Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Gervasio Sánchez: “Los grandes trabajos fotográficos son fruto de muchas lágrimas, mucho dolor y mucho esfuerzo”

Texto Jorge Miguel Rodríguez Rodríguez [Phd Com 07] y Pilar Irala Hortal Fotografías Diego Sánchez y Gervasio Sánchez

Lleva un cuarto de siglo recorriendo con una cámara al hombro los rincones más violentos del planeta. Su excepcional mirada ha retratado el rostro más humano de la guerra para denunciar ante un mundo ciego y sordo el sufrimiento mudo de miles de personas.


¿Es verdad que trabajó de camarero? 

Sí, 17 veranos, de los quince a los 31 años. Fue en un buen restaurante de Tarragona, y lo hice por necesidad, mientras estudiaba la carrera: deseaba viajar y aquel trabajo me permitió cumplir ese anhelo. No quería quedarme sentado en el escritorio de un periódico. Las historias estaban en la calle.

¿Qué le aportó aquel trabajo, además del dinero?

Saber organizarme. En una labor como la periodística, en la que el tiempo es vital, el oficio de camarero me enseñó a atender varios frentes a la vez. A diario me pedían una paella en una mesa, otra más allá… Debías tener a todos tus clientes servidos. Hoy me dedico a fotografiar, a escribir, a hacer radio y televisión… Es como servir varios platos en distintas mesas. Llego a todo, gracias a ese aprendizaje de camarero. Mi cabeza se organiza como si estuviera en un restaurante.

Hay quien piensa que cualquiera puede tomar una buena foto…

Ese es el motivo de que la calidad de la prensa haya caído. Hoy se publican fotografías a cuatro o a cinco columnas tomadas por periodistas que no tienen el conocimiento técnico suficiente. Es lo común en la mayoría de periódicos. Por ejemplo, El País ha perdido calidad gráfica por este motivo. Por muy buena cámara digital que tengas, no podrás hacer buenas fotos si no tienes esa mirada personal del mundo, lo que se suele llamar “ojo fotográfico”. En la actualidad, los diarios intentan ahorrar presupuesto, pero pierden eficacia en la cobertura fotoperiodística. Hasta hace unos años, si te marchabas de viaje, por ejemplo a la India, llevabas quince rollos y con este austero material debías registrar todo y enviar a la redacción fotos buenas. No podías darte el lujo de disparar cien carretes, porque el revelado te costaba un ojo de la cara. Eso, si no tenías mala suerte y se estropeaba la película durante el trayecto. Hoy puedes hacer miles de fotos, corregirlas y editarlas en pocos minutos, a un coste muy económico. La revolución tecnológica ha producido algunos impactos buenos y otros malos. 

Se hacen miles de fotos, pero se publican muy pocas. ¿Qué pasa con el resto?

Depende del tipo de trabajo. Algunas veces, el objetivo de una cobertura es publicar un libro u organizar una exposición. Ese proceso dura años. Es entonces cuando busco que las fotos hablen por sí mismas y cuenten una historia, como en Vidas minadas, un proyecto de sensibilización y denuncia sobre las minas terrestres antipersona, que muestra a las víctimas de esas armas. Otro ejemplo es la serie sobre la hambruna en Sudán, que recoge algunas de las fotografías seleccionadas por su riqueza visual. Hay imágenes que tienen fuerza por sí solas y funcionan mejor dentro de un reportaje porque son más explicativas. Otras tienen más potencia individual. Hay casos de fotografías que no se publicaron en la prensa y que terminaron formando un libro, como Niños de la guerra. Y es que los libros tienen más transcendencia para el futuro que un periódico, que se tira en cuanto lo lees. 

¿Cuál es la misión del fotoperiodismo? 

Ser una referencia iconográfica de lo que está pasando. Es decir, que sirva para mostrar y documentar la historia cotidiana. Quienes se van a dedicar a esta rama del periodismo deben saber que los grandes trabajos fotográficos son fruto de muchas lágrimas, mucho dolor y mucho esfuerzo.

¿Cree en la “suerte” del reportero que está en el lugar adecuado en el momento preciso?

Como he comentado, un buen trabajo periodístico es la consecuencia de un gran empeño por conseguir los mejores resultados y del talento personal. Sin embargo, es cierto que, algunas veces, se conjugan circunstancias afortunadas que el periodista debe saber aprovechar. Se me viene a la memoria una fotografía que realicé durante el cerco de Sarajevo. Se ha convertido en un icono de la guerra de Bosnia. La hice “de casualidad”. Lo explico: dos semanas antes de esa cobertura fotográfica para El País, me asaltaron con fusiles en el centro de Bosnia y me robaron el coche con las cámaras dentro. Sólo conseguí sacar el chaleco antibalas. Cinco días después, recuperé el coche, parte de mis cámaras y el fotómetro roto. Luego me dirigí con Alfonso Armada, del ABC, a Sarajevo para entrevistar al jefe del ejército bosnio. Era domingo. Mientras esperábamos, le dije a mi compañero que me iba a dar una vuelta por la ciudad. Tenía pensado acudir a la biblioteca de Sarajevo porque era un sitio muy tranquilo. Allí me refugié muchas veces durantes los bombardeos. Empecé a tomar fotos. Miré el reloj y restaban unos veinte minutos para la entrevista con el jefe militar. Bajé entre los escombros del edificio y vi gente recogiendo agua en una fuente. Disparé con mi cámara, pero algo fallaba. La lente no captaba la luz del ambiente. Me pregunté qué ocurría, y me di cuenta de que estaba fotografiando con una película TRI-X 400 a 100 ASA [película de alta sensibilidad calibrada como si fuera de baja luminosidad]. Me metí corriendo en la biblioteca porque iba mal de tiempo. De repente, apareció un haz de luz que refulgía con gran intensidad en medio de eso majestuoso edificio derruido…

¿Suerte…?

Sí, porque gracias a que me robaron la cámara, me rompieron el fotómetro, me di cuenta del tema de la luz, y por la presión del tiempo en contra entré corriendo en la biblioteca, casi me tropiezo, hice una foto que hoy es un icono. Siempre lo cuento para que la gente vea que las fotos pueden aparecer ante ti cuando menos lo piensas y en las circunstancias más diversas. No se trata de ser un gran fotógrafo y tener una técnica depurada, sino de cazar esos instantes decisivos. Para ello hay que estar y recorrer los escenarios. Para que una fotografía sea símbolo de un momento histórico o documente un hecho de una manera personal se deben combinar diversos factores: suerte, mirada, espera, paciencia.

¿Una cobertura que le haya costado especialmente?

El viaje que realicé a Sarajevo de octubre a noviembre de 1993. Fue extremadamente duro para mí, por el tipo de guerra, con muchos muertos. Cuando hice la selección final de las fotografías para el libro no encontré ninguna que me gustara, porque no contaban algo más de lo que ya se sabía. A veces ocurre que estás mucho tiempo en un país y no te sale ninguna foto buena, y otras permaneces unas horas y obtienes una imagen espectacular. Así es esta profesión. Al final, publiqué un libro sobre Sarajevo (2008), después de diez viajes a ese destino. 

Usted es uno de los pocos fotoperiodistas que escribe sus propias crónicas y reportajes. En su caso, ¿qué viene primero, la foto o el texto? 

También depende de la finalidad de la cobertura. Ahora vuelvo de Afganistán y he tenido que realizar un reportaje en 48 horas. La luz era muy buena cuando aterricé, así que fotografié de inmediato. Esas imágenes me sirvieron para escribir una historia. Al día siguiente tenía concertadas varias entrevistas y ya no tenía tanto tiempo para la cámara. Por otro lado, si tengo entre manos un trabajo más a largo plazo, el ritmo es otro, con historias personalizadas y con libertad para moverme en todos los sentidos, y me tomo mi tiempo. Es indispensable para ganarse la confianza de los protagonistas de las historias, y eso se consigue hablando mucho, hasta lograr esa intimidad que refleja la fotografía. Deben verte trabajar y han de saber que no vas a publicar una foto que ellos no quieren que se vea. Por ejemplo, a las madres camboyanas no les gusta que les hagas fotos dando de mamar a sus hijos, y tú debes respetar sus tradiciones y costumbres. 

Desde el punto de vista técnico, debes enterarte de las condiciones de luz del país al que vas. Hay países en los que la luz es muy bonita, y países en los que la luz es un desastre: si quieres hacer buenas fotos en Afganistán, en agosto, debes levantarte a las cuatro o cinco de la mañana, porque a las seis es imposible. 

¿Escribe usted mismo porque no basta con la imagen para contar la realidad que su “ojo fotográfico” ha captado? 

Escribo porque considero que nadie va a dar el contexto adecuado a las imágenes del fotógrafo excepto él mismo. Con el texto puedo describir lo que está pasando alrededor del encuadre, y dar más información. Además, tengo la suerte de poder hacer varias tareas a la vez. Al inicio de mi carrera, en la SER, me decían siempre que yo escribía crónicas muy gráficas y que se notaba que era fotógrafo. No creo que fuera por ese motivo, sino porque había estado en los sitios. Tengo amigos que viajan a ciertos países y no son fotógrafos, pero sus crónicas son gráficas, por la misma razón: son testimoniales. El texto me permite describir lo que está pasando alrededor del encuadre. Si estás en un sitio y cae una granada de mortero que mata a diez personas, puedes hacer cuatro o cinco fotos, pero sólo envías una. Sin embargo, las palabras describen todo lo que está pasando y dan mucha más información. 

¿Es tan rápido con el teclado como con la cámara?

Hace quince años tardaba dos horas en redactar una crónica y ahora debo escribirla en diez minutos. Cuantas menos fotografías hay para contar una historia, más texto necesitas para dar la información que aparece en ellas. Sin embargo, si realizo una estancia de treinta días en Afganistán, puedo componer una crónica visual mucho más amplia y mostrar cuestiones que no me permiten cinco fotos para la prensa diaria

Usted ha dicho que no le gusta contar anécdotas, pero ocurre que en los detalles se revela la gran historia…

El periodista debe hablar de lo que pasa en un lugar y no de sus problemas. Sé que es una percepción personal que está desfasada, y cada día los periodistas hablan más de sí mismos. Pero es necesario hablar de las víctimas. Todo el espacio que yo use para hablar de mí se lo estoy quitando a los protagonistas de mis historias. Como periodistas somos intermediarios, vamos a los sitios a buscar historias y a contarlas. 

¿Cómo consigue salir al paso de una circunstancia peligrosa?

Siempre tienes que negociar. He llegado a sitios donde me han apuntado con un fusil en la cabeza y me han dicho: “De aquí no pasas”. Entonces inicias toda una diplomacia negociadora para conseguir en primer lugar que no te maten y, en segundo, que te permitan trabajar. A veces lo consigues y otras veces no. 

Hasta ahora resuenan sus palabras del discurso de aceptación del Premio Ortega y Gasset… Usted habló de doble moral en el tema de la venta de armas…

No me gustan las cuestiones políticas que giran en torno a los premios. Se da por supuesto que debes ser políticamente correcto en la entrega de un galardón, pero consideré que debía defender a los verdaderos protagonistas de mis historias. Me sorprendió mucho que mi discurso fuera tan polémico, ya que siempre estoy en esa línea. Cuando tengo la oportunidad de decir lo que pienso a los responsables de las instituciones, lo hago. En esa ocasión, el mensaje estuvo dirigido al PSOE, porque es el partido en el poder y son los responsables de este “mercadeo obsceno de la muerte”. 

Usted ha afirmado que las víctimas de la Guerra Civil española no son de un lado ni de otro, sino víctimas sin más…

Lo contrario me parece absurdo. Por supuesto, conozco bien la historia de mi país, he vivido un régimen franquista que endulzó la vida de las víctimas de un lado y persiguió a las del otro lado. Pero una vez que hablamos de los desaparecidos, ¡qué más me da que sea un anarquista, un comunista o un falangista! En el fondo, una madre que ha perdido a sus hijos va a sentir el mismo dolor. Es cierto que se debe cuantificar la historia, porque no se puede afirmar que en la Guerra de los Balcanes los bosnios cometieron las mismas atrocidades que los serbios. Pero en el fondo, si un desaparecido es bosnio o serbio, el sufrimiento de la familia es el mismo. 

¿Qué es lo más le disgusta del periodismo de hoy? 

El autoengaño, la autocensura, la mentira. Hay quien trata de aparentar que hace informativos independientes cuando lo que realmente emite es propaganda gubernamental. Y no hay que pensar únicamente en la televisión. Hay periódicos que hoy se rasgan las vestiduras por determinadas cuestiones políticas, pero lo hacen porque el Gobierno no ha atendido sus intereses empresariales. Algunos sólo practican el periodismo de investigación en función de quien tenga el poder.

¿Qué debemos enseñar a los futuros periodistas? 

Lo primero es motivar a los alumnos para que emprendan una búsqueda personal y tengan independencia en sus relatos. Es importante decirles la verdad. Hay que explicarles la vida con pasión. Cuando alguien me dice que quiere ser como yo, le digo: “Es muy fácil: tienes que trabajar 17 veranos de camarero, dormir en hoteles de mala muerte, viajar solo (que es muy duro), a veces permanecer lejos de la familia… No hay que cansarse nunca y hay que superar todos los obstáculos”. Se es periodista para toda la vida. Como aconsejaban John Berger y Kapuscinsky, hay que aprender a contar la realidad de otra manera. Eso debemos enseñar a los jóvenes.

Una curiosidad, ¿es verdad que Ud. siempre lleva en sus viajes cinco kilos de jamón de Alcañiz?

Siempre no. Y no son cinco kilos… Lo saco en momentos especiales. Me ha salvado varias comidas de cumpleaños y lo he usado también para conseguir algún favor.