Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

La invasión silenciosa

Texto Rafael Miranda [Bio 92 PhD 98] es profesor titular de Biología Ambiental de la Universidad de Navarra Fotografías Enrique Baquero [Bio 91 PhD 97] y Rafael Miranda

Me gustaría saber su opinión sobre la llegada a España de especies exóticas que han colonizado nuestro país. Si su respuesta es una sonrisa sarcástica y piensa en el ecologista de turno con su cruzada medioambiental, lo lamento. Si levanta los hombros con indiferencia, me preocupa. Y si su expresión es de sorpresa, le alentaría a informarse. Sin embargo, si la frente se le arruga porque considera que es un tema importante, le animo a seguir por esa línea. Es la buena. 


Están ahí. por todas partes. sigilosamente se han introducido en nuestras casas, nuestros ríos, nuestros bosques. También en nuestras vidas. Poco a poco se han hecho comunes y actúan de una manera negativa. Destruyen los ecosistemas por dentro, como la carcoma. Algunas llevan mucho tiempo con nosotros, pero en general han pasado inadvertidas. Son las especies invasoras. Mejor dicho, las especies exóticas invasoras. Esas que algún día, por una u otra razón, llegaron a nuestras tierras y se adaptaron tan bien, que ahora están por todas partes. 

El calificativo de exóticas no es baladí. Existen muchas especies invasoras, como los líquenes que colonizan las superficies rocosas con el fin de llevar la vida donde no es posible, pero el hecho de su capacidad invasiva no los convierte en un problema. Ni mucho menos. El problema aparece cuando esa especie invasora se encuentra en un escenario que no le corresponde. Los efectos pueden ser catastróficos.

Algunos de esos invasores son parte del paisaje rural. Por ejemplo, la caña común, también conocida como caña brava, que vemos crecer por todas partes. Su dureza flexible nos ha servido como espada o lanza en los juegos infantiles. De hecho, es ideal para fabricar lengüetas para instrumentos de viento o aperos de labranza. Su desmesurada tasa de crecimiento la ha convertido en una de las plantas explotadas como biomasa para la producción de biocarburantes. Algunos, además, defienden su papel ecológico como protección de la fauna que vive en las riberas. 

Sin embargo, no ha estado ahí desde siempre. Originaria de Asia, ha colonizado los humedales mediterráneos desde antiguo. Aunque es evidente su provecho económico, su presencia también tiene efectos perniciosos, aunque poco visibles. La caña brava disputa el suelo a los sauces, alisos y arbustos de ribera, que sí son autóctonos. Su actividad, lenta pero inexorable, la ha convertido en la especie más abundante de nuestros humedales. Los efectos no son pocos: altera desde los ecosistemas y las cadenas alimentarias hasta la hidrología de los ríos, desplaza a las especies nativas y facilita incluso la difusión de los incendios porque arde estupendamente.

Esta es una de esas especies invasoras. Como esta, muchas otras se adueñan poco a poco de los ecosistemas que colonizan, desplazando y llevando en algunos casos hasta la extinción a no pocas especies nativas. Según muchos y muy buenos estudios, las especies exóticas invasoras son la segunda principal causa de la pérdida de la biodiversidad, después de la alteración de los hábitats. Un problema realmente serio, no cabe duda.

 

Mejillón sí, cebra no. La especie animal que más pérdidas económicas provoca es el mejillón cebra, así llamado por las rayas de su concha. Y quién lo diría de un mejillón, pequeñajo y vulgar. No es tóxico, ni por supuesto agresivo, no caza ni ataca, ni vuela, ni corre, ni nada por el estilo. Simplemente crece, se reproduce y muere. Pero cómo se reproduce. Esa es su fuerza y su amenaza.

Este mejillón es originario de los mares Caspio, Aral y Negro. En el siglo XIX llegó a Europa Central con la navegación fluvial y en 1985 apareció en la zona de los Grandes Lagos de América del Norte. Desde allí, llegó hasta el Caribe utilizando esa autopista fluvial que es el río Misisipi. 

El mejillón cebra vive hoy un gran proceso de expansión en las aguas dulces europeas. Gracias a su altísima capacidad reproductora es una gran amenaza para los ríos, pero sobre todo para los cultivos agrícolas. Su asombrosa expansión –un solo adulto produce un millón de larvas dos veces al año– perjudica a los regadíos porque atasca las tuberías, rejillas y tomas de agua. Las pérdidas en la agricultura alcanzan varios miles de millones de euros, por eso las Administraciones públicas invierten mucho dinero con el fin de intentar controlar y erradicar la especie. 

A los perjuicios económicos se unen los ecológicos, que son también graves. El mejillón cebra, como todo mejillón que se precie, es un excelente filtrador del agua (hasta 8,5 litros diarios), de la que obtiene los nutrientes para alimentarse. Esa alta capacidad es llamativa porque puede convertir oscuros tramos fluviales en aguas cristalinas. Alguien podría pensar que eso está muy bien. Pero no. No se trata de limpiar las aguas, sino de dejarlas como están porque los tramos bajos de los ríos, ya cerca de sus desembocaduras, deben ser turbios, fruto del arrastre de lodos y nutrientes. Todas las especies animales y vegetales de estos tramos están adaptadas a ello. Por ejemplo, los bivalvos nativos son consumidores primarios de esos nutrientes, y algunos están al borde de la extinción, como algunas especies de náyades acuáticas. 

Otras especies son consumidoras secundarias de dichos nutrientes. Es decir, se comen a los que comen esos nutrientes. Otras simplemente están adaptadas a vivir en un entorno acuático turbio, donde la oscuridad del agua es un refugio para las presas y, a la vez, camuflaje para los depredadores. En fin, un desastre. Nuestro amigo el mejillón cebra es capaz de llevar al traste todo un ecosistema, tallado a lo largo de la evolución de unos cuantos cientos de años. En un santiamén, lo pone todo patas arriba. 

Debido a la creciente amenaza de las especies invasoras, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), creó en 1994 el Grupo Especialista en Especies Invasoras (GEEI). Su fin es detectar las amenazas de estos animales exóticos en los ecosistemas naturales y proponer medidas para prevenir su aparición y erradicarlos. 

Entre los proyectos desarrollados por este grupo se encuentra la creación de una base de datos sobre las especies invasoras (distribución, biología, impacto, gestión, etcétera) que puede consultarse en www.issg.org. A partir de esa información el GEEI ha publicado un documento, breve pero intenso, titulado Las 100 especies invasoras más dañinas. Por supuesto, las antes citadas forman parte de esa élite de invasores silenciosos, pero hay otros de los que aún no hemos hablado. Quizá más sorprendentes.

Especies domésticas, pero no tanto. Entre los animales más dañinos también hay especies comunes bien conocidas e incluso simpáticas (unas más que otras, todo hay que decirlo). Son animales domésticos que llevan miles de años con el hombre. Entre otras, el conejo o el gato. Convivimos con ellos desde siempre, nos han alimentado y acompañado antes de domesticar a otras especies. En general, son beneficiosos, pero han causado un daño que no por menos conocido es irrelevante. En especial cuando, fuera del control humano, han sido introducidos en zonas del planeta donde no existían. 

Por ejemplo, la llegada de los conejos a Australia, que ha provocado efectos devastadores. El conejo común entró en Australia en 1859 como entretenimiento de caza, pero su explosión demográfica sorprendió a todo el mundo. Mientras que este mamífero tardó nueve siglos en colonizar las Islas Británicas, en solo cincuenta años ocupó en Australia una extensión equivalente a más de la mitad de Europa. Se calcula que avanzó a cien kilómetros anuales gracias al factor reproductivo: una hembra adulta tiene hasta cuarenta crías al año. En 1950, la población de conejos australianos llegó a los seiscientos millones de ejemplares.

La bienintencionada y posterior introducción del zorro europeo, depredador natural de los conejos, salió además al revés de como se deseaba. El zorro hizo honor a su nombre y descubrió que era más fácil cazar especies autóctonas (uombats, topos marsupiales, bandicuts, etcétera) que conejos. Básicamente porque los primeros desconocían las homicidas intenciones culinarias de los zorros. Años más tarde se intentó acabar con la plaga con una solución biológica: la enfermedad viral de la mixomatosis, que redujo el número a poco más de cien millones en solo dos años. Pero estos mamíferos pronto se hicieron resistentes y en la década de 1990, su número había subido de nuevo a trescientos millones. El resultado final es que los conejos campan a sus anchas por toda Australia, mientras que muchos marsupiales desaparecen devorados por los zorros. La esperanza actual de controlar su población está en la enfermedad hemorrágica del conejo, que ha rebajado su número en dos tercios.

Otro ejemplo más sutil, pero mucho más dañino, es el gato. El lindo gatito. Compañero del hombre, pero no inseparable, los gatos consienten convivir con los humanos, pero no se someten. Juntos, pero no revueltos. Esto les permite disfrutar de los beneficios de una especie tan avanzada como los hombres, pero abandonarnos cuando les viene en gana. Cuando esto ocurre, el gato doméstico se asilvestra y se convierte en un felino depredador bien adaptado para la caza. De hecho, esa fue la razón por la que el hombre le abrió la puerta de su casa, con el fin de controlar a los huidizos ratones.

Por increíble que suene, nuestro gato doméstico es una máquina de matar. Solo en Gran Bretaña hay ocho millones de gatos caseros censados, que cazan al año no menos de setenta y cinco millones de aves silvestres como gorriones, petirrojos o mirlos. Con esa misma proporción, los cincuenta millones de gatos europeos consumen anualmente más de cuatrocientos millones de pajaritos. Una carnicería.

Pero aún hay más. Los gatos son aún más mortíferos en territorios donde las especies autóctonas jamás lo han visto. Si dejamos al hombre al margen, este felino es el animal que ha causado la extinción de más especies en todo el mundo. En un trabajo de 2011 publicado en una prestigiosa revista científica se registra su plusmarca: los gatos son los responsables directos de la extinción de treinta y tres especies (nueve de mamíferos, veintidós de aves y dos de reptiles) en entornos cerrados, como las islas, donde han terminado con 14 por ciento de las especies vertebradas. Hay que tener en cuenta que en este estudio sólo se incluye, evidentemente, las extinciones conocidas. El número total, incluyendo las extinciones desconocidas, y las producidas en territorios no insulares, debe de ser para asustarse.

Una de las extinciones más llamativa provocada por los gatos es la de un pequeño pajarillo endémico de la Isla Stephens, un islote neozelandés en el estrecho de Cook de poco más de un kilómetro cuadrado. En 1894 tres fareros y sus familias desembarcaron allí para encargarse de la nueva linterna. Con ellos llegaron sus gatos. En apenas unas semanas hombres y felinos se habían adaptado al nuevo entorno. Especialmente los gatos, que cazaban con frecuencia y almacenaban sus presas cuidadosamente en el interior del faro. 

David Lyall, uno de los fareros y ornitólogo aficionado, pronto descubrió entre las presas un pájaro que desconocía. Movido por la curiosidad envió algunos ejemplares a Londres para determinar de qué especie se trataba. Pasado el tiempo, los zoólogos concluyeron que era una especie desconocida y la bautizaron como Xenicus lyalli, en honor a su descubridor. Era un ave pequeña, como un gorrión, insectívora, de hábitos nocturnos y, dato esencial, incapaz de volar, ya que esa habilidad no era necesaria en una isla que carecía de depredadores… hasta que llegó Tebbles, el gato del farero Lyall. El nombre con el que se le empezó a conocer fue chochín de Stephens debido a su parecido con los chochines europeos.

Lamentablemente, a Lyall le informaron del hallazgo cuando los gatos habían borrado al chochín de la faz de la Tierra. En un solo invierno, el de 1895, los “simpáticos” felinos exterminaron a toda la población mundial, sin duda muy pequeña. Ellos los descubrieron y ellos se los comieron. Posiblemente antes de que los científicos describiesen esta nueva especie, ya se había extinguido por el instinto depredador de unos pocos gatos asilvestrados.

Sin irnos tan lejos como a Oceanía, tenemos en España el caso de las Islas Canarias, donde el gato llegó hace dos mil años. También en el archipiélago provocó la desaparición de algunas aves poco voladoras, como la codorniz gomera o el escribano patilargo. Pero incluso de animales más grandes, como la rata gigante de Tenerife y Gran Canaria o el lagarto gigante de La Palma, extinguido en 2007.

 

Comemosquitos, percas y siluros. No todas las introducciones animales son tan dramáticas. Algunas incluso se realizaron con un fin justificado y exitoso. Podríamos decir, pero siempre con reservas, que en algunos casos las introducciones han sido justificadas. Por ejemplo, la gambusia, un pez poco conocido de apenas cinco centímetros de longitud. Son parecidos a los guppies de las tiendas de animales, originarios de Centroamérica y que llegaron a Europa procedentes de Estados Unidos. 

Hace un siglo los mosquitos eran un verdadero problema para la salud humana por transmitir enfermedades mortales, como la malaria. Ahí entra la pequeña gambusia, que se reveló como un poderoso agente para el control biológico de los mosquitos. 

Aunque este pez no es mucho más efectivo que los depredadores nativos de mosquitos, su introducción ha sido eficaz en muchos territorios debido a su gran capacidad reproductora. Sin embargo, siempre queda la duda de si no existe otra alternativa menos invasora, porque la gambusia es un serio competidor de especies locales y ha provocado bastante daño. 

Hay ejemplos de otras introducciones beneficiosas para el ser humano, como las carpas y tilapias, presentes en numerosos lagos y embalses de todo el mundo. Hoy se han convertido en un importante recurso alimenticio para las poblaciones indígenas porque proporcionan proteínas en grandes cantidades. De hecho, los cultivos piscícolas en aguas continentales se han denominado la “esperanza azul” por constituir un aporte proteico irremplazable en muchos países en desarrollo. 

Lamentablemente, no siempre ha sido así. Quizá el caso más doloroso es el de la perca del Nilo, presente en el Lago Victoria (África central). Esta especie se introdujo como recurso pesquero viable y consistente. 

La perca alcanza los dos metros de longitud y sobrepasa los doscientos kilos de peso. Es decir, puede alimentar a grandes poblaciones, pero a cambio es un voraz depredador y crece rápidamente, por lo que cada vez necesita más alimento. Se calcula que la perca ha contribuido a la extinción de más de doscientas especies endémicas de peces del Lago Victoria. Además, con el fin de secar la carne de las percas hubo una tala indiscriminada de los árboles de las orillas del lago. Estas se desertificaron, y sus arenas terminaron en el agua, lo que provocó la invasión de ciertas plantas acuáticas y la reducción de oxígeno, con la consiguiente muerte de más peces. Pero esto son sólo los efectos ecológicos. El resultado final es que la pesca del lago se ha colapsado, pero los efectos sociales han sido más dramáticos, como explica el polémico documental titulado La pesadilla de Darwin, que da una idea de las consecuencias de este asunto. Espeluznante. Sólo hago una recomendación: lea atentamente la procedencia de los pescados que compra en la pescadería. Sobre todo si va a comprar perca del Nilo.

Una de las especies exóticas más llamativas de nuestros ríos es el siluro, un pez que puede llegar a medir dos metros y medio y pesar más de cien kilos. Su cuerpo es grisáceo y sin escamas, gelatinoso, y presenta una enorme cabeza de ojos minúsculos y largos apéndices carnosos alrededor de la boca llamados barbillones. Es, sin lugar a dudas, un verdadero monstruo acuático. 

El siluro apareció en España en el embalse de Mequinenza (Zaragoza), desde donde se ha extendido a todo el río Ebro. Sufre en silencio su mala fama, agravada por un comportamiento agresivo. Amante de los embalses, vive al acecho, oculto entre la oscuridad del agua. Si detecta un movimiento o un chapoteo, abre su enorme boca y engulle todo lo que encuentre. Después digiere a sus presas lentamente, ya sean peces, botellas, patos y palomas o hasta una pequeña embarcación. Es temible y poco selectivo con su comida. 

Sin embargo, aunque ejerce un efecto negativo sobre los peces nativos, no es uno de los peores invasores. De hecho, su dependencia de las grandes masas de agua limita su distribución a los embalses y aguas adyacentes. Si quiere pasar un rato divertido la frase “siluro cazando palomas” en YouTube. Ahí aparecerán estos animales en la época estival atacando a las incautas palomas que van a beber al Ebro. El silencioso y paciente siluro espera a que entren en el agua y se abalanza sobre ellas sin piedad, depurada técnica que también utiliza con los barbos, las madrillas y otras especies nativas. Hoy son un atractivo turístico de Zaragoza.

Se calcula, en fin, que el 60 por ciento de las especies de agua dulce nativas del área mediterránea están en peligro. Ese es uno de los porcentajes más altos del planeta y convierte a esta zona en uno de los puntos calientes de la constante amenaza a la biodiversidad mundial. 

Avispas, mosquitos y otros invasores volantes. En tierra las amenazas también son muchas. Una de las más llamativas ha sido la introducción accidental, como polizón en un barco de carga, de la avispa asiática. Su llegada ha sido reciente (Francia, 2004), pero se ha extendido como la pólvora y hoy ocupa 120.000 km2 cuadrados en toda Europa. En España se detectó su presencia en Irún en 2010, desde donde se ha extendido a toda el área comprendida entre el País Vasco, Cantabria, Burgos, La Rioja y Navarra. Hoy son una plaga en el País Vasco.

Esta gran avispa, originaria de China, es una incansable depredadora de abejas, más agresiva que las avispas autóctonas, por lo que los efectos sobre las poblaciones de abejas locales son devastadores. Una amenaza más sobre las ya muy amenazadas abejas, que carecen de una estrategia defensiva, grave problema de consecuencias globales.

El listado de invasores con efectos nocivos para la agricultura, los bosques y los cultivos es interminable. Son muchos, de distintos grupos animales y vegetales y con diferentes impactos en la biodiversidad. Vamos a fijarnos en uno porque sus daños son habituales en casas y paisajes rurales. Es el conocido como “Taladro de los geranios”. Su nombre lo dice todo, aunque también tiene denominaciones más inofensivas, como “Polilla del geranio”. Si los ejemplares adultos de esta mariposa africanas ya son molestos, las realmente nocivas son sus larvas, que perforan literalmente el interior de los tallos. Aunque la infección puede evitarse con insecticidas convencionales, si la plaga está ya introducida en la planta conviene cortar y destruir los tallos afectados, ya que el daño solo es visible cuando ya no hay remedio. Un desastre.

Antes hemos mencionado las especies dañinas para la salud humana porque trasmiten enfermedades. De las más llamativas por su actualidad y violencia es el mosquito tigre, originario del sudeste asiático y que comenzó su expansión a finales de la década de 1970. Al parecer su llegada a Europa y América se produjo durante viajes en avión de personas o mercancías donde había restos de agua acumulada (neumáticos usados, plantas ornamentales, etcétera).

Este es un fantástico insecto volante de patas alargadas y un tamaño respetable para ser un mosquito. Tiene una coloración distintiva blanca y negra que le da un aspecto peligroso, y no es para menos porque su picadura es especialmente dolorosa. Por si fuera poco, el mosquito tigre ha introducido enfermedades tropicales en países desarrollados. Las más graves son el dengue o la malaria, y en menor medida el virus del Nilo. Aunque no hay que alarmarse demasiado, han sido casos esporádicos, y se han atajado convenientemente. Pero es el reflejo del potencial que las invasiones tienen, no cabe duda.

La lista de especies, casos y cosas invasoras, es amplia y cada cual con sus peculiaridades y amenazas. Los ejemplos expuestos resultan suficientes para explicar el peligro de las especies invasoras y todo lo que está en juego. 

De manera especial en España, que es el territorio europeo con más diversidad biológica, pero también con más amenazas a su biodiversidad. Uno de los lugares del mundo donde más especies exóticas han sido introducidas.