Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Cinco décadas sobre el escenario


María Pagés (Sevilla, 1963) comenzó a bailar con cuatro años. A pesar de la ausencia de antecedentes flamencos en su familia —su padre era un matemático cuya familia procede de Ibiza, y su madre una empresaria sevillana—, su entorno de amistades y conocidos le introdujo en el baile flamenco. Tras estudiar con varios profesores en Sevilla, a los quince años de edad se trasladó a la Escuela del Ballet Nacional en Madrid, y, a partir de los veinte, comenzó a recorrer el mundo entero en giras que la llevaron a Japón o la URSS. En ese período se formó junto al gran maestro Antonio Gades (1936-2004).

En 1990 abrió su propia compañía, que en la actualidad dirige junto con su marido, el hispanista marroquí El Arbi El Harti. Desde entonces, ha puesto en escena una veintena de espectáculos.

Su colaboración en tres producciones cinematográficas dirigidas por Carlos SauraCarmen (1983), El amor brujo (1986) y Flamenco (1995)— contribuyó a su reconocimiento nacional e internacional.

Ha actuado en muchos de los escenarios más relevantes del mundo y ha recibido encargos para participar en eventos internacionales como el comienzo de la Cumbre Iberoamericana de Salamanca (2005), para la que preparó y bailó una coreografía basada en un poema de José Saramago, la gala inaugural de la Presidencia Española de la Unión Europea (2010) o la apertura del Centro Cultural Oscar Niemeyer de Asturias, en la que participó el arquitecto brasileño (2011).

Según la crítica, destaca por la profundidad de su planteamiento artístico, integrador de la literatura, la música, las artes escénicas, la investigación en nuevas formas de expresión e incluso las matemáticas; Pagés es una apasionada de la geometría y su significado. A todo esto hay que añadir la precisión y la fortaleza de sus movimientos —en particular de unos brazos largos y flexibles— y la atención a cada detalle de sus producciones, pues trata con el mayor cuidado a los artistas, a los técnicos y, por supuesto, al público. Solo así puede cumplir los dos objetivos que se marca con sus obras: emocionar a los asistentes y que se hagan preguntas, se planteen los grandes interrogantes.