Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

A la sombra de Asia Bibi

Mikel Ayestaran [Com 97]


Salman Taseer es un blasfemo y este es el castigo para los blasfemos”. Esta fue la justificación de Malik Mumtaz Hussein Qadri, según la cadena de televisión Dunya, tras asesinar en diciembre de 2010 al gobernador de la provincia del Punjab. Este joven de 26 años nacido en el extrarradio de Islamabad dejó durante un día su uniforme de miembro de la Fuerza de Élite de Pakistán, apuntó con su pistola a la persona a la que le había tocado proteger en más de una ocasión y le disparó a bocajarro. No le mató por ser miembro histórico del Partido del Pueblo de Pakistán (PPP); le metió nueve balas en el cuerpo por su apoyo abierto en los medios a la campesina cristiana Asia Bibi, condenada a muerte por presuntos insultos al Profeta y para la que Taseer había pedido el indulto, y por sus críticas a las leyes anti-blasfemia vigentes en el país desde los años ochenta. 

El caso de Asia Bibi logró llamar la atención internacional sobre la polémica ley paquistaní que permite la condena a muerte en caso de blasfemia. Tras una discusión con un grupo de campesinas en 2009, según la agencia Asianews, Bibi, de 45 años y madre de cinco hijos, se negó a convertirse al islam aduciendo que “Jesús murió en la cruz por los pecados de la humanidad”, a la vez que preguntaba a las mujeres musulmanas qué había hecho Mahoma por ellas. Fue esa pregunta la que le valió la denuncia del imam de su localidad y la posterior condena a muerte. Tras las peticiones de organizaciones de derechos humanos de todo el mundo, el presidente Asif Ali Zardari firmó la orden de indulto en noviembre, pero el Tribunal Superior de Lahore intenta obstaculizar la amnistía. 

La comunidad cristiana en Pakistán tiene una tradición de apenas cuatro generaciones. Es la minoría religiosa menos numerosa, unos dos millones de personas, y la más sensible a los posibles ataques de los extremistas islámicos. Casi todos los cristianos viven en asentamientos –barriadas de adobe a las afueras de las ciudades– y se dedican a trabajos que nadie quiere hacer: son los parias en un país creado por y para la población musulmana. En la capital, Islamabad, los principales centros cristianos se encuentran en la vecina Rawalpindi. La diócesis de Islamabad tiene 42 escuelas cristianas donde católicos y protestantes van de la mano. La relación con la comunidad musulmana preocupa y por eso se ha creado un Centro de Estudios en el que personas de ambos credos se reúnen todas las semanas para unificar posturas. El escritor Mehboob Sada, miembro de la comunidad de Rawalpindi, cree que el cristianismo que viven en Pakistán no siempre se parece al sentimiento a veces desvaído que observan tantas veces en Occidente: “Nosotros, al igual que hacen los musulmanes, damos prioridad a la religión, y por eso nuestras iglesias se llenan cada domingo. Para Europa la religión es algo secundario, para nosotros es lo primero en nuestras vidas”.

El tema más complicado de abordar es el de las conversiones. Mehbood reconoce que se dan todos los años, pero añade que no se hacen públicas porque podrían matar a aquel musulmán que acepta el cristianismo. “Pero cada vez más hermanos musulmanes comparten nuestras oraciones”, asegura. Desde el Centro de Estudios repiten una y otra vez que la Constitución acepta la “libertad de credo”. El domingo es el gran día de los cristianos y la misa más concurrida se celebra en la iglesia de Santo Tomás de Islamabad. A diferencia de lo que ocurre en otras ciudades del país, en Islamabad suenan las campanas para llamar a la eucaristía, pero muy suavemente. Desde la crisis de la Mezquita Roja del verano de 2007, también se ha pedido a las religiosas que eviten salir con el hábito a las calles. El extremismo islamista, que hace unos años estaba más localizado en la zona fronteriza con Afganistán, se ha extendido a todo el país, y el riesgo de sufrir un ataque es muy alto: ya no hay lugar seguro.