Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Óscar 2020: sueño americano o pesadilla coreana

Texto y críticas: Ana Sánchez de la Nieta  

Nunca había sucedido que el Óscar a mejor película fuera para una cinta de habla no inglesa. Analizamos el éxito de Parásitos en la última edición de los premios de la Academia.


La entrega de los Óscar es, sin duda, una buena percha informativa para hablar de cine. Te pongas como te pongas —y puedes ponerte exquisito o displicente o cínico o friki— siguen siendo los premios más importantes de la industria del cine. Te pongas como te pongas, no hay quien se resista a recorrer la cartelera mirando las nominaciones de las películas. Y, te pongas como te pongas, las exhibidoras saben que las cintas premiadas impulsarán la taquilla, o el alquiler, o los visionados en Netflix las siguientes semanas. La aldea global es muy hollywoodiense en este campo.

Esto sucede cada año. Pero hay años, y este ha sido uno de ellos, que además de los premios pasan cosas: campañas, equívocos, caídas o discursos imposibles… Pero no me refiero tanto a esta categoría de anécdotas.

En la anterior edición de los Óscar ocurrió algo nunca visto. Por primera vez en noventa y dos años, los académicos premiaron como mejor película una cinta en habla no inglesa. Que es lo mismo que reconocer oficialmente que el cine puede rodarse en cualquier sitio y en cualquier lengua. Antes de Parásitos, otras dos cintas hicieron historia, y hablar de ellas ayuda a entender la importancia de la película coreana. En 1987, una coproducción británico-francesa-china-italiana ganaba el Óscar. Se trataba de El último emperador, de Bernardo Bertolucci. Fue un hito... No obstante, la película estaba rodada en inglés y, si uno recorre sus créditos, encuentra el protagonismo fundamental de unos estudios americanos (Columbia Pictures). Otro hito lo marcó The Artist, de Michel Hazanavicius, en 2011, al ganar también el Óscar grande. Con una temática absolutamente hollywoodiense —de hecho, parte de la acción transcurre en Hollywood— pero de producción, dirección e interpretación francesa. Aunque, detalle clave, la película era muda.

Con estos dos precedentes, se comprende la relevancia de Parásitos. Una obra surcoreana escrita, dirigida, producida e interpretada en coreano. Y que habla además de dos familias coreanas. Una de ricos y pijos y otra de impostores. Desde su estreno en el Festival de Cannes y su Palma de Oro, Parásitos demostró que había llegado para quedarse. A pesar de ser un producto inclasificable, que comienza como comedia descacharrante y termina como cine de terror, el público de todo el mundo se ha rendido a sus pies. Y la crítica se ha mostrado unánime en el elogio. Y ha conseguido que la conservadora academia americana decida que ya va siendo hora de ver películas con subtítulos como hace cualquier espectador en casi cualquier lugar del planeta. 

Es cierto que la victoria de Parásitos, como señala con acierto Alberto Fijo en Fila Siete, no es un brindis a los cinéfilos ni un pasaporte a los Óscar para el llamado «cine de festival». Parásitos, dice Fijo, es una película que ha sabido entender que el cine es industria y que hay que ganar dinero. Ha sabido venderse y hacer una campaña de promoción como la de las películas grandes que quieren ganar una estatuilla. De hecho, el equipo de Parásitos se instaló dos meses en Hollywood. La tierra es para el que la trabaja. Y, si querían el premio, tenían que trabajar, en este caso, el asfalto de Los Ángeles.

Ojo, que con esto no quiero decir que todo el mérito sea de la promoción ni de la taquilla. La película surcoreana, con todo su salvajismo, me parece una genialidad. Por la universalidad de la historia, por el montaje, por el ritmo, por el manejo del cambio de tono. Y, sobre todo, por su potente enseñanza moral, en medio de su inmoralidad. Parásitos es una tremenda crítica a la cultura de la mentira. Y esa crítica es hoy muy necesaria.

El premio de Parásitos eclipsó una edición, por otra parte, ejemplar. Las películas que no ganaron habrían sido hace unos años magníficas vencedoras. Desde el clasicismo de 1917, hasta la radicalidad de Joker, pasando por la inteligencia de Mujercitas, el dramatismo de Historia de un matrimonio o la lección de cine de El irlandés.

Asimismo terminó Parásitos con las aspiraciones de Pedro Almodóvar, que, después de unos cuantos títulos absolutamente descafeinados, recuperaba músculo con Dolor y gloria. Hubiera sido una excelente ganadora en la categoría de película internacional… pero ahí concursaba también Parásitos. Al final, para muchos, el sueño americano se estrelló con la pesadilla surcoreana.