Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Derecho ambiental y Laudato si'

Ángel Ruiz de Apodaca, profesor titular de Derecho Administrativo de la Universidad de Navarra.


Laudato si’, su contenido y su nítida llamada a proteger el medioambiente —nuestra casa común—, se relaciona directamente con el derecho ambiental. Es decir, con el conjunto de principios y normas jurídicas que ordenan aquellas actividades humanas que provocan (o son susceptibles de provocar) un efecto negativo sobre la naturaleza.

La encíclica bien pudiera utilizarse como manual universitario de derecho ambiental, ya que describe todos los problemas ambientales actuales y la necesaria solución que debe abordarse desde una «ecología integral». Esta debe orientar la política y el derecho a través de las técnicas legales que cita la propia carta del Papa (evaluación ambiental, intervención pública, autorización y sanción incluso), de los derechos de información y de la participación ambiental. De todos ellos somos titulares los ciudadanos y los poderes públicos, obligados a defender el interés colectivo y a cumplir los principios del derecho ambiental (precaución; pensamiento global, actuación local; irregresividad, etcétera) que deben orientar las políticas de cada Estado en la protección del entorno natural.

En buena medida, el derecho va por detrás de la realidad. La profusa normativa internacional, pero también europea y nacional, está relacionada con la toma de conciencia del deterioro de la casa común y la necesidad de una solución. Ahora bien, las leyes por sí solas no solucionan los problemas, de modo que las normas sancionadoras —e incluso penales— no van a corregir comportamientos que perjudiquen el medioambiente porque, como señala Francisco, «cuando la cultura se corrompe y ya no se reconoce verdad objetiva alguna o unos principios universalmente válidos, las leyes solo se entenderán como imposiciones arbitrarias y como obstáculos a evitar.» [§ 123]

El concepto del hombre, de la técnica y del medioambiente determina en buena medida las políticas y las leyes, y se puede pasar del modelo antropocéntrico y tecnocrático dominante a otro biologicista, que esconda una errónea equiparación de la dignidad humana con la de un animal. Ninguno de ambos modelos es, evidentemente, la solución. El Papa propone una «ecología integral», en la que el hombre conoce y asume su dependencia e interdependencia con el resto de la naturaleza, y en la que ejerce su misión de administrador responsable. Francisco apunta que «no hay una ecología sin una adecuada antropología.» [§ 118]

La necesidad de su efectiva implementación y el cumplimiento convencido por parte de todos los actores —desde los estados al resto de sectores sociales— se nos presentan como el talón de Aquiles del derecho ambiental. Sin ahorrar críticas a la actual normativa, la encíclica alude a su carácter imprescindible y, sobre todo, envía un mensaje de esperanza: «La humanidad tiene aún la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común [§ 13] […] el ser humano es todavía capaz de intervenir positivamente [§ 58] […] no todo está perdido, porque los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, pueden también superarse, volver a elegir el bien y regenerarse [§ 205]». Por el bien de las generaciones futuras —poseedoras, en definitiva, del derecho a un desarrollo sostenible—, ojalá que así suceda.