Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 718

Edith Wharton, la corresponsal de la Gran Guerra

1914 - 1918


Edith Wharton (1862-1937) se encontraba en su residencia de París cuando comenzó la Primera Guerra Mundial. Tenía 52 años y gozaba de prestigio como novelista. En su autobiografía, titulada Una mirada atrás, relata cómo al principio pensó que por el magnicidio de los Habsburgo en Sarajevo no se levantarían las armas. Por desgracia, se equivocó. El 2 de agosto, Wharton observó desde la terraza del Hotel Crillon cómo los vehículos llevaban a los primeros soldados a las estaciones, mientras otros reclutas seguían a pie hacia el mismo destino.

En apenas una semana lo que parecía solo una guerra con foco en los Balcanes se transformó en un conflicto europeo que duró más de cuatro años. Desde el primer momento, Wharton se identificó con la causa francesa, y recaudó dinero para hospitales móviles y para los refugiados en París. Además, consiguió fondos con el fin de abrir y sostener numerosos orfanatos. Por estos trabajos el Gobierno galo le otorgó la Legión de Honor. 

Ella recorrió el frente en su propio automóvil y pudo conocer la verdadera imagen de la guerra. En Châlons-en-Champagne contó miles de heridos: «Estos pobres desdichados llegan a miles todos los días desde el frente para descansar y recuperarse. Y resulta penoso contemplar su paso renqueante y cruzar la mirada con aquellos ojos que han visto cosas que los demás no podemos siquiera llegar a imaginar».

Su experiencia bélica se publicó en una serie de artículos recogidos en la revista Scribner’s Magazine y en el libro Francia combatiente. En estos relatos, las mujeres ocuparon un lugar igual al de los hombres. «El espíritu de Francia» se tituló el capítulo sobre el coraje de los soldados en el frente y el esfuerzo de las mujeres en los puestos de trabajo dejados por los hombres.

 

Obras para pensar

 

Una mirada atrás (1934) 

Edith Wharton

Ediciones B. Barcelona,1994

La primera en llegar a las trincheras de la Gran Guerra

 

«La vida es la cosa más triste que existe, después de la muerte; sin embargo, siempre hay nuevos países que ver, nuevos libros que leer (y que escribir, espero yo), otras mil maravillas diarias ante las cuales admirarse y alegrarse. El mundo visible es un milagro cotidiano para quienes tienen ojos y oídos»

 

Convertida en una de las primeras corresponsales de guerra de la historia, Wharton visitó pueblos evacuados y trincheras. Le marcó profundamente la ciudad de Ypres, lugar de tres batallas famosas. Sus palabras apocalípticas sobre las ruinas de toda aquella zona inerte sonaron a lamento bíblico: «Ypres había sido bombardeado de una manera atroz. Los muros exteriores de las casas aún se alzaban en pie, por lo que en la distancia el pueblo parecía seguir con vida. Pero, al acercarnos, descubrimos que se trataba en realidad de un cadáver al que le habían arrancado las tripas».

Describió los años después de la Gran Guerra como un periodo de desesperanza y sufrimiento: «Se hacía cada día más evidente que el mundo en que yo había crecido y que me había formado fue destruido en 1914, y me sentía impotente para transmutar la materia bruta del mundo de la posguerra en una obra de arte. Cuidar de mi jardín, leer y viajar parecían ser el único solaz que me quedaba; y durante los primeros años de posguerra me dediqué de lleno a las tres cosas».

En 1920 Wharton terminó una de sus mejores novelas, La edad de la inocencia, una historia de amor ambientada en su ciudad natal a finales del siglo XIX. 

Tres años después de recibir el doctorado honoris causa por la Universidad de Yale, en 1926, formó parte de la Academia Americana de las Artes y las Letras. Atenta a los nuevos tiempos, fijó su aguda mirada en las transformaciones: «Muchas mujeres con quienes estuve en contacto durante la guerra habían encontrado su vocación en el cuidado de los heridos o en otras actividades filantrópicas. El hecho de que se apelara a su cooperación había desarrollado inesperadas aptitudes que, en algunos casos, las arrancaron para siempre de una vida de holgazanería que en el fondo las disgustaba e insatisfacía y las transformaron en personas felices».