Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Es el momento de la ciencia y de la cooperación

Texto: Ignacio López-Goñi, catedrático de Microbiología. Fotografía: Susana Girón

En menos de seis meses conocemos más del nuevo coronavirus que de otras enfermedades en lustros. Jamás la ciencia ha estado tan bien preparada para combatir una pandemia. Una estrategia One Health —sanidad humana, animal y ambiental— será la garantía para futuras amenazas.


El 29 de febrero yo era de los que pensaba que el coronavirus iba a quedarse en China. La enfermedad se había detectado en treinta y un países, pero la mayoría de los casos se relacionaban con viajes desde el gigante asiático y más del 95 por ciento ocurrían allí. Muchos confiábamos en el efecto de las tremendas medidas de confinamiento impuestas por el Gobierno a la región de Hubei. Esperábamos que ocurriría lo mismo que pasó con el coronavirus SARS, que también se originó en China a finales de 2002, se extendió a veintinueve naciones —aunque solo hubo transmisión en cuatro o cinco—, y desapareció en mayo de 2004, con poco más de 8 000 infectados y 700 muertos.

Ese sábado, el 29 de febrero, escribí el artículo «Diez buenas noticias sobre el coronavirus». Nunca imaginé que tuviera tanta repercusión internacional: más de 21 millones de personas lo leyeron. En época de crisis todos necesitamos buenas noticias, un poco de esperanza, ver la botella medio llena. Para muchos, lo vivido estos meses ha sido lo más parecido a una guerra, con cientos de miles de muertos, y no pretendía banalizar el problema. El motivo de aquel texto era mostrar que jamás la ciencia ha estado mejor preparada para combatir una pandemia, que este es el momento de la ciencia y la cooperación.

Desde que a finales de diciembre China notificó los primeros pacientes de una neumonía grave de origen desconocido, una multitud de científicos de todo el planeta comenzaron una lucha frenética sin precedentes por investigar la biología del virus y la enfermedad que causa, y buscar una solución. Cuando en 1981 se describieron los primeros casos de sida, se tardó más de dos años en hallar el agente causante: el virus VIH. Ahora, ¡en cuestión de unos pocos días!, se identificó el virus, se secuenció su genoma y se desarrolló el primer test diagnóstico. El 13 de enero la OMS publicó en su web el protocolo para la PCR que permite detectar el genoma del virus. Poco después se desarrollaron las pruebas diagnósticas indirectas que localizan anticuerpos, y en tan solo cinco meses ya son más de 270 los test aprobados: PCR, análisis serológicos, de amplificación isotérmica, de antígenos, por secuenciación masiva e incluso basados en la técnica de CRISPR.

La empresa sevillana MACCO tiene ya muy desarrollados prototipos de robots para desinfectar, servir bebidas en bares o realizar diversas tareas que minimicen el contacto de personas en estas labores | FOTO: Susana Girón

En este periodo se han podido secuenciar y analizar más de 4 600 genomas de aislamientos del virus, lo que posibilita seguir su avance en tiempo real. Todos los virus mutan y sabemos que SARS-CoV2 lo hace a la velocidad esperada, se comporta de manera muy estable y no parece que evolucione a formas más agresivas. Tampoco existe evidencia de que haya sido manipulado genéticamente. Como ha ocurrido en muchas ocasiones, su origen está relacionado con otros coronavirus de murciélagos. La naturaleza tiene suficientes recursos para generar este y cualquier otro virus nuevo. No hace falta recurrir a teorías conspiranoicas.  

Aquel 29 de febrero hice referencia a que en poco más de un mes ya se podían consultar 164 artículos científicos sobre el coronavirus SARS-CoV2 y la covid-19 en PubMed, el buscador de la base de datos Medline, la más amplia que existe. En junio se superaban las 20.000 referencias, la mayoría en abierto. Esto pone de manifiesto la gran cantidad de conocimiento científico que se ha generado en tiempo récord: sabemos más del nuevo coronavirus en unos pocos meses que de otras enfermedades en lustros. Sin embargo, esta ciencia exprés también tiene sus riesgos: nadie es capaz de procesar y analizar toda esa información con detenimiento. La mala interpretación de algunos resultados y los errores propios de trabajar a tanta velocidad han desencadenado noticias falsas y escándalos, como el del tratamiento con hidroxicloroquina. Se ha pedido a la ciencia certezas, cuando está llena de incertidumbres. La ciencia necesita su tiempo y requiere experimentación, estudio, reposo y que otros repitan y confirmen los logros. 

Un solo síntoma activa el protocolo. Julia y Belén se equipan con los EPIS, las pantallas y el doble guante. La atención primaria domiciliaria evitó que muchos mayores acudieran a los centros de salud y contuvo la expansión de la pandemia | FOTO: Susana Girón

Nuestra capacidad de diseñar nuevas vacunas es espectacular. La escasa decena de proyectos en desarrollo a finales de febrero ha dado paso al estudio de más de cien prototipos. La mayoría se basan en subunidades de proteínas del virus, pero los hay también de vectores virales, de ARN, de partículas, con virus inactivos o vacunas vivas con el virus atenuado. A finales de junio, al menos dieciséis habían comenzado ya las fases clínicas para analizar la seguridad, los posibles efectos secundarios y su efectividad en humanos. Avanzamos tan rápido que la Fundación Gates está financiando la construcción de siete plantas de fabricación de vacunas, sin saber cuál o cuáles realmente funcionarán.

Algo similar ha ocurrido con los tratamientos. Conforme hemos ido conociendo mejor la biología del virus y la enfermedad, se ha confirmado que la covid-19 es mucho más que una neumonía. La infección se ha manifestado no solo como un síndrome respiratorio agudo, sino también como un daño renal, hepático, cardiaco e incluso cerebral. En muchos enfermos, el virus ha causado lesiones graves en la piel, inflamaciones, trombos e infecciones bacterianas secundarias. Al principio se ensayaron algunos antivirales de amplio espectro, pero ya son al menos 112 los tratamientos experimentales que combinan antivirales, tratamientos de síntomas, interferón, antiinflamatorios, bloqueantes de citoquinas proinflamatorias y antibióticos. Más de treinta de ellos están en ensayos clínicos internacionales y, aunque algunos no servirán, las posibilidades de hallar tratamientos eficaces para los casos más graves son muy grandes.

  «¡Ay mi Loli, pero qué bonica eres!», le dice Socorro a esta empleada del servicio de atención a domicilio de Huéscar (Granada). Lo mejor del día fue que pudieron salir a dar dos vueltas a la manzana, como antes del coronavirus. «Que me llames si necesitas algo, ¿eh?», le recuerda Loli. «Lo que yo necesito son treinta años menos» | FOTO: Susana Girón

Para combatir esta pandemia y futuras amenazas globales tenemos que apostar por el conocimiento, la ciencia y la investigación; por la colaboración entre organizaciones públicas, privadas, civiles y filantrópicas. Ahora más que nunca cobra sentido la estrategia One Health apoyada por la OMS: el trabajo conjunto entre los profesionales de la salud humana, la salud animal y el medioambiente. Ante un enemigo sutil, invisible y capaz de paralizar todo el planeta, es necesario invertir en un nuevo ejército de médicos, sanitarios, investigadores con terapias, vacunas y laboratorios en vez de misiles y tanques.