Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 718

Eider Elizegi: "La montaña es una alegoría muy evidente y simplificada de la vida"

Texto Chus Cantalapiedra [Com 02] Fotografía Cedidas

Trabajó cuatro meses en un refugio del Mont Blanc y escribió su experiencia en un libro que ha merecido el Premio Desnivel de Literatura 2010.


Hace un par de años Eider Elizegi –doctora en Biología– descubrió que su vida en un laboratorio se quedaba pequeña. Hasta entonces compaginaba su trabajo diario con las ansiadas salidas al monte de los fines de semana. Pero, poco a poco, a veces con susurros apenas inaudibles, la montaña le fue pidiendo más. Y un buen día ella le respondió que sí, que estaba dispuesta a estrechar esa relación. Y se fue cuatro meses al refugio de Goûter, a 3.800 metros, en la ruta normal del Mont Blanc, a trabajar de guardesa. Fruto de aquella experiencia surgió Mi Montaña: un libro en el que recoge los sentimientos y percepciones que le despertó la vivencia, y que hace unos meses ha sido reconocido con el Premio Desnivel de Literatura, Montaña, Viajes y Aventura 2010. Eider escribe “montaña” con mayúscula y los nombres de personas con minúscula, como si éstas fuesen parte de aquella, tal y como lo cuenta en el post del 17 de enero en su blog Vagamontanyas.blogspot.com. En él también ha ido narrando los retos que siguieron al Mont Blanc: el viaje por las montañas andinas, su recorrido por Bolivia y su vida actual de montañera alojada en una furgoneta.

¿Cómo definiría su vivencia en el Mont Blanc? 

Feliz, extenuante, enriquecedora, vital, dura, llena de luz, liberadora y bella.

¿Cómo era un día allí? 

Los días eran muy ajetreados. Trabajábamos siete días a la semana, 24 horas al día. Empezábamos a las 8 de la mañana dando los desayunos. Limpiábamos las habitaciones y los baños, y atendíamos a los montañeros que iban llegando, tanto del valle como de la cima. Comíamos a las 12 y seguíamos organizando el refugio y recibiendo a los clientes. A las 6 de la tarde se servía la cena y después fregábamos los cacharros con poca agua, porque a esas alturas no hay agua en estado líquido. Luego rellenábamos con té la centena de termos de los montañeros, cenábamos nosotros, y por último dejábamos todo listo para el desayuno de la noche. Hacíamos turnos para levantarnos a las 2 de la madrugada a dar los desayunos a los alpinistas que partían hacia la cima. Los días de mal tiempo, como apenas llegaban montañeros, aprovechábamos para descansar y limpiar más a fondo. 

¿La montaña imprime carácter? 

La montaña te desnuda, te pone cara a cara contigo misma, elimina caretas y disfraces innecesarios. Te enseña a valorar la vida, a tener muy presente la muerte, a dialogar con la realidad a flor de piel y a ser más auténtica.

El hombre está hecho para vivir en sociedad, ¿cuesta mucho estar lejos de la civilización? 

Nunca me he sentido incomunicada en la montaña. Incluso cuando me adentro sola en ella, me siento sola pero sin soledad. En Goûter convivía con un equipo de personas adorables con las que compartía la vida en aquel paraíso. Además, convertía en realidad mi proyecto de crear algo bello con mi vida en aquel lugar, compartiéndolo con Frank. Desde allí arriba, de vez en cuando me comunicaba con mi familia y mis amigos  a través de mensajes de móvil, del teléfono o por carta.

¿Qué es para usted la montaña? 

Muchas cosas. Por un lado, un lugar de una belleza absoluta. Un entorno en el que, practicando actividades como la escalada, las caminatas o las ascensiones, entro en estados mentales diferentes que me permiten experimentar una relación distinta y cambiante entre yo y lo otro. Un lugar donde las cosas son muy simples y muy reales. Una alegoría muy evidente y simplificada de la vida. Además, la montaña para mí es un ser del que, en cuanto que es inerte, aprendo mucho. Para existir, una montaña no necesita ser consciente de su propia existencia. Por eso, no es dependiente de su concepto de sí misma, y por mucho que cambie, sigue siendo. Tiene una escala de tiempo y espacio muy dilatada y eso me ayuda a relativizarlo todo. La montaña acepta con la misma serenidad tanto el frío como el calor, el día como la noche… sin juzgar ni calificar las cosas.  

¿Cómo era su vida antes de descubrir la montaña? 

Feliz. Empecé tarde en la montaña. Era muy perezosa para el ejercicio físico y no me gustaban los deportes. Disfrutaba a través de otras actividades. Cuando tenía unos veinte años empecé a correr y a participar en carreras de fondo. Al mismo tiempo fui algún fin de semana al Pirineo y me gustó. Con el tiempo hice un curso de alpinismo invernal y mi hermano me enseñó a escalar en roca. Poco a poco la montaña me fue atrapando y fue ocupando un espacio cada vez más dilatado en mi vida.

¿Qué le ofrece la montaña que no le dan otras formas de vida? 

De esta manera soy muy libre y eso me hace feliz. También he sido feliz en la ciudad, pero ahora quiero vivir así. Creo que existen muchas maneras de vivir y que todas son válidas, y que estar vivo es una oportunidad para explorarlas que no se puede desperdiciar. Me ha ayudado a aprender a saborear al máximo las cosas muy pequeñas, como la consciencia del hecho de existir, de estar viva, de respirar. Y también a relativizar la alegría y el cansancio, el gozo y el dolor, para afrontar mis estados con más paciencia y mayor serenidad.

¿Qué siente cuando alcanza la cima de una montaña? ¿Y en el camino de regreso? 

La cima es uno más de todos los lugares que componen una montaña. Alcanzar la cima siempre es gratificante, pero muchas de las jornadas de alpinismo más intenso que recuerdo no me han conducido hasta la cima, y no por eso han quedado deslucidas. Creo que le damos demasiada importancia a alcanzar la cima y nos olvidamos de saborear cada uno de los pasos que nos conducen hacia ella. El descenso es parte de la ascensión de una montaña. Depende de la montaña, pero algunas veces es más peligroso y hay que prestarle mucha atención. Hasta que se regresa al punto de partida, la montaña no se ha terminado.

La montaña también tiene su lado oscuro. En los meses de invierno siempre ocurren desgracias. ¿La montaña es traicionera? 

La montaña no es ni oscura ni traicionera. Simplemente es. La muerte es parte de la vida, y a la montaña hay que tenerle el debido respeto porque se trata de un entorno muy salvaje, agreste y expuesto.  

¿Ha pensado alguna vez en que le pueda pasar algo? 

Sí, claro, siempre. Soy muy consciente de los riesgos que corro en la montaña y para mí salir a la montaña supone asumirlos. La muerte es parte de la vida, y como estoy viva, sé que puedo morir. Me puede pasar algo en la montaña, pero también en la carretera, en cualquier otro sitio. Soy muy miedosa en la montaña y por eso actúo de una forma muy segura y conservadora.

¿Le gustaría subir un ochomil? 

No especialmente. Creo que tenemos una tendencia competitiva un poco absurda por hacer lo “más”: lo más alto, en este caso. Es cierto que la altura ofrece sensaciones y vivencias muy especiales, pero se pueden experimentar también a menor altura. Yo tengo muy poco dinero y subir un ochomil me parece desorbitada y absurdamente caro. Además, a mí me gusta la soledad en la montaña, y los ochomiles están siempre abarrotados. Por eso, creo que preferiría escalar un 7.999 en lugar de un ochomil. Aunque también tiene que ser toda una experiencia: si me surgiera la oportunidad, no me negaría. Por probarlo.

¿Cree que la competencia, los intereses comerciales y el despliegue mediático han desvirtuado el espíritu del alpinismo? 

Creo que han desvirtuado a toda la sociedad, y la montaña es una faceta más. Pero la belleza no entiende de competencias y siempre queda espacio para la libertad transgresora de la poesía y de exaltación de la belleza.

Al poeta y montañero Miguel d’Ors le preguntaron en una entrevista: “¿Qué busca el montañero en la montaña?”. Y él dijo: “Se busca a sí mismo, pero con una talla más de la que tenía en la montaña anterior”. ¿Lo comparte? 

Sí, tal vez… La montaña para mí es un componente coherente en mi itinerario de vida. Y la vida tal vez se pueda resumir de acuerdo con la respuesta de d’Ors. No busco nada especial en la montaña: para mí es como preguntar a alguien que vive una vida más convencional qué busca teniendo una casa y acudiendo a su trabajo fijo. Supongo que me respondería: “Vivir”, ¿no? Pues yo igual: busco vivir, saborear al máximo este milagro que es el hecho de estar vivo, y a mí me llama celebrarlo de esta manera y llevando este tipo de vida.

“Ser escalador significaba formar parte de una sociedad rabiosamente idealista e independiente, que pasaba inadvertida y era del todo ajena a la corrupción del mundo en general”, escribió Jon Krakauer en Mal de altura. ¿Se siente parte de esa “sociedad”? 

Sí, tal vez, aunque no creo que todo el mundo del alpinismo se mantenga tan independiente e idealista. Soy muy solitaria y tampoco siento que forme parte de ninguna sociedad: tengo mis amigos, tengo mi gente, con la que comparto una filosofía de vida y de montaña, y poco más. Existen tantas maneras de practicar alpinismo y de vivir la montaña como maneras hay de vivir.

¿Qué perspectiva de la vida corriente le proporciona la montaña? 

Creo que vivimos en una especie de “matrix”. Este mundo basado en el consumo me parece absurdo, desorbitado y caníbal, y creo que esclaviza. Me ha parecido muy interesante aprender de las culturas andinas durante los seis meses que he estado en Perú y Bolivia este año: para ellos la consciencia de cada individuo no es algo separado del resto del cosmos, sino que se crea sobre la base de la interacción con el resto de los elementos que lo componen, y la Tierra, la Pachamama, es su madre. Estoy de acuerdo con ellos en que la naturaleza no es una fuente de materias a nuestro servicio y que podemos explotarla a nuestro antojo. A una madre no se la trata como tratamos nosotros a la Tierra. Al fin y al cabo no somos realidades independientes con respecto a la naturaleza: todo lo que le hacemos a ella, nos lo estamos haciendo a nosotros mismos.

Una carrera y un doctorado amueblan la cabeza… ¿Qué le ha aportado el monte personalmente? 

Supongo que estudiar te permite enriquecer la mirada con nuevos puntos de vista y, por lo tanto, añadir una mayor flexibilidad a la interpretación de lo que ves. Pero creo que lo que más me aportaron la carrera y el doctorado fueron habilidades prácticas. Sobre todo durante la tesis: trabajamos mil horas y vivíamos con pocos recursos económicos: eso me enseñó a soportar situaciones de estrés y cansancio, y a aprender a ser muy austera y a necesitar poco. El monte me ha aportado libertad y mucho disfrute. 

En su blog cuenta que vive en una furgoneta, ¿desde cuándo y hasta cuándo? 

Hace unos pocos años pasaba la mitad de cada semana y todas las vacaciones en la furgoneta. Pero el año pasado dejé mi trabajo y en marzo me instalé en mi furgo porque quería viajar a los Andes peruanos y bolivianos a escalar y escribir de aquellos nevados. No tengo planes cerrados. Ahora quiero vivir así y me encanta hacerlo, pero no sé hasta cuándo viviré de esta forma, ni me importa. Sólo el presente es real. No descarto ninguna opción para el futuro.

¿Por qué se lanzó a vivir en una furgoneta en el monte? 

Porque yéndome a viajar no podía hacerme cargo del gasto del alquiler de un piso, que además ya no necesitaba. Y sobre todo porque quería vivir con menos cosas y más cerca de la naturaleza, sin atarme a un lugar concreto y disfrutando de la libertad que me regala la furgoneta. 

Y cuando está en el monte en medio de una helada dentro de la furgoneta, ¿no se acuerda de la posibilidad de estar en su casa calentita? 

Sí, claro que me acuerdo. Pero entonces me doy cuenta de que cuando estaba en mi casa calentita solía pensar muchas más veces en el frío de mi furgoneta. Soy muy feliz viviendo así, aprendo mucho y, de momento, me compensan las incomodidades. Si algún día me deja de compensar, me plantearé cambiar mi situación. En realidad creo que es parte de los seres humanos desear lo que no tenemos: como soy consciente de eso, cuando ocurre no me hago mucho caso y sigo disfrutando.

¿Tiene rumbo fijo? 

No. A mí me gusta vivir en un presente muy inmediato. Ahora mi vida está muy condicionada por el tiempo atmosférico y por el lugar en el que me encuentro en cada momento. Normalmente ni siquiera sé lo que voy a hacer al día siguiente. De todas formas estoy trabajando muy intensamente en nuevos proyectos. Tengo planes difusos para este año, pero voy improvisando y adaptándome a cada momento. Me gusta dejar un espacio amplio a lo desconocido, a lo que la vida me quiera dar en cada momento, y si organizamos la vida no le dejamos espacio a las sorpresas que nos quiera regalar. Me gusta dejarme llevar, y de momento, gracias a mis poquísimas necesidades y exigencias, me lo puedo permitir.