Cátedra abierta
La venganza de Kerabán el testarudo
En 1860, el sultán otomano Abdülmecid I propuso excavar un túnel submarino por debajo del Bósforo, pero la capacidad técnica de la época no permitía realizarlo. El proyecto, denominado Marmaray, se hizo realidad hace unos meses, al inaugurarse el enlace directo por ferrocarril entre las dos orillas el 29 de octubre de 2013. El tramo subacuático tiene una longitud de 1,4 kilómetros, parte principal de un túnel excavado de casi diez kilómetros. El coste de la obra ha sido de tres mil millones de euros. Recordar a Espronceda y su «Canción del pirata» es casi obligado: «Asia a un lado, al otro Europa. Y allá, a su frente, Estambul».
Viene también a mi memoria otra narración literaria que ocurre igualmente en la antigua Costantinopla, una novela de aventuras de Julio Verne, cuyo argumento arranca curiosamente por la negativa de su protagonista a pagar un exiguo impuesto de diez paras que acababa de crear el Gobierno otomano por la travesía del Bósforo. Kerabán el testarudo, que tal es nuestro hombre y el título del cuento, era un riquísimo traficante de tabacos que se caracterizaba por su cabezonería. Por no pagar dicho impuesto, emprendió la vuelta entera al mar Negro por tierra, acompañado de su criado Nizib y de dos forasteros: su representante en Holanda, Jan van Mitten, y el ayudante de este, llamado Bruno, invitados por el tozudo Kerabán a comer en su finca de Scutari, en la orilla opuesta del lugar en que se encontraban.
El viaje suponía setecientas leguas y ocasionó peripecias mil a nuestros personajes, atravesando Turquía, el Quersoneso, el Cáucaso y Anatolia.
La novela termina con un final sorprendente, pues Kerabán tenía que volver a cruzar el Bósforo y seguía obstinado en no pagar el impuesto. Un guiño de la fortuna le permitió salirse con la suya. Realizó el viaje de Scutari a Costantinopla metido en la carretilla de un equilibrista que ofrecía el espectáculo de pasar sobre las aguas por una cuerda, imitando la travesía del Gran Blondin cruzando las cataratas del Niágara.
Verne fue un visionario de los progresos de la ciencia adelantando la llegada del hombre a la Luna, la vuelta al mundo con los nuevos medios de transporte, o las andanzas del capitán Nemo en el submarino Nautilus. Seguramente que, si se ha enterado en el más allá del túnel del Bósforo, lo celebrará con su imaginado y terco Kerabán.
El nuevo enlace ferroviario tiene su precedente en el corredor horadado bajo el canal de La Mancha, y facilitará, en caso de plantearse tal cosa, la circulación de trenes entre Londres y Pekín. Este otro reto también nos remite a la técnica y a la literatura policiaca. ¿Se acuerdan ustedes del legendario Orient Express? Unía París con Estambul, cruzando la convulsa Europa austrohúngara y danubiana. Agatha Christie sitúa en este tren una de las astutas investigaciones detectivescas de Hércules Poirot. ¿Llegará el nuevo Orient Express hasta la lejana China? Una fantasía que puede ser realidad gracias al enlace ferroviario en la ciudad que fue capital del Imperio romano de Oriente.
Si los canales interoceánicos, como Suez o Panamá, unen las aguas, los túneles unen las tierras. El impulso expansivo de la historia a partir de los descubrimientos ultramarinos de la Edad Moderna ha culminado hoy en la domesticación del tiempo y el espacio en nuestro horizonte cibernético y globalizado.
La rebelión de la geopolítica anula distancias e intervalos en una coyuntura desconcertante que nos desborda. El escenario en que se representa el gran teatro del mundo experimenta una revolución tectónica. El túnel del Bósforo, que se suma a los dos puentes colgantes ya existentes, lo confirma. Con tanta o más tozudez que Kerabán, al negarse a pagar una mísera tasa y preferir rodear el mar Negro antes de dar su brazo a torcer. Y Julio Verne, una vez más, vuelve a sonreír.
Pedro Lozano Bartolozzi [Der 67] es periodista y profesor emérito de la Facultad de Comunicación de a Universidad de Navarra