te acompaña siempre son las víctimas»

Texto: Lucía Ferrer [His Com 23] y Paola Bernal [His Com 23].  Fotografía: Manuel Castells [Com 87]

Periodista, escritor, reportero y productor. Nacho Carretero (La Coruña, 1981) escribió Fariña (2015), un libro sobre el narcotráfico gallego, y En el corredor de la muerte (2018). Sus obras han irrumpido en Netflix, Atresmedia y Movistar y han llegado incluso a novelas gráficas y teatros. Con una trayectoria profesional tan viva, no encaja el texto de la solapa de Fariña, que comenta que «de su experiencia como camarero de comida rápida aprendió que no quería ser camarero de comida rápida», lo que retrata de forma curiosa su personalidad, su rigor periodístico y su carácter anecdótico.


Saltó a la fama gracias a su libro Fariña,  en el que relata el recorrido del narcotráfico en Galicia: sus orígenes, sus protagonistas, las grandes descargas y las operaciones desplegadas para frenar el fenómeno. Se publicó en septiembre de 2015. Menos de seis meses después, Alfredo Bea Gondar, exalcalde de Alianza Popular de O Grove, presentó una querella por «injurias y calumnias» en la que demandaba a Carretero y a la editorial. En febrero de 2018 el libro fue finalmente secuestrado —retirado del mercado— de forma cautelar. Muchos consideraron esta decisión como un atentado contra la libertad de expresión. Esto no evitó que Antena 3 produjera una serie inspirada en el reportaje. El secuestro disparó las ventas de segunda mano y en plataformas online

Mochila al hombro y en deportivas, el periodista gallego entró en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra el 31 de marzo para unas charlas con alumnos de primero. Siempre le han acompañado las publicaciones de investigación sobre realidades sociales y bajos fondos. Las experiencias periodísticas de Nacho Carretero le han llevado a dar voz a víctimas y verdugos. Más adelante empezó a leer crónicas y ensayos latinoamericanos de autores como Martín Caparrós. Un espíritu competitivo le impulsaba a  intentar alcanzarlos.

En la sesión compartió las nuevas formas de contar historias. Los alumnos tuvieron oportunidad de plantearle sus dudas sobre la profesión, un futuro aún lejano para algunos e incierto para los próximos a graduarse. A pesar de haber recorrido el mundo, la sonrisa le ilumina el rostro cuando habla de su tierra, Galicia. 

 

¿Cuándo oíste por primera vez hablar del narcotráfico en Galicia?

Como la mayoría de los gallegos, crecí rodeado de las noticias de alijos, operaciones, ajustes de cuentas. Crees que es normal, que pasa en todas partes. Cuando te vas fuera te das cuenta de que no. En 1990 yo tenía ocho años y vi en el telediario la Operación Nécora [una de las mayores redadas contra el narcotráfico gallego]. Recuerdo a mis abuelos decir: «Bueno, ya era hora de que detuvieran a esta gente». 

De pequeñito, en las Rías Baixas, me decían: «Mira, este pazo o este hotel es de un narco, este coche es de un narco…». Yo pensaba: «¿Por qué no les detienen si ya sabéis todos que es de un narco?». Te vas acostumbrando. Al marcharme, pensé: «Aquí hay una historia porque esto es extraordinario».

 

En Fariña hay mucho humor y sarcasmo. ¿Es una nota personal o la idiosincrasia gallega? 

En Galicia hay mucha retranca, mucha socarronería. Con el narcotráfico, por lo original que es, inevitablemente surgen escenas que son para reírte. Tenía intención de hacer una lectura agradable; no un libro académico, pero sí con rigor periodístico y escrito de manera visual. Mi premisa era: si empiezas a leer, que te apetezca seguir, aunque no te interese el tema. Para eso el humor es necesario, porque en una historia dramática hay que aligerar. 

 

¿Cómo fue el proceso de documentación para ese libro?

Siempre había seguido la actualidad del narco en Galicia y tenía una estructura en mente. La idea de la que partía era muy embrionaria, pero por lo menos sabía qué hitos mostrar. Primero recopilé toda la hemeroteca posible. Una vez ordenada, localicé a los protagonistas que me interesaban porque podían contar la historia en primera persona y los entrevisté. Aunque no pude hablar con todos: me sorprendió que la gente aún tenía miedo

 

¿Te planteaste dar un paso atrás antes o después de la publicación?

Viví las clásicas inseguridades de periodista. ¿Le va a interesar a alguien? ¿Quién soy yo para escribir esto? Son los demonios que te asaltan. Vienen a boicotear y toca lidiar con eso. Todos los autores sienten el vértigo de pensar que no están a la altura. Pero nunca me planteé frenar ni me surgieron dudas esenciales al respecto. No sabía si iba a funcionar o no, tampoco me preocupaba. Tenía la tranquilidad, la satisfacción, de que escribía lo que a mí me apetecía leer.

Luego la primera edición se agotó en veinticuatro horas. Solo 2100 ejemplares porque la editorial, Libros del K.O., es pequeña y en esa época era mucho más modesta. Con la reimpresión pasó lo mismo. Lanzaron dos mil más y ahí dije «Carallo, esto no está bien». Me dieron ganas de repasar para ver qué puse, porque lo estaba leyendo un montón de gente y sentí vértigo. 

 

¿Cómo viviste el secuestro de tu libro? 

Antes me llegó una querella que quedó en nada. Tuvimos cuatro más, que, por suerte, se desestimaron. De las cosas negativas que ocurrieron, el secuestro fue lo que trascendió. En España fue muy llamativo porque el estándar es de libertad de prensa. Si sales de Europa, te das cuenta de lo que significa su ausencia. Estaba tranquilo, porque en un proceso judicial el hecho de ser periodista, la intención de construir una información, prevalece. Puedes equivocarte, pero eso no hace que se pueda prohibir tu libro. 

Contra pronóstico, la jueza aceptó la medida cautelar y decidieron retirarlo hasta que hubiera una sentencia: un proceso de cuatro meses que me produjo mucha frustración y enfado. La gente dice que fue una campaña de marketing que me vino genial. Vale, pero resultó muy desagradable, y más porque quien presentó la querella se dedicó a decir bobadas en entrevistas. Con la editorial decidimos no participar de esa discusión pública. Al final, todo acabó bien

 

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«El humor es necesario, porque en una historia dramática hay que aligerar»

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¿Cambió cómo te trataba tu entorno? 

Más que cambiarme a mí, lo que se transformó fue la relación con el narcotráfico, porque en Galicia seguía siendo muy tabú. Estaba únicamente en el periodismo. Fariña contribuyó a que las nuevas generaciones hablaran del tema, a que se hiciese sátira, crítica, análisis y se sacase del cajón. Es algo muy positivo, porque empieza un proceso de aprendizaje y de debate. Ayudó a madurar la relación de la sociedad gallega con el tema del narcotráfico.

 

Fariña está en novela, en cómic, en serie… ¿Cómo se decide en qué formato contar cada historia? 

El periodismo se da la mano con otros mundos. En España, lo audiovisual tiene muchísima fuerza y ha descubierto en el periodismo una cantera de temas brutal. Hay un enorme número de profesionales que trabajan con productoras y realizan documentales, series, películas… Se trata de elegir qué temas, ideas, propuestas abordas y, a partir de ahí, desarrollas la capacidad, la visión y la inquietud de adaptarlas a los distintos formatos. 

 

Entonces le ves futuro al periodismo multiformato…

Está ahí, es inevitable. Habrá quien decida que solo quiere hacer un tipo de periodismo, pero se perderá la oportunidad de trabajar con nuevos formatos y mucha más flexibilidad. Antes era más encorsetado y había que poner etiquetas: crónica, reportaje, entrevista. Ahora se han quedado obsoletas. Lo esencial es mantener lo inamovible: contrastar, ser riguroso, lo más imparcial posible… Se puede contar igual una historia en una crónica que en un pódcast, un TikTok o grabando con el móvil. Aunque hay periodistas de la vieja guardia que no lo entienden, la generación que viene lo tiene más o menos claro y es una noticia muy positiva para el periodismo.

 

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«Fariña contribuyó a que las nuevas generaciones hablaran del narcotráfico, a que se hiciese sátira, crítica, análisis y se sacase del cajón»

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¿Qué te lleva a escribir sobre un tema?

La necesidad de comprender, o sea, la curiosidad. Cuando un tema me genera eso, me inquieta y me apetece mucho entender qué está pasando ahí, por qué y cómo sucedió. Me nace el impulso de ir a conocerlo y, probablemente, no pare hasta conseguir contarlo. Lo que hago es escribir lo que me gustaría leer.

 

¿Cómo llevas el binomio de ser muy de tu tierra y al mismo tiempo un trotamundos?

Lo llevo bien [comenta entre risas]. Desde que recuerdo, siempre deseé viajar. De pequeñito tenía en mi casa una bola del mundo y un atlas y me iba con eso a todas partes. Mi madre decía: «Pero este niño, todo el día con el atlas encima». De adolescente ya quería irme de Coruña. Fue precisamente al conocer otros lugares cuando me sentí más profundamente conectado a Galicia: a la familia, las raíces… Lo tuyo. Lo valoras mucho más y se multiplica el sentimiento y el apego. Tengo la suerte de poder ir a menudo y trabajar viajando.

 

Tus obras tienen un punto de lucha contra la injusticia. ¿Dónde está la línea entre el periodismo y el activismo?

No es algo tan premeditado como localizar un desequilibrio y trabajar desde eso, sino que son las injusticias las que propician el relato y hacen que lo encuentres. Son historias que, como periodistas, nos llaman la atención y a partir de allí se cuentan. La denuncia viene implícita.

Si tu intención es exponer de una manera directa la injusticia, te estás aproximando más al activismo. El activismo y el periodismo son dos cosas diferentes: se puede ser las dos pero por separado. Cuando se mezcla, el periodista pierde credibilidad. Hay que ser muy aséptico, distante a la historia, un narrador que traslade, y que sea el lector el que decida si ahí hay una injusticia y si merece la pena pelear por ella o no.

 

En 2021, Nacho Carretero cofundó Ailalelo Producións con Arturo Lezcano

 

El documental 800 metros trata un tema muy sensible como es un atentado terrorista, y tiene un formato distinto, donde se ve más el proceso de grabación. ¿Cómo fue la realización de ese proyecto?

Eso es del director, Elías León Siminiani, al que siempre le preocupa y le interesa mucho explicar el método. Y más en este caso, que es un proceso periodístico tan duro. En el documental sale muchas veces cómo ajustamos la luz o el set. 

Con la mayoría de testimonios no sabes hasta el último momento si van a hablar o no, como los amigos de los terroristas. Supone una labor periodística de investigación profunda y de establecer canales de confianza, porque en Ripollet hay una herida abierta, un trauma. Anna Teixidor había escrito un libro sobre los atentados y conocía a los familiares. Era un trabajo de años, y aun así, la mayoría no quería hablar. 

 

Durante las conversaciones algunas víctimas se emocionan. ¿Cómo te impactó esa experiencia?

Evidentemente empatizas. Es doloroso de escuchar. Por ejemplo, las entrevistas a las víctimas de Las Ramblas las hicimos todas en un día. Cada uno de ellos relatando su vivencia. Acabé hecho papilla. Te está hablando gente que sufrió y sufre muchísimo. Preguntarle sobre el atentado al padre que perdió a su hijo de tres años es muy duro. 

Por suerte o por desgracia, tengo experiencia en reportajes en sitios de crisis humanitaria, de conflicto y campos de refugiados o de desplazados. Uno aprende, o intenta aprender, las dinámicas de cómo llevar a un entrevistado y procurar hacérselo fácil —nunca es fácil—, que se sienta cómodo. Estás hablando con alguien muy herido.

 

¿Hay algún testimonio que fuera complejo de lograr? 

En el primer capítulo, un chico converso sale de espaldas. Era muy amigo de los terroristas, formaba parte del grupo y se bajó unas semanas antes del atentado. Ese testimonio resulta muy valioso porque relata el proceso de radicalización. Hablar con conocidos, los vecinos de Ripoll o el equipo que participó en su proceso de integración social, fue una manera de construir, de acercarnos a la figura de cómo unos chicos que tenían una vida normal en apariencia acaban tomando una decisión tan brutal

 

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«El narrador traslada una historia y es el lector el que decide si ahí hay una injusticia y si merece la pena pelear por ella o no»

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¿Es difícil entrevistar a víctimas, ya sean del terrorismo, en 800 metros, o del narcotráfico en Galicia, en Fariña

Entrevistar a un narco, a un contrabandista de personas, a un asesino o a un genocida es un desafío periodístico muy interesante —comprender estas cabezas e intentar llegar a ellas—, pero desde un punto de vista emocional, lo más complicado, lo que te toca y lo que te acompaña, siempre son las víctimas.

 

Como periodista reconocido, ¿qué consejo darías a los alumnos para comenzar su carrera profesional? 

A pesar de la nube de pesimismo sobre la profesión —que si la cosa está fatal, que si del periodismo no vas a comer—, yo soy optimista. Les diría que si les gusta —esto es aplicable a los alumnos de primer curso y a los del último— sigan adelante, porque es una carrera de fondo. Por cada año que avances se va a ir rindiendo mucha gente. Los periodistas que a lo mejor ahora son admirados no salieron de ningún sitio mágico ni tienen una inspiración distinta o especial. Salieron de lugares así, de facultades y de empezar desde abajo y de currar mucho. Los periodistas brillantes de mañana saldrán de aquí y serán quienes se lo crean, quienes persistan, perseveren y no se rindan


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