Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Libertad de culto, pero no libertad religiosa

V.S.P.


En China viven unos 1.300 millones de personas, algo más de la quinta parte de la población mundial. Doce millones son católicos: es una cifra abultada, aunque apenas supone un 1% en el conjunto del país. Y además de pocos, se enfrentan a graves dificultades. En los últimos años, los avances económicos han propiciado una apertura al exterior, pero el respeto a los Derechos Humanos –incluida la libertad religiosa, recogida en el artículo 18 de su Declaración Universal– sigue siendo una asignatura pendiente en China. Conocer la historia de la Iglesia en este país es imprescindible para comprender su compleja situación actual.

Aunque hubo contactos con el cristianismo en siglos anteriores, el 3 de diciembre de 1552 es una fecha casi emblemática en la historia religiosa de China. Aquel día, de madrugada, San Francisco Javier murió en la pequeña isla de Sanchuán, frente a la costa continental china, sin haber podido alcanzar su sueño de evangelizar el país, entonces cerrado herméticamente a los extranjeros.

Fue también en 1552 cuando nació Mateo Ricci, otro jesuita que, gracias a sus amplios conocimientos científicos y a su dominio de la lengua y la cultura chinas, se hizo un lugar en la corte imperial a finales del siglo xvi y comienzos del xvii. Honrado por los chinos como “el hombre sabio de Occidente” y propuesto como modelo cristiano de amistad e intercambio cultural por Benedicto xvi, Ricci adelantó los planteamientos evangelizadores de la Iglesia actual. En su lecho de muerte dirigió unas palabras reveladoras a sus compañeros de misión: “Os dejo abierta una puerta a la mayor gloria de Dios, pero no sin numerosos peligros y mucho trabajo”.

En el siglo xix se sucedieron conflictos de origen comercial que enfrentaron a China con las potencias europeas, y que propiciaron algunos tratados injustos para el país oriental. En el xx, China sufrió las consecuencias del expansionismo japonés durante los años de la ii Guerra Mundial. El triunfo de la Revolución Comunista de Mao Zedong en 1949 fue la culminación de un complejo movimiento que se desarrolló en la primera mitad del siglo xx en contra del sistema imperial arcaico y de los abusos extranjeros. Nada más instaurarse, el régimen comunista comenzó la persecución de las religiones –consideradas instrumentos extranjeros de control– y a interferir políticamente en las instituciones religiosas.

En 1951 el Papa Pío XII excomulgó a dos obispos nombrados por el Gobierno chino sin su autorización. La respuesta gubernamental fue la expulsión del nuncio apostólico y de todos los misioneros y religiosos extranjeros. Las relaciones diplomáticas entre Pekín y el Vaticano quedaron rotas. En 1957 el Gobierno creó la Asociación Patriótica Católica China, un organismo estatal que pretendía implementar “los principios de independencia y autonomía, autogestión y administración democrática” en la Iglesia Católica china. Todos aquellos cristianos que formaran parte de este órgano de vigilancia e intervención del Partido Comunista podían practicar su religión públicamente.

En los años cincuenta y sesenta hubo una persecución muy fuerte contra los cristianos: todo el clero nativo y muchos laicos con capacidad de liderazgo fueron encarcelados o conducidos a campos de trabajos forzados. Muchos cristianos no soportaron los largos años de padecimiento y se hicieron miembros de la Asociación Patriótica, cediendo así a la imposición gubernamental. Otros prefirieron permanecer en la clandestinidad, manteniéndose fieles a la unidad de la Iglesia universal y al Papa. Estos últimos siguieron sufriendo la persecución, especialmente los obispos, los sacerdotes y los religiosos.

A partir de la reforma política impulsada por Deng Xiaoping a comienzos de los años ochenta, se empezó a dejar paulatinamente en libertad a sacerdotes que habían pasado hasta 25 años en la cárcel. Los excarcelados optaron por continuar en la clandestinidad para salvaguardar su fidelidad a la Iglesia y al Papa. Trataban de evitar de ese modo su detención y cautiverio.

Es importante recordar que en China existe una única Iglesia Católica, pero dividida en dos comunidades: una oficial y otra clandestina. Es decir, no hay diferencias doctrinales entre ellas, pero una admite la injerencia del gobierno y la otra no. Esta realidad fue causa de mucho dolor para el Papa Juan Pablo II, que en alguna ocasión comparó a los católicos clandestinos con los primeros cristianos. Intentando buscar una solución, Benedicto XVI dirigió en 2007 una carta a todos los católicos chinos. En ella, el Santo Padre reconocía el mérito de los que habían permanecido fieles a la autoridad papal, e invitaba a todos los católicos a vivir la comunión, el perdón recíproco y la colaboración pastoral. Proponía a unos y a otros trabajar juntos por el bien de toda la sociedad china. La carta precisó de dos notas aclaratorias posteriores debido a algunas interpretaciones erróneas que creyeron ver en ella una censura papal a la clandestinidad.

¿Cuál fue la reacción del Gobierno chino a la carta del Papa? Perseverar en su política contraria a la libertad religiosa y a la dignidad de las personas. Sin ir más lejos, el Gobierno volvió a autorizar el pasado otoño una ordenación episcopal sin el permiso del Papa, que prohibió a los obispos su asistencia. Aquellos que quisieron obedecerle fueron buscados por la policía y obligados a participar en la ordenación en contra de su voluntad.

Mientras los fieles católicos oficiales practican su religión abiertamente en hermosas iglesias y catedrales, los fieles clandestinos lo hacen en casas particulares, con cuidado de no ser descubiertos, y protegiendo a sus pastores para que no sean detenidos y sometidos a interrogatorios inhumanos por el simple hecho de ser sacerdotes. Los seminaristas oficiales reciben su formación en seminarios abiertos y son seleccionados para la ordenación en función de su afinidad con el pensamiento comunista; los seminaristas clandestinos lo hacen ocultos en viviendas normales y con frecuentes cambios de domicilio cada vez que hay indicios de que pueden ser descubiertos. Si un joven católico clandestino tiene interés en participar en la próxima Jornada Mundial de la Juventud en Madrid, tendrá que ocultar el propósito de su viaje y sortear múltiples obstáculos para obtener el permiso.

Joseph Zen, cardenal emérito de Hong Kong, expuso la realidad actual de la Iglesia en China en la jornada de reflexión previa al último consistorio de cardenales celebrado en Roma el pasado noviembre. A su juicio, más de tres años después de aquella carta del Papa que apostaba por la reconciliación y el diálogo, no hay motivos para el optimismo. El Gobierno no ha relajado su política de control absoluto de la religión y de la Iglesia Católica. Manipula las ordenaciones y corrompe obispos, incluso a algunos legitimados por el Papa, a los que ofrece dinero (regalos, automóviles, embellecimiento del obispado) u honores (ser miembros del Congreso del Pueblo o de otros órganos políticos). “La libertad religiosa –recordó el cardenal chino– no se reduce a libertad de culto”.