Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Conciencia y esperanza

Texto Javier Marrodán [Com 89] / Fotografía James Nachtwey


En el canto tercero de la divina comedia, Virgilio conduce al aturdido Dante al umbral del infierno, donde una leyenda inquietante recibe a los visitantes desde el dintel: «Abandonad toda esperanza, los que aquí entráis». El mensaje parece justificado: más allá se extiende un reino de oscuridad y desolación donde las almas malviven eternamente alejadas de Dios. «Bajo un cielo sin estrellas, resonaban suspiros, quejas y profundos gemidos, de  suerte que al escucharlos comencé a llorar», escribe Dante antes de adentrarse en el oscuro paisaje de los condenados. Esta descripción aparece también en las primeras páginas de Inferno, acaso el libro más emblemático de James Nachtwey, donde los desheredados del planeta interpelan en blanco y negro a quienes se aventuran a recorrer sus páginas.

Pero Nachtwey no es tanto Dante como Virgilio: el guía que acompaña a los visitantes por los círculos cada vez más profundos del averno. El propio interesado ha explicado en alguna ocasión que es necesario que alguien asuma la responsabilidad de ir a la guerra para mostrar a los demás —a los que se quedan en casa— la naturaleza y el alcance de los peores instintos de la Humanidad. Él ha aceptado esa misión y ha cruzado decenas de veces la laguna Estigia que separa la relativa comodidad de Occidente de todos aquellos lugares y conflictos —los Balcanes, Ruanda, una aldea remota de Somalia, las ruinas silenciosas de Grozni, un cementerio perdido de Afganistán…— que forman parte de las cicatrices de la Tierra. Cabría pensar que James Nachtwey se adentra en la geografía atormentada del mapamundi para informar de lo que ocurre, para ilustrar la actualidad de esta guerra o aquel golpe de Estado. Pero el verdadero sentido de tantos viajes tiene que ver sobre todo con el afán de que los hombres y las mujeres del Hemisferio Norte se conozcan a sí mismos.

En el documental que Christian Frei dirigió en 2002, le preguntaron a Christiane Amanpour, corresponsal de la jefatura internacional de CNN, por el trabajo de Nachtwey: «Él es un misterio
—confesó—, no sé por qué hace las cosas que hace. Es muy solitario, creo que a veces hay que serlo para ser tan bueno en el trabajo y para dar tanto de uno mismo. Es difícil repartir la atención, la emoción y la energía. Hay que concentrarse en una sola cosa. Él lo hace». La foto de dos jóvenes abrazados junto a la sencilla lápida apenas sostenida sobre un montón de tierra húmeda, la del niño irlandés que se aleja en su bicicleta mientras las llamas consumen a su espalda los restos de un coche bomba, la de una joven famélica que agoniza frente al horizonte interminable de Sudán… Casi todas sus imágenes resultan conmovedoras en el sentido estricto de la palabra.

Es conocida la explicación de Roland Barthes sobre ese «algo» que hace especial una fotografía, y que él llamó punctum: «Muchas fotografías permanecen inertes bajo mi mirada —escribió—. Pero, incluso entre aquellas que poseen alguna clase de existencia ante mis ojos, la mayoría tan solo provocan un interés general (…). Me complacen o no, pero no me marcan (...). No hay ningún punctum. El punctum de una fotografía es ese azar que despunta en ella. Surge de la escena como una flecha que viene a clavarse. El punctum puede llenar toda la foto (...) aunque muy a menudo solo es un detalle (...), algo íntimo y a menudo innombrable». 

También Ryszard Kapuscinski se preguntó qué significa «una buena fotografía», y hasta se atrevió a concretar un poco más el punctum descrito por Barthes: «Es una propiedad misteriosa e intensa, a menudo fruto de un detalle concreto, que emana de la fotografía misma y que es para nosotros, para quienes la miramos, fuente de profunda vivencia, de meditación, de reflexión».

La frase se ajusta como un guante a las imágenes de James Nachtwey: en el fondo, todas ellas contienen un punctum moral. Por eso hay una diferencia sustancial entre el infierno de la Divina comedia y el que él muestra con sus fotografías. En el primero no hay vuelta atrás posible: «Abandonad toda esperanza». Sin embargo, el segundo es un infierno que podría dejar de serlo. Y esa es justamente la razón de ser de las imágenes de Nachtwey: todas ellas suscitan interrogantes, son un aldabonazo en las conciencias, esconden un llamamiento, un grito de auxilio. Contienen un germen de esperanza mientras exista la posibilidad de que alguien reaccione al verlas.

  

Javier Marrodán [Com 89], profesor de la Universidad de Navarra. Impulsó la candidatura de James Nachtwey al XIII Premio Luka Brajnovic de la Comunicación.