Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 718

«La ciencia es, por encima de todo, una obra colectiva»

Texto Laura Juampérez [Com 05] Fotografía Justy García Koch

El catedrático de Física Pedro Miguel Echenique Landiribar (Isaba, Navarra, 1950) cree en la suerte: aquella que le otorgó unos padres preocupados por su educación; unos profesores —se graduó en Física por la Universidad de Navarra en 1972— «que siempre dieron más de lo exigido»; y el ejemplo y la amistad de Pedro Pascual, uno de los científicos más relevantes del siglo pasado en España. Involucrado no solo en la práctica de la ciencia sino en su gestión, preside tres de los centros punteros del país: Donostia International Physics Center, Centro de Investigación Cooperativa Nanogune y BERC Materials Physics Center, con cuatrocientos científicos de más de treinta países y un presupuesto anual superior a los veinte millones de euros.


A sus 68 años, los premios y reconocimientos se agolpan en el amplio despacho que ocupa en el Donostia International Physics Center (DIPC), en San Sebastián. El último de ellos, como miembro honorario de la European Physical Society, formada por una veintena de científicos, de los cuales ocho ostentan un Nobel. La Medalla de Oro de Navarra, concedida en 2016, también sobresale entre los grandes merecimientos de este científico humanista, de mirada global y profundas raíces locales, para quien dos palabras de su tierra lo significan todo: ama eta alabak (madre e hijas). Con él nos zambullimos en una manera de entender la ciencia y la investigación. La manera, además, de un alumni Universidad de Navarra.

 

Si echa la vista atrás, ¿cree que un niño de un entorno rural como el pequeño pueblo de Isaba (en el valle de Roncal, en Navarra) tendría hoy las mismas oportunidades que tuvo usted?

Hacia dónde vas depende de dos o tres cosas: del entorno y la familia; del trabajo y el esfuerzo que cada uno ponga; y, en último término, de la suerte o la falta de ella. Me siento afortunado por mi familia; un padre médico y una madre maestra, muy preocupada por nuestra educación. Con el tiempo he aprendido a valorar lo que esto supone.

Tuve suerte con el colegio en el pueblo, donde había muy buenos profesores, y luego en el colegio de Lecároz. Y también en la Universidad de Navarra, donde estudié Físicas, y a la cual tengo presente en los reconocimientos y premios que recibo. Después, por conseguir la beca March para irme a Cambridge. No intenté marcharme a otros sitios, sino que pude elegir a dónde ir.

La vida me ha tratado bien. Soy consciente de que otros, con mis aptitudes, no han tenido las mismas oportunidades. Ahora hay más opciones, y muchos más obstáculos.

 

Avelino Corma, con quien comparte el Premio Príncipe de Asturias, contaba en otra entrevista para Nuestro Tiempo que en su vida había resultado fundamental la influencia de su padre, un pequeño agricultor que cultivaba naranjos en Valencia. ¿En qué diría que influyeron los suyos en usted?

Avelino es un gran amigo, y un científico excelente. En mi caso, diría que más que ayudarme a pensar o enseñarme a plantearme preguntas (como recordaba Avelino), mis padres me inocularon el principio de que cuanto más educado fuera, más oportunidades tendría; de que aquello que fuera a hacer, procurara hacerlo bien; que estudiara para entender. Ese fue su legado y es lo mismo que intento transmitir a mis hijas.

 

En su discurso para la recepción de la Medalla de Oro de Navarra (en 2016) incluyó una frase de André Gide: «Todas las olas del mar deben la belleza de su perfil a las que les precedieron y se retiraron». ¿A quién recuerda especialmente de su paso por la carrera de Ciencias  Físicas en la Universidad de Navarra, en San Sebastián?

Esa frase de Gide recoge verdad y belleza. Recuerdo a muchos profesores que fueron muy importantes para mí, como la profundidad y pasión de Agustín del Moral —que me dio clase de Física en 1.º en Pamplona y de Física del Magnetismo en San Sebastián, en 4.º y 5.º; la claridad de ideas de Iraburu, que nos enseñaba Álgebra; el Cálculo de Basterra; y la forma tan nítida de resolver problemas del profesor Lobo. Tampoco olvido las clases de Biología de Álvaro del Amo. Toda mi vida me ha apenado no haber estudiado más Biología. Para mí, la Física era mucho más fácil.

En Física Cuántica había muy buenos profesores, como don Facundo Sancho; Benito en Álgebra; Pargada en Cálculo; y Miguel Ángel Erro en Electrónica; y Juan Sandoval, que luego fue mi padrino en el honoris causa por la Universidad Pública de Navarra.

Mis profesores de la Universidad de Navarra dieron mucho más de lo que se les exigía. En su docencia se notaba una ilusión personal. Con el tiempo he comprendido lo difícil que resulta enseñar algo, en el sentido de la competencia técnica. Creo que la misión del profesor consiste, más bien, en despertar el afecto de sus alumnos por el conocimiento porque, una vez que algo les guste, lo harán bien.

 

¿Es compatible esa dedicación con los tiempos en los que se mueve hoy la investigación, más propios del «publicar o perecer»?

Los indicadores que se utilizan para cuantificar la ciencia —que son buenos, porque hay que medir las cosas—, si se llevan a extremos, como ahora, pueden empeorar la calidad de los trabajos. Además, ocurre que la investigación se valora con criterios que no consideran lo intangible, los componentes irracionales o los temperamentos de los investigadores.

Para la ciencia es muy importante el sosiego, la tranquilidad. Una persona que no esté dispuesta a perder el tiempo es muy difícil que haga algo original. La ciencia no es posible sin creatividad. Y requiere comunicación: a los pares y a la sociedad.

En los grupos que he dirigido he procurado que se combine la emulación con la cooperación mutua y, a la vez, que haya libertad para fracasar. Aquí debe regir la dualidad del principio de Heisenberg: equilibrio. Tampoco puedes fracasar siempre, pero cuando escucho a los jóvenes científicos decir «He publicado un Nature o un Science»… Nosotros nunca decíamos eso, sino «Hemos hecho tal cosa y se ha publicado en esta revista». Science es un medio para transmitir algo nuevo, no un fin en sí mismo.

 

¿Cómo recuperar ese equilibrio sin perder la competitividad propia de los proyectos científicos?

Sosiego y libertad de fracasar son algo más que bellas palabras. La aceleración que se está imponiendo puede ser mala para la creatividad, por llevar a trabajos buenos que en el fondo son continuistas. Al mismo tiempo, no resulta viable dedicarse solo a ideas aparentemente brillantes que no se acompañen de un estudio profundo y una competencia técnica suficiente. Publish, but not faster than you think [Publica, pero no más rápido de lo que piensas].

En este sentido, el sistema de citas —que a mí me conviene porque yo he sido muy citado— no debería ser el único criterio. Desconfío de quienes creen fanáticamente en los indicadores y de aquellos que no creen en ningún tipo de medición. Una vez más: equilibrio. Hace falta que los evaluadores sepan cuáles son los intangibles, las componentes irracionales… No decidir solo sobre la base de indicadores cuantitativos. Por otro lado, a algunos de los grandes catedráticos del sistema tradicional español no les habían citado nunca. Ese tampoco podía ser el camino.

 

En referencia a uno de esos genios, el catedrático Pedro Pascual, su maestro, usted decía que lo que más admiraba de él era su generosidad. En ciencia, y en particular cuando se dirige un departamento o un instituto, ¿competencia y colaboración van de la mano?

Pedro Pascual fue un docente e investigador de altísimo nivel que, en mi caso, me acompañó en circunstancias muy difíciles. 

Era un hombre de una gran generosidad y competencia. Precisamente él diseñó el sistema de evaluación español mediante tribunales y sexenios, que no resulta ni agobiante ni excesivo. Qué menos, para un buen científico, que publicar cinco artículos en cinco años. No quince artículos al año. De hecho, si un investigador joven publica quince artículos al año, yo sospecharía: o no valen la pena o se ha apuntado a trabajos que no ha hecho. Una vez más, equilibrio.

Pedro Pascual, además, era una persona muy exigente, sobre todo con él mismo. Me enseñó a no pedir a nadie lo que tú no hayas sido capaz de hacer antes. Y generoso: disfrutaba de los éxitos del otro como si fueran suyos. Aprendizaje relevante para los jóvenes investigadores, que a veces pueden ver con envidia los logros de sus compañeros. 

 

¿Qué ha intentado aplicar de todo ello en la dirección de sus equipos?

Dar libertad con responsabilidad: Freedom to fail, but hard work. Les aconsejo que tengan intereses amplios; que no trabajen solo en un tema porque, si te estrellas, quedas frustrado. También, que colaboren y se centren en lo que les atraiga de verdad y suponga una aportación para la ciencia y la sociedad. No en problemas más o menos sencillos que les sirvan para publicar un paper rápidamente… La investigación es, por encima de todo, una aventura intelectual. Por eso requiere de mucha voluntad. Ramón y Cajal decía: «Toda obra grande, tanto en ciencias como en letras, es fruto de una gran pasión al servicio de una gran idea». Y la pasión lleva intrínsecamente la voluntad, la tenacidad.

Llegado a un cierto nivel, creo, no hay grandes diferencias intelectuales entre los investigadores. Los resultados, con frecuencia, se deben a la suerte, a las circunstancias, a esa voluntad y a encauzar todo aquello en una obra colectiva… Porque la ciencia es, sobre todo, una obra colectiva. Los estudiantes deben saber, desde el inicio de su carrera, que son eslabones de una larga cadena, donde cada uno ejerce una función imprescindible para el conjunto.

 

En alguna ocasión ha comentado que considera clave la experiencia internacional, no solo por lo que se puede aprender fuera, sino porque allí «se aprende a aprender de otra manera», aunque usted ha podido volver y otros no.

Lo que se ha producido en España —creo que no así en la Comunidad Autónoma Vasca ni en Navarra, donde se ha dado continuidad a las políticas de apoyo a la ciencia— es difícil de entender, porque retener el talento resulta, además, muy barato. No se entiende que aquí se haya reducido la inversión en ciencia de manera continua, mientras que Alemania ha ampliado la financiación un 5 por ciento anual mediante un pacto de Estado.

Para más inri, se ha pedido a mucha gente con talento que regrese; se le han prometido unas condiciones y, a continuación, les hemos dado la espalda. Con esas personas se ha cometido una injusticia social y un auténtico despilfarro económico para el país. En mi opinión, o nos hacemos más inteligentes o seremos más pobres, y las consecuencias las sufrirán las generaciones futuras.

En Navarra y en la Comunidad Autónoma Vasca las cosas se han hecho mejor. Cuando me nombraron consejero de Educación en Euskadi, en 1980, miré la inversión en ciencia y era un 0,065 por ciento del PIB, unas seis veces menos que la media española. Hoy rondamos el 1,9 por ciento, en ligero retroceso. En Navarra creo que el porcentaje es similar. En España, un 1,1 o 1,2 por ciento. Tampoco ayuda el déficit en la inversión privada.

 

 

Una estructura para atraer y retener talento

 

El Donostia International Physics Center (DIPC) nace de la alianza público-privada. ¿Dónde buscó la inspiración para crearlo?

Procuro siempre emular lo que se hace bien en los centros de vanguardia. Esto es: dar libertad y medios, y creer en las personas más que en los proyectos. Los gestores se deben dedicar a conseguir los fondos y los investigadores, a lo suyo. El sistema actual —de continua búsqueda de financiación por parte de los investigadores— obliga a los mejores cerebros a concentrarse en los medios, en lugar de los fines. Así, lograr un proyecto se acaba entendiendo como un éxito en sí mismo, y no lo que cada uno aporte en él. Los medios sustituyen a los fines. Esto lo tienen muy claro en el Max Planck, en Berkeley, en Harvard o en Cambridge.

 

Esas dinámicas, ¿no le vienen impuestas al investigador incluso desde las instituciones que promueven los proyectos?

Por supuesto. Y se está llegando demasiado lejos. Yo me inspiro en modelos como el Cavendish Laboratory, de la Universidad de Cambridge (donde se descubrieron el electrón y el neutrón, o la estructura de doble hélice del ADN). Muchos de los investigadores que trabajan allí no piden proyectos. No los necesitan. En buena medida porque no requieren de una gran inversión y, sobre todo, porque cuentan con fondos estructurales de la propia universidad.

En este sentido, hay que reconocer que la ciencia se ha democratizado. Ha salido de las instituciones de élite y ha entrado en la política económica y de desarrollo de un país. Esta masificación demanda muchos más proyectos, y obliga a competir para obtener más fondos. No obstante, los grandes centros siguen requiriendo de una financiación estructural, de modo que la actividad diaria quede garantizada mientras se buscan fondos externos para grandes planes concretos.

Sea como fuere, que un investigador, de forma constante, esté abocado a competir por convocatorias para su supervivencia resulta dañino para la ciencia, e impide el sosiego. Es cierto que el sistema norteamericano funciona así, aunque no en las grandes instituciones.

La burocracia de los proyectos, además, asfixia al investigador con demasiados informes. Activity is not achievement [La actividad no es un logro]. Tenemos a mucha gente muy ocupada, pero ¿qué hace? La burocracia es uno de los cánceres de la investigación. Y el sistema de
accountability [rendición de cuentas], que tiene que existir, debe recaer en gente capaz de medir los intangibles o, de otro modo, resultará más perjudicial que beneficioso.

 

¿Cómo encontrar ese equilibrio entre control y libertad, entre el sector público y el privado, entre el sosiego y la competitividad?

El desarrollo, para ser sostenible, ha de ser armónico. La sociedad y sus distintos actores conviven en un ecosistema. Esto significa que lo que le sucede a una parte afecta a cada unidad y al conjunto. Si esto lo trasladamos a la investigación, el sector público tendrá que ser el financiador principal en lo estructural, pero los proyectos se deben conceder exclusivamente por criterios de calidad objetivos, sin importar su promotor.

 

En el caso de las universidades, ¿cuáles diría que son sus carencias dentro del ecosistema científico español?

La universidad en España, en general, adolece de falta de políticas a largo plazo y de una estructura burocrática, funcionarial, que impide el cambio y provoca que todos sean igualmente malos por querer imponer que todos sean igualmente buenos.

El problema, en el fondo, es un fallo en el sistema de gobierno. Yo soy partidario, en contra de la mayoría, de una total autonomía para las universidades. Cuando preguntaron a Harriman, embajador de EE. UU. en la ONU, por cuáles eran las cien mejores universidades del mundo, respondió: «No lo sé. Muchas son
americanas. Y las cien peores son todas americanas». Si queremos que todos nuestros campus sean igual de buenos, todos serán igual de malos.

Dicho sea de paso, las universidades españolas poseen, en general, un nivel bastante elevado teniendo en cuenta sus limitaciones. Me gustaría tener un dato que aún no he podido encontrar en ningún ranking: el del puesto que ocupan los centros en función de su financiación.

 

 

Ciencia, sociedad y comunicación

 

Otra reivindicación que está tomando mucha fuerza, dentro y fuera de la universidad, es la de la igualdad de oportunidades para hombres y mujeres.

Nosotros en Passion for Knowledge (un evento de divulgación científica organizado por DIPC) buscamos a gente top de cada área. Y como en los puestos más altos normalmente hay hombres, solo traíamos hombres. Ahora tenemos en Comunicación a dos personas muy valiosas, y muy concienciadas, —ambas son doctoras en Física— que ponen el acento en esta realidad. Si miramos con detenimiento, encontramos a muchas mujeres al mismo nivel, aunque quizá no dirijan su departamento.

Reconozco que, hasta la fecha, no daba ninguna importancia a este tema, a pesar de ser hijo de una maestra, padre de dos mujeres y marido de una doctora en Medicina por el Karolinska. Aun así, por mi educación, no veía que hubiera un problema. La realidad es que las mujeres han tenido, y tienen, muchas más dificultades para llegar arriba. Creo que en el futuro esto va a cambiar de manera radical. No obstante, debo admitir que los tres centros que presido están dirigidos por hombres, a pesar de que algunas de nuestras mejores investigadoras son mujeres. Entonces me dicen: «Necesitamos un plan de género», y tienen razón. Por eso, sin un ánimo regulatorio, sin imponer leyes, hay que hacer algo para acelerar un cambio que es justo y necesario.

 

Recientemente se ha estrenado en Madrid la iniciativa Ciencia en el Parlamento, que ha conseguido reunir a científicos y políticos para crear espacios de asesoramiento en ciencia similares a los existentes en otros países. ¿Qué le parece?

Una buena idea. Muy anglosajona. Al igual que otros colectivos acuden a las instituciones para asesorar en determinados temas, veo positivo que los parlamentarios cuenten con el conocimiento de los científicos no solo en asuntos de ciencia, sino para aplicar criterios científicos en otros muchos campos de gobierno.

En Inglaterra, por ejemplo, hace años que existe el chief scientific advisor (asesor científico del primer ministro). En España, en cambio, en el Parlamento lo que hay es una sobreabundancia de abogados y economistas. Nunca he entendido por qué no se cuenta, por ejemplo, con muchos más ingenieros y científicos.

 

En su trayectoria —ya hemos hablado de Passion for Knowledge— ha dado mucha importancia a la comunicación y divulgación de la Ciencia.

Ese evento, que organizamos desde 2010, se nos ocurrió mientras hacíamos lo que queríamos con mucha pasión. Al igual que en investigación, es un formato exitoso porque nace del afecto al trabajo bien hecho. No sabemos si se organiza o no en otros países. Creemos que al menos no con la misma implicación. Ni con la variedad de formatos que mezclamos sin miedo: conferencias plenarias de premios Nobel para toda la ciudad y cafés con investigadores; encuentros con estudiantes de bachillerato y charlas irreverentes como las de Naukas (formato de monólogos de ciencia y humor), entre nobel y nobel, etcétera. Probamos distintas opciones con la única meta fija de derribar esa especie de pared invisible que separa a la sociedad de la ciencia, sin renunciar al rigor. Son objetivos compatibles.

 

¿Cuál es su público principal: los propios investigadores o a la sociedad?

Ambos. Sobre todo, el gran público. La ciencia, en realidad, no es una isla separada del continente de la cultura (la sociedad), sino un archipiélago compuesto por numerosas islas que, en general, están más alejadas entre sí que respecto al propio continente. Por eso nos planteamos, con este evento, fomentar el contacto de la gente que trabaja en esa frontera del conocimiento, y entre ellos y la propia ciudadanía.

Solo una sociedad científicamente formada será más culta, más libre de tomar decisiones relevantes para su futuro. La ciencia es el campo en el que se jugarán muchos partidos decisivos para la humanidad, como el equilibrio con el entorno natural o la disrupción tecnológica. Esta última, propulsada por avances en ciencia básica, va a ser espectacular.

 

¿Cómo se logra una sociedad científicamente formada?

Deben cumplirse tres premisas: que esa sociedad conozca los principios generales de la ciencia —saber si el antibiótico es efectivo contra un virus o una bacteria, o qué es más grande, si el átomo o el electrón, o cuándo apareció el hombre en la Tierra…—; que distinga ciencia de lo que no lo es —la teoría de la gravitación es científica, la homeopatía, no—; y, en tercer lugar, ser conscientes de las consecuencias sociales, económicas y políticas de la ciencia, de una forma general.

Esto es lo que perseguimos con eventos como Passion for Knowledge. Y reunimos a más de mil asistentes. Los nobel ejercen como un reclamo, si la docencia se lo permite. Aquí me gustaría apuntar el grandísimo respeto de las instituciones anglosajonas por la docencia, en la cual un nobel hoy no sabe todavía si podrá venir a nuestro evento porque depende de sus clases en el siguiente trimestre. Resulta muy admirable. Me fío más de un investigador que sea un buen docente que de alguien que solo quiera investigar. A mí la docencia me ha ayudado a ser mejor investigador y la investigación me ha ayudado a ser mejor docente. Una dualidad virtuosa, de nuevo, si existe equilibrio.

 

 

La ciencia «de frontera»

 

En la última edición de Naukas Bilbao le rindieron homenaje con un vídeo titulado El secreto de la Naturaleza. ¿Qué significa naturaleza para Pedro Miguel Echenique?

La naturaleza lo es todo. La ciencia moderna nos ha permitido conocer que los constituyentes últimos de la materia son, en realidad, muy pocos (electrones, neutrinos y quarks) y obedecen a leyes de una gran simetría. En cambio, el mundo de las cosas se torna infinito. Tanto en lo inanimado —un copo de nieve o una galaxia— como en lo animado —un pájaro o nosotros mismos—, las combinaciones entre los elementos resultan inabarcables.

El mundo natural no incluye toda la realidad. El triunfo de la ciencia moderna se resume, de hecho, en contemplar ambas realidades: la física (testeable por el experimento) y la abstracta, que surge de la búsqueda de coherencia interna y que aportan las matemáticas.

 

Explíquenos, como si fuéramos paganos en la materia, en qué consiste su especialidad, la Física de la Materia Condensada.

Es el área de la Física que se ocupa de la emergencia de propiedades nuevas que no se encuentran en los constituyentes. La consciencia: ¿es una suma de algoritmos físico-químicos complejos o algo más? O la dureza de una piedra cuando le das una patada. Esa dureza se debe a la rigidez que no se encuentra en los átomos de la propia piedra, pero existe. No sé si me he explicado bien…

 

Las predicciones suenan a magia para los científicos, pero ¿podría decirnos al menos qué hallazgos en su campo van a impactar más en nuestras vidas?

La Física de la Materia Condensada acapara hoy más que toda la Física junta hace veinte años. No obstante, de una manera reducidísima, podríamos decir que la Física avanza en tres direcciones o infinitos: el infinito de lo más pequeño —el bosón de Higgs, gobernado por la teoría cuántica de campos—; el infinito de lo más grande —las ondas gravitacionales, bajo el gobierno de la relatividad general—; y el infinito de lo complejo, situado entre lo más grande y lo más pequeño, donde estaría el hombre.

La Física de la Materia Condensada intenta comprender la complejidad de los objetos normales de forma científica. Esto es: por qué el silicio es semiconductor, por qué hay metales, por qué existe la superconductividad o el ADN adquiere la forma de doble hélice. Es bellísimo. Y muy difícil, porque todo ha de cotejarse con el experimento.

Esta Física Cuántica de la Materia Condensada ha permitido, en las últimas décadas, el desarrollo del láser, la electrónica moderna, la criptografía cuántica, los ordenadores o internet. En última instancia, los instrumentos de medida que han hecho posible el hallazgo del bosón de Higgs o de las ondas gravitacionales [Premios Nobel de Física 2013 y 2017, respectivamente] se deben a este campo de la Física.

Respecto al futuro inmediato, en él jugarán un rol relevante las espectroscopias de alta resolución. Con la precisión actual podemos seguir procesos que ocurren en la billonésima del segundo y en la millonésima de la billonésima (es la Attofísica, donde un attosegundo es al segundo lo que este a la edad del Universo). Si entendemos cómo se mueven los electrones a esas escalas podremos mejorar, por ejemplo, el daño por radiación, multiplicar por cien mil la velocidad de la electrónica…

 

Por último, y ya que toda la entrevista ha girado en torno al equilibrio, ¿considera que lo ha alcanzado en su carrera?

A menudo se confunde al investigador con el sabio. El investigador quiere «conocer para descubrir»; es el explorador. Y el sabio quiere «descubrir para conocer». Son distintas motivaciones. A lo largo de la vida uno se va desplazando de una a otra. Yo he sido mucho más explorador de cosas pequeñas, y estoy orgulloso de mis pequeñísimas contribuciones. Sin embargo, ahora me preocupa más entender al otro. Comprender la generalidad. No intento ser más sabio. He cambiado de perspectiva. Busco mi equilibrio, algo que por definición nunca se encuentra del todo.

Por otro lado, la ciencia aumenta exponencialmente, y cada vez es más difícil acumular el suficiente saber científico para estar en la frontera del conocimiento, donde hace mucho frío… A la vez, esa exigencia de especialización para poder alcanzar «la frontera» te impide conocer otras realidades y las distintas maneras de contemplarlas.

Esa velocidad trepidante en los avances imposibilita el clásico del hombre, o la mujer, del Renacimiento: aquella persona con un conocimiento vasto y suficiente de gran parte del saber. Hoy solo resultan posibles los «equipos del Renacimiento». En ellos la mujer va a ir copando puestos decisivos, no solo por su capacidad técnica, sino porque combina —en general mejor que el hombre— emulación y colaboración. Cualidades, ambas, determinantes en el futuro.