Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

¿El cine contra los cines?

Texto: Jorge Collar, periodista y decano de los críticos del Festival de Cannes 

El mundo del cine está en ebullición tras haberse presentado en la categoría oficial en el último Festival de Cannes dos películas destinadas a Netflix.



Dos bombas de explosión retardada se presentaron en competición oficial en la última edición del Festival de Cannes: The Meyerowitz Stories, de Noah Baumbach, y Okja, de Bong Joon-ho. Dos películas que irían directamente, sin pasar por los cines, a Netflix, la plataforma de vídeo bajo demanda de cien millones de abonados. Las reacciones violentas en Cannes del Centro Nacional del Cine francés crearon un auténtico malestar que dejaba vislumbrar dos concepciones antagónicas sobre la difusión de las películas. En Francia, esta difusión está sujeta al calendario de los medios de comunicación, que impone un plazo de tres años entre el estreno en los cines y la posibilidad de difusión en plataformas como Netflix. Una cronología que Neflix no acepta en el caso de la República francesa y que en otros países puede tener matices diferentes, según las reglamentaciones nacionales —en España los plazos son menos severos—. 

A causa de la polémica, el Festival de Cannes anunció que en el futuro toda película seleccionada debería estar destinada a un estreno en cines. Es evidente que bajo este problema bulle una cuestión más de fondo, de contenido sociológico: saber si los cines están destinados a desaparecer.

Desde su primera presentación en París, en el Salón Indio del Gran Café del Boulevard des Capucines, el 28 de diciembre de 1895, la difusión del espectáculo cinematográfico ha estado unida a la idea de una sala. A medida que el cine se consolidaba, esos espacios se hacían cada vez más amplios, hasta alcanzar su apogeo entre los años treinta y cincuenta, en los que el parisino Gaumont Palace, cerrado en 1971, se erigió como emblema mítico en Europa con sus 4 670 butacas. 

Varios años antes, el cine había conocido la democratización que produjo la televisión. Los cines, repletos hasta el final de los años cuarenta, comenzaban a reducir sus efectivos. Por ejemplo, en Francia los 402 millones de espectadores de 1948 solo eran 142 millones cuarenta años más tarde. La televisión, así como la aparición de los DVD, fueron los principales causantes de este retroceso. Las películas podían verse en casa sin necesidad de ir al cine. 

¿Esta situación auguraba su desaparición? Todavía no: el cine “en cines” conservaba su prestigio y, además, el desarrollo de la televisión multiplicaba la demanda de películas, de forma que, paradójicamente, si el número de espectadores en las salas disminuía, el cine encontraba otros sistemas de difusión. Incluso en países como Arabia Saudí, donde no hay cines, pero las producciones se difunden ampliamente a través de los DVD. De una manera u otra, los cines se adaptaban a la situación: desaparecían las grandes salas, se dividían para crear los multiplex y se tendía a ofrecer las películas en sectores urbanos bien definidos. La asistencia a las salas ha aumentado regularmente desde hace varios años. Francia alcanzó 210 millones en 2016, mientras en España se superó la cifra simbólica de cien millones. Estas metamorfosis determinan los cambios necesarios para hacer frente a los desafíos de cada momento. El que se constata ahora es el de posibilidades universales de difusión que ofrecen las nuevas plataformas por un abono al mes que equivale al precio de una entrada, sobre todo cuando estas plataformas asumen la producción y suprimen el paso de las películas por los cines.

En esta cuestión hay que escuchar a todos los implicados. La industria cinematográfica —que encadena producción, distribución y exhibición— defiende, evidentemente, las salas. La vida del cine gira todavía en torno a la proyección de las películas. Pensemos en cómo protege Francia el cine, basándose en los resultados de taquilla.

Quizá la postura de directores y guionistas es diferente. Todo artista busca los medios financieros para crear su obra y poder divulgarla lo más ampliamente posible. Los nuevos sistemas de difusión les facilitan la consecución de ambos objetivos. Los defensores del mundo au-
diovisual en el hogar —que trabajan según ellos «por el cine, por los cineastas y por los cinéfilos»—  no renuncian a una utópica cinemateca universal y consideran que el paso por las salas sirve solo para limitar la exhibición de las películas. Frente a ellos estarán siempre los adalides de la magia compartida que el séptimo arte les ofrece en las salas oscuras desde hace más de un siglo.


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