Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

La materialidad de un espíritu

Texto Rocío Montuenga [Com 16] / Fotografía Manuel Castells

L’esperit català de Antoni Tàpies transporta al espectador a tierras catalanas durante los años de posguerra. Sobre madera, dos colores: amarillo y rojo, y un espíritu que se transmite con fuerza a través de materiales arenosos y pintura. Esta obra de arte destaca en la sala Tàpies del Museo Universidad de Navarra, que alberga una colección de obras del artista donadas por la mecenas María Josefa Huarte.



Sus cuatro barras de color rojo sangre sobre fondo amarillo logran transmitir el espíritu catalán que quiso expresar Antoni Tàpies cuando lo pintó en 1971. L’esperit català mide 2 x 2,75 metros y pesa trescientos kilos por estar compuesto de materias compactas como arena y polvo de mármol. Las palabras en catalán que arañan el lienzo de tan grandes dimensiones sirven de anzuelo para cualquier espectador que entra en la sala 3 de la primera planta del Museo Universidad de Navarra.

Se puede percibir en él la negación de cualquier tipo de figuración y la apuesta por nuevas formas y métodos que, con una pincelada suelta y gruesa, sugieren otras sensaciones. Destaca por ese arte abstracto que envuelve todo el lienzo: los colores, los materiales arenosos, la textura de la pintura, las manchas rojas y el conjunto de palabras: ni un solo elemento pasa inadvertido. Captura fácilmente a todo aquel que se encuentra delante del cuadro y le transporta hasta tierras catalanas.

Sobre el lienzo, brochazos y materiales

Sin embargo, para entender mejor el cuadro, es necesario situarse en el contexto artístico en que se pintó. Después de la Segunda Guerra Mundial, en los años cuarenta en Nueva York, se desarrolló el expresionismo abstracto, que, como se explica en El ABC del arte, fue una corriente pictórica en la que la mayoría de sus seguidores eran pintores enérgicos o gestuales. Utilizaban lienzos de gran formato y aplicaban la pintura con rapidez y fuerza, unas veces usando grandes pinceles y otras derramando la pintura o incluso arrojándola directamente sobre el lienzo.

En Francia, en paralelo al expresionismo abstracto estadounidense, se inició otro movimiento artístico: el informalismo. La palabra francesa informel significa «sin formas», más que «informal». En la década de los cincuenta, los artistas adeptos al art informel buscaban una nueva manera de crear imágenes sin utilizar las formas reconocibles que gustaban a sus predecesores cubistas y expresionistas; pretendían abandonar las formas geométricas y descubrir un nuevo lenguaje artístico a través de métodos que surgían de la improvisación. 

El informalismo, por tanto, seguía las tendencias del arte gestual y abstracto dejando atrás toda figuración. Para resaltar la expresividad del arte con nuevos modos, los informalistas utilizaban en sus obras una pincelada suelta y gruesas capas de pintura. Dentro de este movimiento, se desarrolló la pintura matérica o art brut, que se diferenciaba del resto de corrientes por incluir sobre la pintura materiales desechables como madera, serrín, arena, vidrios, cartón o harapos. La influencia del informalismo se extendió a otros países de Europa, especialmente a  España, Italia y Alemania.

Y al mismo tiempo que en Nueva York el pintor Jackson Pollock se expresaba vertiendo botes de pintura sobre enormes superficies blancas, en Barcelona Antoni Tàpies se forjaba como un pintor informalista esparciendo en sus obras estos materiales heterogéneos y de reciclaje.

Pasión por la pintura y sólidas raíces

Pero ¿quién era ese artista catalán? Nació en Barcelona el día de Santa Lucía de 1923. Hijo de los políticos catalanistas Josep Tàpies y María Puig i Guerra, respiró un ambiente liberal desde su niñez. Se formó como abogado pero no terminó la carrera, pues su pasión por la pintura le llevó a una dedicación plena al mundo del arte. 

Su despertar a la pintura se dio en 1934, gracias a la revista D’Ací i d’Allà, que le abrió el panorama modernista internacional. A partir de ese momento, de forma autodidacta, el talento empezó a cuajar en sus primeras obras de carácter surrealista.

Durante los años cincuenta Tàpies conoció las técnicas pictóricas más innovadoras en París, y desde entonces, su principal medio de expresión fue el informalismo, sobre todo la pintura matérica. En la década de los setenta, sus obras fueron tomando cauces políticos sin perder una pizca de su fuerte acento informalista. En sus últimos años de vida realizó grandes esculturas de cerámica que representan objetos cotidianos, como bañeras y sillas.

De entre sus contemporáneos, Francesc Subarroca Ferrer, un pintor barcelonés de 81 años, todavía hoy en activo, conoció a Tàpies cuando este fue a visitar al pintor Manuel Bea, en su estudio de la calle Jaime I, número 8 de Barcelona. Allí se encontraba también Francesc Subarroca, con el que, por aquel entonces, compartía estudio. 

Según Subarroca, «Tàpies era un persona que tuvo muchas inquietudes, y eso se reflejó en su paso por distintos movimientos artísticos. Perteneció al Dau al Set (La séptima cara del dado), un grupo que se creó durante el surrealismo, y poco a poco su pintura fue evolucionando hasta llegar a hacer pintura matérica, con gran observación del mundo real». «En la actualidad —añade Subarroca—, hay muchas personas que al pasar por algún lugar no se dan cuenta de que, por ejemplo, una pared puede tener un gran interés y, puesta en un lienzo, la calidad de su materia le concede este atractivo».

Por otra parte, el contexto histórico que vivía Cataluña, sus ideas políticas, así como sus vivencias personales influyeron en su forma de expresión. «La obra de Tàpies ha estado siempre fuertemente marcada por los acontecimientos políticos y sociales del momento en que se encontraba. En los setenta, su compromiso contra el régimen franquista le daba un carácter de protesta. De forma habitual, él, como otros artistas de la época, personalizaba objetos con su particular lenguaje, otorgándoles su propio sello. Todo este periodo coincidió con cambios importantes en Estados Unidos y en casi toda Europa», afirma Francesc Subarroca.

 

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