Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

El laboratorio visual de Vik Muniz

Texto: Ana Eva Fraile [Com 99] Fotografía: Vik Muniz  

El artista brasileño Vik Muniz dedica su vida a investigar el poder de la representación. Considera que es el segundo descubrimiento más importante de la humanidad, después del fuego.

 


Fragmento de Liver (Hepatocytes) Cell Pattern 1, enmarcada en «Colonies», una de las series más recientes de Muniz

 

La memoria más antigua que conserva Vik Muniz (São Paulo, 1961) la protagoniza su abuela Ana Rosa. Nunca estuvo en la escuela, pero «miró tan fuerte los libros que descodificó sola su universo de letras, de signos», suele contar. Sentados en un sofá verde en una casa muy pobre, su abuela le muestra la Enciclopedia Britannica que el padre de Vik había ganado jugando a las cartas. «Deslizaba los dedos sobre las palabras poco a poco mientras las saboreaba. Era una experiencia cuasitáctil», dice. Con este método, memorizando la forma completa de cada palabra, aprendió a leer también él a los cuatro años.

De aquella vieja enciclopedia proceden las primeras imágenes impactantes que Muniz recuerda de su infancia. «Técnicamente, no sabía si se trataba de dibujos muy buenos o de fotografías muy malas». Su favorita era la que acompañaba a la palabra infinito: «El ilustrador se había limitado a insertar una página de color negro». 

Antes de ir al colegio ya había leído obras de Verne y Monterio Lobato, pero tardó tres años en ser capaz de escribir una sola palabra. Sus cuadernos de esa época están llenos de dibujos que parecen jeroglíficos. Progresivamente, los trazos adoptaron la forma de escritura: «Cuanto más dibujaba, mejor se me daba escribir, y viceversa».

Muniz no podría señalar con exactitud el día en que empezó a ser artista, pero sabe cuándo todo el mundo a su alrededor dejó de serlo. Su energía creativa tomó un rumbo diferente: «Cuando todos los niños dejaron de dibujar, porque estaban aprendiendo a leer y a escribir, yo iba en la dirección opuesta».

Una vez el profesor de Física, el señor Belotto, le confiscó el cuaderno y le mandó al despacho del director, que, en lugar de enfadarse, acabó eligiéndole para representar a la escuela en un concurso artístico. «Ese fue el día más feliz de mi vida hasta el momento porque comprendí que había más niños extraños como yo. Muchos», bromea. Su collage ganó el primer premio: una beca para aprender dibujo académico en la Escuela Panamericana de Artes. Entonces Muniz tenía catorce años. 

Aprendió la técnica, pero también la historia y la teoría. La literatura sobre óptica y percepción, desde Newton hasta James J. Gibson y Richard Gregory, le arrebató: empezó a pensar qué es una representación. «Me encantaba producir imágenes, pero estaba mucho más interesado en el modo en que llegamos a comprenderlas», reconoce. Cuatro décadas después, el artista brasileño continúa explorando. No deja de preguntarse cómo hemos perdido la capacidad de maravillarnos «ante la magia del dibujo», que hace que un gesto simple —una única línea delgada y circular—  simbolice una gran bola de fuego. 

En busca de porqués, Muniz pasa mucho tiempo en los museos observando cómo miramos el arte. «Cuando las personas caminan hacia una obra, todas se detienen en un mismo lugar, frenadas por una línea imaginaria», afirma. En ese punto exacto, donde nuestros ojos pueden recorrer con comodidad el espacio pictórico, empezamos a balancearnos, hacia adelante y hacia atrás, «como si tratáramos de adormecernos y llegar a un estado de trance». Al distanciarnos vemos la imagen y, según nos aproximamos, todo se desvanece y apreciamos de qué está hecha. «El espectador oscila entre ambos mundos, mental y material, sintiendo el cambio, la fugacidad», continúa. Hacia atrás y hacia adelante. Según Muniz, el momento más sublime de este baile ritual se produce cuando, «durante una fracción de segundo, cruzamos la frontera, cuando una cosa toca a otra y la idea se transforma en materia».

Crear nuevos modos de comprometer la percepción del observador a través de sus fotografías ha sido siempre la principal preocupación de Vik Muniz. Con una fórmula que combina temas familiares, juegos de escalas y materiales no ortodoxos intenta despertar al espectador de su «ceguera». «Nuestra cultura —argumenta— ha enterrado el prodigioso poder de la representación de nuestros antepasados bajo capas y capas de tecnología». ¿Cómo movilizar la conciencia de criaturas consumidoras de imágenes que habitan en una realidad holográfica? Muniz es rotundo: «El arte contemporáneo tiene un papel fundamental para entender mejor la sociedad en que vivimos porque involucra al individuo en un diálogo con el mundo». Su obra se completa en el instante en que nace la primera pregunta. 

 

NOTA: Este texto se publicó originalmente en las páginas de Arte de la sección Cultura de la edición en papel del número 707.

 

 

Imagen del montaje: fragmento de Marat (Sebastião)