Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 718

Homeschooling. Aprender en casa

Texto Carmen Urpí Ilustraciones Alberto Aragón.

Los buenos maestros no siempre están garantizados. Por eso, en países como Estados Unidos ha surgido una nueva modalidad: formar a los hijos en el propio hogar. Es una opción minoritaria que se enfrenta a muchas lagunas legales.


Si la “polémica” fuera una asignatura, el sistema educativo español la aprobaría con buena nota. Mientras la tormenta de la Educación para la Ciudadanía tarda en apaciguarse, una corriente no menos controvertida se asoma en el horizonte: la educación en casa, más conocida como homeschooling, destaca como una nueva modalidad de enseñanza-aprendizaje que la nueva Ley Catalana de Educación no descarta normalizar en el futuro, ya que su artículo 55 sobre “educación no presencial” deja abierta esta posibilidad. 

Cataluña es una de las comunidades autónomas con un mayor número de familias que optan por este tipo de educación. Se calcula que en España hay al menos 2.000 familias que prefieren el propio hogar a la escuela para formar a sus hijos, amparadas en el vacío legal de una modalidad que en otros países europeos ya está regulada. Por un lado, estas familias reclaman el derecho constitucional y preferente de los padres a elegir la educación que deseen para sus hijos y, por otro, argumentan que la Constitución no obliga a escolarizar sino a proporcionar una educación básica, la cual puede obtenerse sin necesidad de acudir a la escuela.

La cuestión de fondo que plantea la desescolarización no es otra que la vieja polémica entre individuo y sociedad: ¿puede el estado limitar la libertad de elegir el tipo de educación que los padres desean para sus hijos? En unas declaraciones al diario El País en octubre de 2008, el ex miembro del Consejo Escolar del Estado Miguel Recio defendía la escuela como lugar genuino de aprendizaje: “Se trata de que coincidan edades distintas, culturas diferentes, gente con discapacidad, de otros países…, eso sólo lo puede dar la escuela”. Arturo Canalda, Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, se manifestaba en la misma línea: “No es lo mismo saber que enseñar, ningún padre tiene derecho a dar una asignatura de manera parcial a su hijo”. Los partidarios del homeschooling, sin embargo, creen que los progenitores tienen el derecho preferente a elegir la educación de los vástagos. Por tanto, esperan que el Estado se limite a cumplir su función subsidiaria y respete la autonomía de la familia como primera responsable.

 

Una realidad en Estados Unidos. Estados Unidos ha sido la cuna del homeschooling desde que, en los años setenta, el escritor y pedagogo John Holt comenzase a ver materializadas sus teorías sobre la desconfianza educativa hacia la escuela. En 2003, el National Center for Education Statistics arrojaba la cifra de 1.096.000 homeschoolers. En este aspecto, Estados Unidos se presenta como un curioso país donde conviven con normalidad la tradicionalmente tan valorada libertad individual y la exaltación del deber ciudadano y patriótico. Entendido el Estado como estructura al servicio del bien común y del bien de cada individuo, las familias que educan en casa se sienten incluso con el derecho de reclamar la devolución de las tasas de impuestos correspondientes a la escolarización que ahorran al Estado. Desde esta concepción más amplia de ciudadanía, la diversidad es más tolerada y respetada, no supone ninguna amenaza a la unidad o a la cohesión social.

En Europa son varios los países que reconocen el derecho a la escolarización en casa: Noruega, Finlandia, Eslovenia, Reino Unido, Irlanda, Dinamarca, Bélgica, Luxemburgo, Suiza, Austria, Hungría, Italia, Francia y Portugal. También en otros continentes hay países donde el homeschooling es una opción amparada legalmente: Australia, Nueva Zelanda o Indonesia, por ejemplo.

 

Pocos recursos, muchos valores. La educación en casa se ha visto asociada desde sus inicios a grupos sociales opuestos: desde movimientos hippies y ecologistas, que optan por vivir con pocos recursos, hasta clases más conservadoras y acomodadas. Tópicos aparte, el homeschooling cuenta con toda una gama de estilos y creencias. De hecho, una de las familias pioneras en este método sufría al mismo tiempo las carencias de una economía apretada mientras consolidaba sus lazos con sólidos valores morales. Los Yoder, una familia amish de Wisconsin, dejó de enviar a sus hijas adolescentes a la escuela en 1972 para que vivieran las tradiciones de su comunidad. Tras la demanda del Estado, el caso llegó al Tribunal Supremo, que dictaminó: “El interés del Estado en la escolaridad obligatoria debe ceder ante la libertad de los padres para determinar la orientación moral de sus hijos”.  

El ejemplo de la familia Cremin, vecinos del Condado de Kerry (Irlanda), indica que el homeschooling no tiene por qué ser consecuencia de una situación holgada. Para ellos es más importante preservar el derecho sobre los hijos que alcanzar el éxito en una carrera profesional. Aunque no sea lo habitual en este tipo de familias (que generalmente sólo ingresan al mes un solo sueldo), los Cremin juzgan que la mejor opción para poder afrontar económicamente una situación de homeschooling es reducir la jornada laboral tanto en el caso del padre como en el de la madre y limitar ciertos gastos, por ejemplo, en el tipo de vacaciones o el uso de un solo coche. Reciclar los libros de texto y de lectura, usar materiales de segunda mano o ahorrarse la compra de uniformes (en Irlanda, estos son habituales en la escuela pública) son otras opciones a la hora de apretarse el cinturón. 

Sin embargo, los estadounidenses son más proclives a rechazar becas y ayudas institucionales parecidas, ya que éstas podrían obligarles a seguir un currículo oficial con el que tal vez discrepen en asuntos morales y religiosos. En Estados Unidos, “uno de los motivos principales para educar en casa es eludir la intervención ideológica por parte del gobierno, no eludir el pago de impuestos”, afirma Carla Snowball (Indiana, EE UU), madre de una homeschool durante 13 años. Para la familia Snowball, esta intervención del Estado alcanza también a las escuelas privadas que reciben subvenciones públicas y cuyo currículo e ideario han quedado afectados por este motivo y por la creciente secularización de la sociedad. 

La opción de la ‘flexischool’. Para completar el trabajo de cada familia y suplir algunas carencias que se puedan dar en casa (necesidad de orientación, supervisión y evaluación externa, recursos técnicos) los Cremin no descartan la opción de mantener el cordón umbilical entre la familia y la escuela, siempre que la segunda esté dispuesta a ofrecer sus servicios de orientación e inspección así como sus instalaciones a este tipo de estudiantes. Este sistema es conocido como flexischool: un modelo mixto que no comulga con algunos aspectos de la escuela, pero que no se cierra en banda a todo el sistema escolar. Dichos aspectos varían según cada familia: un excesivo número de horas continuadas fuera de casa, el estrés ligado a las exigencias del aprendizaje escolar, la violencia o agresividad que se respira en algunos ambientes escolares, la homogeneidad de edades en las aulas, las elevadas ratios de estudiantes por profesor, etcétera. No obstante, presenta ciertas ventajas como el trabajo en equipo con las instituciones, la mejora de una oferta educativa de calidad, el seguimiento y la evaluación de cada estudiante y una mayor socialización. 

En el Reino Unido, este modelo ha evolucionado hacia una combinación entre el homeschooling y la asistencia a la escuela para el aprendizaje de ciertas materias. Sin embargo, Denis y Rose Cremin no han conseguido disfrutar de esta posibilidad para que sus hijos utilizasen, por ejemplo, los laboratorios escolares, las salas de ordenadores o las instalaciones deportivas. El matrimonio irlandés ha tenido que suplir esa carencia con el coste adicional de las clases extraescolares, como suele ocurrir en numerosos casos de homeschoolers. La música y el deporte, actividades en las que más se han volcado, les han servido para relacionarse con su grupo de iguales y hacer amistades fuera del ambiente familiar. 

Por lo general, la vida de ocio de estos jóvenes suele ser muy intensa y participativa porque gozan de mayor tiempo libre y sus energías no quedan tan menguadas por las horas de clases de la escuela. A menudo surgen grupos de familias que se organizan para compartir estos momentos y poder aportar a sus hijos un espacio más amplio de socialización.

El mayor de los Cremin, con 17 años, participa en su categoría en un club de remo que compite a nivel nacional. También practica la natación y participa en conciertos para jóvenes intérpretes tocando el violonchelo y el saxofón, instrumentos que le han permitido formar su propio grupo de música clásica y sacarse algún dinero extra en ceremonias religiosas y otras celebraciones.

 

Volver a la escuela. Al haber alcanzado el Grado 8 de música de la Royal Irish Academy, Conor Cremin podrá convalidar a sus 17 años una asignatura del Leaving Certificate, título que se obtiene al final de la enseñanza secundaria mediante unas pruebas para determinadas asignaturas, un examen y un proyecto final. Conor, que quiere estudiar Medicina, debe obtener a toda costa ese título, un peaje insalvable para acceder a la universidad. El chico se ha visto obligado a interrumpir prácticamente casi toda su actividad porque junto con sus padres decidió incorporarse a un instituto público para cursar los dos últimos años de la etapa secundaria (análoga al bachillerato español). “Para mí –afirma− ha sido una experiencia interesante conocer un instituto desde dentro, pero me sentía como si no hiciera otra cosa que ir a la escuela, como si no existiera nada más hasta la llegada de cada fin de semana. Tuve que cortar con muchos compromisos anteriores que no podía asumir y les preguntaba a algunos de mis compañeros cómo podían vivir así durante tantos años. Y lo peor es pensar que una gran parte de ese tiempo se va en los minutos que el profesor invierte, sobre todo al principio de cada clase, en solucionar conflictos de cualquier tipo”.

En Estados Unidos, muchas familias consideran que la incorporación al inicio de la high school (instituto de educación secundaria), alrededor de los 16 años, puede ser uno de los momentos más adecuados para entrar en el sistema educativo y acceder después a la universidad. Según Karen Trahin, madre de homeschoolers en Estados Unidos, “en ese momento hay muchos alumnos que proceden de diferentes centros y que se encuentran por primera vez, de forma que el niño educado en casa no se siente como el único nuevo dentro de un grupo ya consolidado. Además, a esa edad, el adolescente alcanza ya cierta madurez para afrontar su autonomía o dependencia con respecto al ambiente o grupo de iguales, mientras que en edades previas, sobre todo a los 13 ó 14 años, en plena adolescencia, el ambiente ejerce una fuerte influencia”.

A algunos jóvenes homeschoolers les preocupa, sobre todo, si al incorporarse al sistema formal tendrán un nivel de conocimientos suficiente: ‘Los meses antes de empezar temía no tener el nivel de conocimientos esperado −recuerda Conor− pero ahora veo que no debí preocuparme tanto. Solía bromear con la idea de que en clase de mates iban a asignarme algún profesor de apoyo, pero conseguí entrar en el nivel elemental y a las pocas semanas el profesor me planteó ascender a un grupo superior. La mayor dificultad la encontré en captar la metodología de las clases, pero logré superarla en apenas unos días porque se trataba sólo de una cuestión organizativa. La adaptación al grupo, la gente, el ambiente, las relaciones no fueron un problema”.  

Su hermana Katherine, de 13 años, piensa seguir los pasos de su hermano mayor y esperar hasta los 16 para entrar en el instituto. No teme tener problemas de socialización puesto que desde ahora ya disfruta fuera del ambiente familiar del contacto con sus amigas que, a diferencia de ella, sí están escolarizadas. Katherine ha participado durante algunos años en la banda municipal de Killarney con otros jóvenes y esto le ha permitido disfrutar gratuitamente de su instrumento, el clarinete, además de acceder a las clases de música locales subvencionadas. Además, al igual que su hermano, compite en regatas con el equipo de remo de su club local y en torneos de natación.

 

“Infundir amor por el saber”. Con los años, el aprendizaje de Conor en casa ha sido cada vez más autodidacta, pero siempre bajo la supervisión de sus padres. “Ellos me asignaban un volumen de trabajo con un plazo determinado y yo me organizaba para realizarlo. Cada cierto tiempo acudía a ellos para que me corrigieran las tareas y me asignaran otros contenidos. Especialmente con las materias que más me gustaban, como las ciencias, apenas recurría a mis padres, pero para otras como la lengua, mi madre tenía que estar algo más detrás de mí para que me sentara a trabajar con ella”, señala el joven. Para sus progenitores, “la educación no se refiere tanto a la información, que es accesible a cualquiera, sino sobre todo al proceso de aprendizaje, a infundir un amor por el saber y una habilidad para resolver problemas”.

No todas las familias coinciden en su método de homeschooling. Se dan diferentes estilos −algunos más dirigidos que otros− y diferentes circunstancias: número de hijos, ocupación e intereses de los padres, etcétera. En el caso de la familia Snowball, el ejercicio profesional del padre como piloto les ha permitido viajar por muchos países y llevar consigo el currículo allá donde fueran; en especial, el de geografía. La escuela de los Snowball no tiene horario, puede durar las 24 horas del día. “Cualquier momento puede ser una oportunidad para aprender a escribir bien una palabra, en lugar de dedicar los 10 minutos diarios de rigor a la ortografía”, asegura Carla Snowball. Los contenidos curriculares pueden proceder conjuntamente tanto del currículo estatal, como de la selección que hacen los padres e, incluso, de la que proviene de las preferencias de los hijos. “Es importante tener en consideración las preferencias de mis hijos, porque si ellos disfrutan de lo que les enseño, aprenden mejor. Por otro lado, conseguir que el aprendizaje sea algo gratificante y ameno requiere mucho más trabajo por parte de los padres”, reconoce la madre de familia. 

Algunos utilizan libros de texto escolares y otros elaboran sus propios contenidos curriculares, pero en general no es necesario dedicar tanto tiempo al trabajo intelectual y al estudio para conseguir las mismas metas que en la escuela. Esto permite que los hijos se involucren mucho más en las tareas familiares y que adquieran otro tipo de conocimientos y habilidades muy útiles para la vida cotidiana.

“La alta implicación de los homeschoolers en la vida doméstica es la antesala de su futura participación como ciudadanos comprometidos con la sociedad”, vaticina Denise Sordelet, también oriunda de Indiana. Algunos críticos tachan a esos padres de posesivos e individualistas. Sordelet no está de acuerdo: “Muy al contrario: este tipo de educación les prepara para ser ‘miembros de la sociedad’  en lugar de conformarse como ‘personas dependientes de sus iguales’. Así, la familia se convierte en una auténtica escuela de ciudadanía donde cada hijo contribuye con su aportación personal al bien común, ayudando en diferentes tareas. La colaboración en los trabajos de casa hace que el niño se sienta feliz, valorado y satisfecho por la ayuda prestada a los otros miembros de la familia a la vez que aprende numerosas habilidades, según los intereses de cada familia: jardinería, construcción, artesanía, mecánica, etcétera”. A veces, también se viven muchas tensiones en casa, hay peleas entre hermanos y discusiones entre padres e hijos por tareas pendientes de realizar, pero eso también es ocasión para aprender a ser responsables. Janette Schipper, otra estadounidense partidaria de la formación casera, piensa que los padres no deben esconder su disgusto si los hijos no hacen bien sus tareas, pues de ese modo se sentirán muy satisfechos con el trabajo bien hecho”. Las tensiones pueden aumentar si hay algún problema familiar añadido: “Nuestro hijo pequeño –explican los Cremin− sufrió serios problemas de salud y, en esas circunstancias, fue difícil para nosotros mantener el ritmo de trabajo y estudio. Sin embargo, también es bueno que los niños vean cómo sus padres se enfrentan a las preocupaciones y los problemas importantes”.

La práctica del homeschooling también supone para los padres un intenso aprendizaje, no solo por el hecho de poner al día sus conocimientos sino porque les ayuda a desarrollarse como personas. Para Carla; –que dejó su profesión como enfermera para educar a sus hijos menores en casa–, los trece años de práctica de homeschooling han cambio muchas de sus metas en la vida: “Lo académico no es lo más importante a la hora de educar sino el desarrollo armónico de la personalidad del niño, la formación en virtudes, el cultivo de la auténtica amistad. La educación de mis hijos en casa me obliga a desarrollar mi propia personalidad y eso beneficia su educación”.

Al margen de los diferentes estilos de aprendizaje, las familias coinciden, en general, al afirmar que la formación de sus hijos como personas, no solo como estudiantes, y la mejora de la convivencia familiar son los dos logros principales del homeschooling. Pese a que muchas veces los Cremin se cuestionaban si estaban haciéndolo bien, con el transcurrir de los años han visto que la realidad superaba sus expectativas: “Ahora nos sentimos felices de ver cómo nuestros hijos se están desarrollando íntegramente, se están convirtiendo en personas equilibradas, seguras, respetuosas con los demás y con ambiciones en la vida”.

 

Algunas de las entrevistas que se recogen en el texto han sido realizadas por Mª del Coro Molinos [PhD Pedg 83], profesora del Departamento de Educación de la Universidad de Navarra.