Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Europa o el mandamiento del destino

Pedro Lozano Bartolozzi [Der 63  PhD 67] es profesor emérito de  Relaciones Internacionales de la Universidad de Navarra

La Unión Europea es una realidad ya irrevocable, fruto del mito, la utopía, la historia y el pragmatismo político. Constituye el proyecto más fascinante y ambicioso del escenario mundial actual.


Los cambios ocurridos desde el Tratado de Roma de 1957 hasta la presente crisis económica, pasando por la ampliación, profundización y rediseño del espacio continental, han alterado profundamente, a un ritmo vertiginoso, los parámetros políticos, culturales, jurídicos, económicos y sociales de Europa.

Como los asirios veían alzarse los zigurats, así contemplamos los europeos, hoy día, algo recelosos y bastante inquietos, la construcción de esta torre escalonada que no terminamos de saber cuándo terminará de asentarse y coronarse.

La perspectiva ajena nos descubre como un puzzle reconstruido. Veintiocho piezas sueltas, de muy diverso tamaño, forma y color, en busca del encaje que las ensamble. Un rompecabezas no es una simple suma de elementos, es una estructura ordenando una idea.

La Unión Europea se encuentra en un momento crucial: o se convierte en una unidad política fuerte o se deshace. Es un momento en que la supervivencia de Europa ha llegado a ponerse en cuestión por primera vez desde su establecimiento. Es posible que la Unión salga fortalecida de este envite o que ocurra todo lo contrario, y el fracaso del euro arrastre consigo el fin del sueño europeo.

El sistema mundial ofrece un horizonte asimétrico y reconstruido que vengo denominando como archipielágico, en el que conviven actores estatales gigantescos como las potencias emergentes, China, India, Rusia, Brasil y Sudáfrica, o Estados Unidos y otros de tamaño medio e incluso liliputienses. Este complejo territorial es atravesado por fuerzas, intereses y también actores, transnacionales y en él hace falta una Europa fuerte y cohesionada.

Romper el impulso constructor supone una tragedia en varios sentidos, y en particular, por la pérdida de relevancia europea en el mundo y por el desastre económico. Los intereses encontrados, las divisiones, el rebrotar de los nacionalismos y las especulaciones financieras ponen en riesgo la gobernanza de la Unión.

Se impone avanzar en la reforma financiera y en la unión bancaria para abrir el crédito, la coordinación fiscal, la vigilancia de los desequilibrios económicos, superar la pugna por el poder en la arquitectura institucional, procurar el equilibrio entre los Estados, crear un fondo de rescate permanente y dar un nuevo empuje a las políticas que, más allá de los recortes, impulsen la competitividad y el crecimiento para acabar con el paro.

Un pacto de estabilidad fiscal, solidez y sostenibilidad de las finanzas públicas, pacto de gobernanza macroeconómica de la Unión, hacer viable la salida de los eurobonos, avanzar hacia un sistema monetario integrado que supere la falta de coordinación de las políticas económicas, control presupuestario más serio sobre el gasto, disciplina fiscal y de deuda, unión bancario y fondo de garantía de depósitos: he aquí las asignaturas pendientes.

La crisis económica y las dificultades monetarias solapan otros problemas de la Unión, como son el déficit democrático, la indefinición de sus límites periféricos, la necesaria reforma institucional, el rebrotar de los nacionalismos, su imagen más tecnocrática que política, consolidar la defensa y seguridad comunes, la evidencia de que no se puede avanzar en el federalismo y menos aún en la unidad sin referencias identitarias de cohesión.

Es urgente revalorizar la cultura, porque si Europa es algo, si tiene un alma propia es, sin duda, la cultura. Recuperemos el sedimento histórico, pero igualmente relancemos el sedimento cultural.

Otro dilema es plantearse qué modelo de progresión se quiere, una Europa de los pueblos, de las patrias, de los estados y de los ciudadanos. ¿Son compatibles todos estos enfoques o excluyentes? ¿Será verdad que Europa tiende a consolidarse más por la presión externa de una globalización competitiva que por ahondar en su cohesión interna?

La realidad, como decíamos, es que el resto del mundo necesita una Europa fuerte y con fe en sí misma para el equilibrio del actual sistema global desarbolado.

Ante el rampante europesimismo, es fundamental ilusionar a la ciudadanía con el proyecto unitario, en especial a las nuevas generaciones que no valoran el esfuerzo de cicatrizar y superar las tragedias de las guerras del siglo xx.

Habrá que recordar aquí aquella frase del liberal italiano Massimo d’Azeglio: “Hemos hecho Italia, ahora necesitamos tener italianos”. En nuestro caso habría que adaptarla y escribir: “Hemos hecho Europa, ahora necesitamos europeos”.

No tengamos miedo a Europa, ni dejemos que la crisis monetaria rapte las otras dimensiones de la Unión, ni oculte el calado de la situación. Dice el cineasta Costa-Gravas que “es nuestra civilización la que está en crisis, no sólo la economía”. Es algo profundo, no puede haber una crisis más profunda. Es necesario rehacerlo todo. 

En su discurso sobre el estado de la Unión pronunciado en el Parlamento Europeo el 12 de septiembre de 2012, Durão Barroso, afirmó que “el realismo consiste en poner nuestra ambición al nivel de nuestros retos” e insistió en que se debe avanzar hacia una federación de Estados, “que es nuestro horizonte político”, dijo que también “necesitamos una nueva reflexión sobre Europa, un pacto decisivo para Europa y que debemos guiarnos por valores que forman el núcleo de la Unión Europea. Creo que Europa tiene un alma que puede darnos la fuerza y la determinación para hacerlo que debemos hacer”.

Hay que refundar Europa, sus metas éticas y sus valores cristianos, históricos, ilustrados, democráticos, sociales y culturales. Y además hacerlo con solidaridad hacia el resto del mundo. Es el mandato del destino y de la Historia.