Barry y las divertidas máscaras del sicario atormentado
CRÍTICA DE SERIE. HBO, 2018- | Creadores: Alec Berg y Bill Hader | 3 temporadas
«Ambos hemos hecho cosas terribles a lo largo de nuestra vida, pero todo el mundo merece una segunda oportunidad», dice el protagonista en una escena de la tercera temporada que se acaba de estrenar en HBO Max. Quien se duele en el alma es Barry Berkman, un despiadado asesino a sueldo que acaba integrado en el vibrante mundo teatral de Los Ángeles. De disparar a declamar. De una máscara a otra. Porque la estupenda tragicomedia que es Barry se sustenta en el fondo de verdad que hace naufragar las apariencias, como si la vida orquestara un gigantesco escenario en el que todos jugamos a ofrecer siempre nuestro mejor perfil.
Lo que hace de Barry una propuesta tan diferente es su faena de extremos. Por un lado, desde la alocada premisa en la que un mercenario pasa por émulo de Stanislavski, ofrece una comedia de carcajada y exceso, repleta de peces fuera del agua y enredos descacharrantes. Imaginen en la misma coctelera a terroristas chechenos, mafiosos bolivianos, detectives angelinos, profesores apasionados y actores de método. Un popurrí jovial e ingenioso. Sin embargo, la risa acaba congelada en pasmo: Barry puede convertirse en un relato infartado, donde el thriller va de la mano del asesinato cruel y el ajuste de cuentas. Y no, no es solo por ese inolvidable, casi onírico, episodio 2.5., en el que el protagonista ha de zurrarse a muerte con una joven vengativa, experta en taekwondo. No. La parte trágica de Barry atañe, sobre todo, a la profundidad dramática. Es una serie de trago largo, donde los actos tienen consecuencias que salpican a los personajes conforme avanza el relato expandido.
Esta parte seria impulsa una serie muy trabajada psicológicamente, torturada a ratos, donde los fantasmas se amontonan en el almario. Así, Barry va erigiéndose en un poderoso relato sobre la culpa, el perdón y las argollas del pasado. O, si lo prefieren, sobre la posibilidad de la redención cuando uno tiene las manos tan, tan manchadas de sangre. Para averiguarlo, el creador Alec Berg (guionista en Seinfeld, Curb Your Enthusiasm o Silicon Valley) se ha emparejado con Bill Hader, el alma de la serie. Hader es un actor de comedia portentoso, célebre en sus imitaciones en el Saturday Night Live y capaz de transmitir la gravedad de quien ha escudriñado el abismo y ahora esconde su depresión entre bambalinas. Acompañado de un pintoresco manojo de deliciosos secundarios, Hader ha consolidado a Barry como un híbrido inclasificable que, con su constante cambio de tono, recuerda aquella máxima de Chaplin: «La vida es una tragedia cuando se contempla en primer plano, pero es una comedia cuando se mira en panorámica».