Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Las palabras abiertas

Texto Joseluís González [Filg 82]

Viejas cintas de magnetófono han permitido recuperar las palabras de Borges.


A algunos libros su propia historia editorial les añade valor. En septiembre de 1967, al argentino Jorge Luis Borges, irremisiblemente bogando hacia la ceguera a sus casi setenta años de edad, recién casado con la viuda Elsa Astete Millán, lo invitaron a pronunciar un ciclo de conferencias en la Universidad de Harvard. En la cátedra Charles Eliot Norton, aquel ciego mayor que no podía valerse de notas ni papeles para enhebrar las frases hablaba un inglés familiar y sabio. No escribió las conferencias: las pronunció a medida que fluían de su dócil memoria las ideas y los ejemplos. Alguien grabó las seis charlas de aquel curso en las cintas magnetofónicas de entonces, que parecían ruedas con ejes, unos lentos carretes aplastados. 

Las bobinas con la voz lúcida de Borges acumularon las espirales del polvo, en los sótanos de esa universidad de Massachusetts, durante más de treinta irrepetibles años. Las rescató a finales del siglo xx un investigador rumano, que las transcribió y editó: Arte poética se titularon las charlas. Borges ya había fallecido en Ginebra: enfisema pulmonar rodeado de cáncer hepático. Pero aquellas conferencias siguieron con vida. En la que había dictado el 16 de noviembre del 67, defendía que la poesía atesora, y sabe repetir, doce metáforas universales, modelos, “con un número infinito de variaciones”: las estrellas concebidas como ojos, o al revés, la vida como un sueño, el hecho de dormir emparentado a la certeza de morirse… Borges concluía esencialmente: no hay poesía sencilla o recargada, sino poesía que esté viva o muerta.

Por descender a la materia prima del poeta verdadero, por mirar bien de cerca las palabras, algunas —reconocemos— han perdido parte de su vida. Se han encerrado en la propia utilidad de designar seres, cosas, emociones, conceptos, criaturas y vislumbres de la imaginación… y se les ha apagado, se les ha hecho débil, la luz con que nacieron. Propongo aquí una reflexión con casos de voces que se han encerrado sobre sí mismas después de apuntar al centro de las cosas que nombraban. Palabras que han tapado su primer significado, para que nos devuelvan su resplandor y su claridad.

La palabra enfermo, por ejemplo, ha dejado de ser transparente. Significa lo contrario de firme, es decir: enfermo es quien no puede sostenerse en pie y necesita tumbarse, recostarse para ver aplacado su dolor y esperar que le presten atenciones y cura. En latín, lo contrario del ocio, ya saben ustedes, es neg-ocio, negotium. Y lo contrario de amigo (no-amigo) resultaba ser in-amicus, inimicum. Ahí se esconde la palabra enemigo. Un ilustrado especialista, Mariano Arnal, plantea que “si Roma, para emprender una guerra, hubiese tenido que esperar a que la atacasen, nunca hubiera formado su Imperio”. Quienes no eran de los suyos —añade—, por no mediar un acuerdo ni una obligación de proteger sus territorios, podían ser sus adversarios, y Roma les podía arrebatar lo que tuvieran. Querer también a los que no son amigos cobra así un sentido más alto.

Cuestión procede del acusativo latino quaestionem, y se emparenta con quaerere, es decir, ‘buscar’. De ese buscar latino, quaerere, viene nuestro castellanísimo querer, que casa en nuestro idioma con el verbo amar. Y bajo amar, según sugieren muchos historiadores (imaginativos y afectivos), corre la curiosidad de relacionar el verbo con esa voz repetida que emiten los recién nacidos cuando reconocen a la mujer que les quiere y les ha traído a esta vida y les dedica tiempo y afecto: la llaman repitiendo y balbuceando ese sonido universal —como la tos de un niño, como su carcajada, como su llanto íntimo—, abriendo los labios y cerrándolos, abriendo la boca y dejando escapar el aire por los orificios de la naricilla: ma, ma. De ahí —ojalá sea cierto— amare.

A algunas les ha desaparecido su sello originario: excursión hace referencia a la acción de correr o de andar fuera, por algún sitio menos cotidiano. 

No faltan las metáforas en otros idiomas. En esa milenaria lengua que es el euskera, bombero se dice suhiltzaile y significa ‘el que mata el fuego’; argibidea, traducido como ‘información, aclaración’, une dos conceptos: luz y camino, por eso informar es dar luz al camino.

Borges, en aquel curso de Harvard, insistía en que la poesía devuelve su magia, su fuego, a las palabras, y que leer exige creer en el poeta. Poesía se enlaza misteriosamente con la realidad de hacer, con convertir las emociones en materia más allá de la palabra. Hacedor significa poeta. Que no falten.


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Categorías: Literatura