Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

«Para un artista la búsqueda del éxito es algo indecente»

Texto Salomea Slobodian [Fia Com 19]  y Miguel Ángel Iriarte [Com 97 PhD 16] Fotografía Manuel Castells [Com 87] y José Juan Rico Barceló

En los últimos meses, Antonio López (Tomelloso, Ciudad Real, 1936) ha visitado dos veces la Universidad de Navarra; para impartir el XI Taller de Pintura «Maestros de la figuración» y, más recientemente, invitado a un coloquio en la inauguración del edificio Alumni de Madrid. Con ocasión del número 700 de la revista, este doctor honoris causa de la Universidad ha compartido con Nuestro Tiempo ideas y proyectos.


El contraste entre lo abrumador de su currículum y lo cercano de su trato resulta llamativo, desconcertante. Cultura y sencillez abundan y se funden en Antonio López, uno de los artistas españoles más reconocidos, cotizados y queridos por el público nacional e internacional. 

Una figura de personalidad y trayectoria tan ricas obliga a centrar la conversación en unos pocos puntos. Ante esa necesidad, el marco universitario de sus estancias en Pamplona, acompañado por el artista navarro Juan José Aquerreta y la profesora de la Escuela de Arquitectura Inmaculada Jiménez, ofrece una oportuna puerta de entrada: el “Antonio López maestro”, alguien que —como él mismo ha dicho— no viene a Navarra «ni a enseñar ni a aprender: solo a estar junto a los alumnos con un respeto extraordinario, tratando de ayudar a que sean ellos mismos».

Sus alumnos se sienten afortunados por asistir a sus cursos y le consideran un verdadero maestro. ¿Qué le parece?

Personalmente, no me considero un maestro. Los talleres son una reunión de pintores que comparten el amor a la profesión y también las dudas. Somos una familia que va en la misma dirección. Quizá tú sabes un poco más, como también entre los participantes hay personas que saben más o menos. Yo no veo aquí la idea del alumno y del maestro; para nada. Ellos te dan una cosa y tú les das otra. Yo puedo ofrecerles mi experiencia como pintor, por la cantidad de años que llevo trabajando. Claro, allí les saco mucha ventaja. Pero las otras personas te regalan una frescura, una ingenuidad, un entusiasmo, un amor… En fin, hay muchas cosas que se comparten y que no están en el programa de ningún taller. Cuando yo estudié, la presencia de un profesor era un poco aplastante. Ahora, nos tuteamos todos y somos lo que somos: pintores. Algunos tienen más edad, otros menos, pero esto no quiere decir que sepas más ni menos o que valgas más o menos.

 

Nortes en su formación artística 

 

Durante sus años de estudio en Madrid tuvo tres puntos de referencia: la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, el Museo del Prado y el Museo de Reproducciones Artísticas, que entonces estaba en el Casón del Buen Retiro. ¿Recuerda algunos profesores que le marcaran especialmente en esa época?

En general, no. Yo era muy joven y muy obediente, pero nada de lo que me decían me parecía útil de verdad para mí. Hubo una excepción: Soria [Francisco Soria Aedo, Granada, 1897-Madrid, 1965]. Me insistía en que a mis pinturas les faltaba algo: solidez, consistencia. Me repetía: «¡Más entero, más entero!». Cuando entendí este comentario fue una revelación, porque dio en la clave. Con el tiempo comprendes que eran grandes profesores, aunque en aquel momento, en la Escuela de Bellas Artes se habían quedado muy atrás en el conocimiento de lo que ocurría en la pintura; eran muy lejanos, nos hablaban de unos pintores o de unas formas de pintar por las que nosotros ya no sentíamos curiosidad: estaban fuera de su época. Sin embargo, eran verdaderos artistas y tenían un mundo profesional de muchos años. A lo mejor, uno no aceptaba todo lo que le decían, pero sabían de la pintura: eran pintores. Ahora, a menudo no lo son porque han dejado de pintar. Saben mucho porque han leído mucho y han visto mucho, han visitado ferias y tienen un cuerpo teórico, una estructura más cercana de lo que deben ser las cosas. ¡Pero no saben de pintura! Haber pintado es muy importante: te une mucho.

 

Además de algunos profesores, ha reconocido que su tío y su esposa han influido en su trayectoria como artista. ¿Hasta qué punto?

La vida ha puesto a mi lado a mi tío Antonio [López Torres] y a Mari. No han sido personas de éxito —aunque en el mundo del arte sí son conocidos—,  ni con un talento especial. Pero tienen algo espiritual que ofrecer a los demás; algo tan alto, tan puro, tan elevado, con tanto mérito, que a mí me paraliza. Es lo que te puede dar un santo, si hay santos en la tierra. Creo que hay un arte maléfico y otro benéfico. El de Mari y el de mi tío es algo bueno, que no trata de imponerse, que no abusa de la buena fe del público. Eso ocurre pocas veces porque los artistas queremos gustar siempre y conquistar y, en algunas ocasiones, forzamos las cosas. En cambio, yo creo que la búsqueda del éxito es algo indecente y que hay que intentar huir de esa actitud como de la peste, aunque salgas ganando de momento. Para mí el éxito es la aceptación por parte de los demás de tu verdad; que para los demás sea útil lo que tú dices sobre el mundo, que les resulte interesante, valioso.

 

En alguna ocasión ha dicho que habla con Velázquez todos los días y que se entiende bien con Fidias, Giacometti o Bacon. Sin embargo, otros autores le aburren, Picasso entre ellos.

Picasso ha tenido un valor enorme para todos. Otra cosa es que se te acabe antes que otros. A mí se me acaba antes que Velázquez, por ejemplo. Velázquez no se me ha acabado ni como espectador ni como pintor; para mí es un enigma y es una presencia que no me cansa. Picasso sí me cansa, me aburre un poco, porque es muy invasivo y la sociedad lo ha usado también de una manera invasiva; llegó un momento en que ya no me aportaba más. Puede ocurrir también con Rubens y con muchos pintores históricos, sus trabajos llenan los museos pero no necesitas ver más.

 

¿Sigue pensando que, como ha comentado alguna vez, hay mucho arte caducado en los museos?

Sí, muchísimo. Un amigo mío, Francisco López [escultor fallecido en 2017], un gran artista, cuando se estaba remodelando el Prado y se estaba discutiendo si había que ampliarlo, decía: «¿Por qué ampliarlo en vez de quitar lo que sobra?». Porque sobran cosas en el Prado, en el Louvre y en todos los museos. Por supuesto, de mi obra también, aunque haya hecho pocas pinturas y esculturas. Siempre se hacen cosas que sobran. Desde el Renacimiento, hasta los mejores tienen obras de circunstancia, en que el artista ha actuado por obediencia a un mandato de la época o de alguna institución. Se hacían las obras por encargo, y no todos los encargos se pintaban con la misma ilusión.

 

Arte y universidad

 

Por desgracia, hoy en muchas instituciones universitarias el arte no está entre las prioridades de la formación que ofrecen. En muchos casos, como en algunos conciertos y exposiciones, se convierte en un objeto de consumo más. ¿Qué cree que debería hacer una universidad en el campo artístico?

Lo primero es que el profesorado tenga la altura como para dirigir a los demás. El fallo está ahí. Yo creo que, por lo general, en las ciencias hay un cuerpo de docentes bien preparados en todas las universidades. Y también en la historia del arte y en otros campos. Incluso muchos de los mejores arquitectos son profesores. Pero en lo que es estrictamente el mundo de la pintura y de la escultura, los mejores viven de su trabajo, no necesitan la enseñanza; les quita tiempo. Tàpies, Chillida, Palazuelo o Gordillo hacían su tarea y con esto les bastaba y se les llenaba la vida. La universidad podría corregir eso incorporándolos como visitantes. Cuando estudiaba Bellas Artes, ninguno de los mejores pintores estaba en la enseñanza. Eran Picasso, Chagall, Dalí… La universidad tendría que ser más generosa, darse cuenta de lo que pasa. No se les puede obligar a enseñar, pero sí invitarles, y no lo harían por dinero; lo harían nada más que en un gesto de generosidad por conocer un espacio que aman.

 

Si un joven desea ser artista hoy, ¿cómo cree que podría abrirse camino: yendo a una escuela de Bellas Artes, teniendo una formación universitaria previa? 

No lo sé. Mi experiencia es que los cinco años de estudio de Bellas Artes me cambiaron la vida por todo lo que trabajé allí. También por los profesores, aunque no les hiciera mucho caso. Y, sobre todo, por los compañeros que sabían más que yo. El conjunto me enseñó muchísimo y cogí un apego enorme a esos lugares, que me dura todavía. En un momento determinado, me ofrecieron dar clases en la Escuela de Bellas Artes y estuve encantado cinco años. En mi primera sesión, cogí varios libros de pintores que me gustaban —entonces nadie hablaba de ellos ni se veían en las exposiciones—, y los repartí por las paredes para que supieran quién era Bacon, quién era Giacometti, quiénes eran esos artistas que había que conocer. Yo creo que lo básico es saber qué arte se hace en nuestra época, porque eso permite acceder a la obra de los antiguos. Lo primero es estudiar el presente y, además, bien, no mal, a través de los tópicos. Y los talleres sirven para reparar un poco esas carencias.

 

Figuración, abstracción, realismo 


El escritor Francisco Nieva dijo que, en el contexto del arte contemporáneo, Antonio López puede parecer un anacronismo y que usted no está sujeto a la distinción entre el realismo y la abstracción: que «Antonio López es él mismo». ¿Qué opina de su etiqueta habitual como autor fuertemente realista frente a la corriente dominante de la abstracción?

Yo prefiero hablar de figuración más que de realismo. Además, mi pintura no va en contra de nada. No es verdad que vaya contra la abstracción. De hecho, siento una enorme admiración por la abstracción. Sin embargo, creo que nos han enseñado mal las cosas: de los profesores ignorantes que decían que los modernos abstractos no sabían pintar hemos pasado a lo contrario, a la gente débil que se ha unido a la voz general, no quiere enfrentarse a ella y no tiene deseo de rebeldía porque es peligrosa. En medio hay una serie de pintores figurativos que quedan fuera de ese encadenamiento de la modernidad.

 

¿Y ahí está usted?

¡Nosotros! Decir que esté yo solo es algo absolutamente equivocado. La mitad de los pintores buenos del siglo XX son figurativos, pero pocos han emergido al conocimiento general o popular. Hay una lista larga de pintores insignes que no se conocen —por ejemplo, José María Mezquita— y otros algo más populares: Balthus es muy bueno, Lucian Freud, Hopper, Andrew White

 

Ha dicho que en la naturaleza recibe «impresiones muy misteriosas». ¿Qué son? ¿Cuál es el detonante de una obra de Antonio López?

Eso lo decimos todos. Lo puede decir Buñuel, Hitchcock o un taxista, que también recibe impresiones misteriosas, solo que él no hace arte con eso. No creo que el artista tenga sentimientos distintos de los demás. Pero hace su trabajo con esas emociones de dolor, de misterio, de pena, de fragilidad… Para él esa emoción es el motor de su trabajo. La gente siempre se ha emocionado con la misma intensidad que los artistas o incluso mayor. Y se han vuelto locos, han padecido y han disfrutado mucho, pero no han llegado a hacer cuadros ni novelas con eso. Poder trabajar con tus sentimientos te alivia el mal, lo saca afuera, hace con ello algo bueno para los demás; hasta se puede vivir de eso. 

 

¿Es esa su descripción de la creatividad?

La creatividad está en el arte, en tener un hijo o hacer un guiso. El hombre tiene esta capacidad y la expresa de muchas formas. Ahora parece que ha quedado reducida casi en exclusiva al arte, pero no es así. Hay personas muy creativas, que sienten la vida y no hacen arte. Todos tenemos sentimientos; quizá la diferencia es que los artistas los materializan. El pintor, si es bueno, va afinando toda esa sensibilidad en una dirección artística. Y, además, es necesaria también la bondad, que es una forma de inteligencia superior; la bondad verdadera, no solo la de hacer bien las cosas.

 

Entre sus actuales proyectos está una escultura de Cristo para la catedral de Vitoria. Es su primera obra religiosa. ¿Qué reflexión va a materializar allí?

Es una crucifixión. Yo pienso que el arte religioso hace siglos que no se ha renovado, quizá desde la época de Velázquez. Casi no hay arte sacro de valor desde el siglo XVII en todo Occidente. Lo interesante es intentar hacer un cristo que sea de nuestra época. Es lo que me despierta, el motivo principal por el que lo haría: la posibilidad de hacer una figura de Cristo que corresponda a nuestra sensibilidad, a nuestra manera de vivir la religión. Yo no soy un religioso activo, pero siento lo religioso. Y siento que, como decía Bacon, la crucifixión es un tema verdaderamente grande, extraordinario, impresionante, que rebasa el límite de la religión. Me parece muy interesante afrontarlo, pero siempre que los responsables de la Iglesia y las instituciones me dejen la suficiente libertad. De momento, la tengo, pero veremos conforme se vaya avanzando el trabajo porque pasar del cristo de Velázquez al cristo del siglo XXI es muy difícil. La gente tiene la imagen de Velázquez, entiende que esa es la grandeza, pero ¡no puedes hacer otro cristo de Velázquez! Confían en mí porque soy un autor figurativo; Rothko o Mondrian no podrían pintar una crucifixión. Dalí sí pudo, porque era figurativo. Veremos.

 

En alguna ocasión ha hablado de unos pocos temores. Uno de ellos es el miedo a no vender. Otro, a «perder facultades». ¿A qué se refería?

Lo segundo no me inquieta mucho, aunque lógicamente me canso más, y ahora no me veo capaz de esfuerzos que antes hacía. Me preocupa más la idea de que la gente te vuelva la espalda. Esa es la amenaza para todas las personas que viven del arte: el cineasta que estrena, el escritor que publica… Todos esperan qué va a decir El País o la crítica en general. Puedes callártelo, pero es así. Yo tengo ochenta y dos años y no me puedo quejar porque voy viendo a mi alrededor cosas terribles con los personajes de mi generación.

 

Hay personas que aseguran no arrepentirse de nada. ¿Usted?

No, de nada. A lo mejor, de haber callado cosas. Mi amigo Paco López decía una frase con la que no he estado de acuerdo: que el hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras. A mí me ha pasado lo contrario: no me he arrepentido nunca de haber dicho algo. He sido siempre esclavo de mis silencios.

 

¿Y echa en falta algo?

Algo sí. Sobre todo, que mi mujer estuviera bien; que apareciera algo en el mercado que la sacara de donde está. Pero decir eso es una tontería… ¿La pregunta es si echo algo en falta? No, nada. Francamente, nada.