Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Cuando las plataformas se convierten en 'majors'

Texto: Ana Sánchez de la Nieta  

Ahora que vemos la luz, tras los meses duros de la pandemia, hay que reconocer que la industria del cine ha sido uno de los sectores que más ha sufrido, aunque no todas las empresas de igual manera.


Estrenos retrasados, rodajes parados, salas cerradas y aforos exiguos han asestado para muchas productoras y distribuidoras la puntilla a una situación que, ya de por sí, era crítica. Para una gran parte de la industria del cine, la pandemia ha traído prácticamente la ruina. 

Sin embargo, en este negro panorama, hemos visto emerger una batalla entre guerreros fortalecidos, precisamente, por una pandemia que ha encerrado a millones de ciudadanos en sus hogares sin más salida que una pantalla. José María Aresté, director de Decine21 y crítico de la agencia Aceprensa, la ha bautizado como «la guerra del streaming», en un reciente ensayo publicado por Rialp que lleva por subtítulo El ascenso de Netflix.

Cuenta Aresté cómo Netflix —cuando aún era una plataforma novata— sacó partido a dos crisis anteriores al covid. Después del 11S, los estadounidenses, sacudidos todavía por el terror de los atentados a las Torres Gemelas en 2001, se encerraron en sus casas. Ante el temor de ir al cine o a cualquier local susceptible de ser atacado, fue un buen momento para que los videoclubs, que ofrecieron la posibilidad de un ocio seguro, crecieran, y, sobre todo, para Netflix, que entonces ya tenía bastante desarrollado su sistema de envío postal con sus famosos sobres rojos. El cliente solo debía dar unos pasos hasta el buzón de su casa. La situación ideal, en definitiva, para unos ciudadanos aterrorizados. 

La segunda crisis de la que se benefició Netflix fue la debacle económica de 2008. Las vacas flacas afectan en primer lugar a lo que se presume prescindible. Ir al cine, asistir a un concierto o disfrutar de una función de teatro son privilegios de sociedades opulentas y cuando estas dejan de serlo lo primero en lo que recortan es en cultura (decisión que hemos visto también en esta pandemia). Pero una cosa es no poder o no querer pagar cincuenta dólares para asistir a un musical y otra muy distinta no abonar siete por una suscripción mensual a una plataforma que permite disfrutar de cine a diario. De hecho, en la primavera de 2009, Netflix llegó a la cifra dorada de diez millones de suscriptores en Estados Unidos. Un dato que hoy parece ridículo porque, poco más de diez años después, y gracias en parte al dichoso virus, se ha multiplicado por veinte y actualmente Netflix tiene más de 195 millones de suscriptores en 190 países.

Cien años

 

El chico, la mítica película de Charles Chaplin estrenada el 6 de febrero de 1921, cumple un siglo de vida. Hace diez años, en 2011, fue considerada «cultural, histórica y estéticamente significativa» por la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos y seleccionada para su conservación en el National Film Registry.

 

Aniversario del anillo

 

Hace dos décadas se estrenó La comunidad del anillo, la primera película de la saga proyectada por Peter Jackson. Compartió cartel con Harry Potter y la piedra filosofal, y se convirtieron en las dos cintas más taquilleras de 2001. Los personajes de la Comarca serán noticia de nuevo el 2 de septiembre de 2022: Amazon ha anunciado el lanzamiento de la primera temporada de la serie sobre El señor de los anillos. Con una inversión que supera los 400 millones de dólares, se trata de la más cara de la historia.

 

Aunque el libro de Aresté se centra en la compañía fundada por Marc Randolph y Red Hastings y destaca la capacidad de riesgo y anticipación de Netflix, la guerra del streaming es eso, una competición que disputan varios contrincantes.

Después de la suculenta lectura del ensayo queda claro que la tradicional industria del cine tiene que reinventarse. Hay historias que contar y los espectadores han crecido en una cultura absolutamente audiovisual, rodeados de imágenes y pantallas. Además, no solo consumen esos contenidos sino que acostumbran a crearlos. Como refleja con indudable acierto la película Los Mitchell contra las máquinas, cualquier joven centenial es un potencial director de cine desde su más tierna infancia.

Por eso las plataformas se están convirtiendo a marchas forzadas en productoras, en majors, porque saben que se juegan su futuro en la calidad de los contenidos, en el estudio detallado de su audiencia y en la orientación al espectador. Es decir, hace tiempo que han dejado de ser meras expositoras para convertirse en creadoras. Y en eso están no solo Netflix, HBO o Disney+ —que son las que, tradicionalmente, se han volcado más en el cine— sino Amazon Prime, Apple TV o Google Play, por mencionar algunos ejemplos que Aresté analiza con cierto detenimiento al final del libro.

En este contexto se entiende que un enemigo declarado de las plataformas como el todopoderoso Steven Spielberg, que acusó a Netflix de «dañar la experiencia del largometraje en cines», haya terminado por firmar con ella un acuerdo para realizar múltiples —no una ni dos— películas al año. Como se suele decir, «Si no puedes contra tu enemigo, únete». Y si las plataformas se han convertido en majors, lo mejor que puedes hacer es aliarte con ellas.

 

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