Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Cambiar el mundo gota a gota

Texto Lucía Martínez Alcalde [Com Fil 14] y Ana Eva Fraile [Com 99] - Fotografía Manuel Castells [Com 87] - Ilustración Nerea Armendáriz [Com 96]

Borja, Blanca, Íñigo y sor Cristina no se conocen, pero tienen algo en común: Tantaka. Sus testimonios nos sumergen en unas historias que confluyen en la corriente solidaria que se gestó en la Universidad hace un año. Y demuestran que muchos pocos consiguen mucho. 


CÓMO SENTIRSE ÚTIL MUEVE MONTAÑAS

Borja Elizalde realiza prácticas en el rectorado de la Universidad dentro del programa ‘Tantaka Inclusión’

La primera vez que Borja Elizalde pisó el edificio Central era también la primera vez que se ponía un traje. Lo hizo para colaborar en el acto de apertura de curso en septiembre de 2013, algo que simbólicamente le abrió nuevas puertas: «Cuando volví a casa y me cambié, no me sentía el mismo».

A los pocos días, Borja comenzó a trabajar en la Universidad. Con veintidós años se estrenaba en el mundo laboral. Borja tiene un diagnóstico de Síndrome de Asperger y en su viaje hacia la integración siempre ha estado acompañado por Saioa Cavero, formadora laboral del Centro de Rehabilitación Psicosocial Arga, concertado con el Gobierno de Navarra: «Organizó un curso de recepcionista y preparó las prácticas. Durante estos meses ha estado muy pendiente de mí por si necesitaba algo… Ella ha sido la mejor ayuda que he podido tener».

Borja pensó que sus primeros días podrían ser duros, pero la realidad le sorprendió: «Ni siquiera estuve realmente nervioso, enseguida me adapté al trabajo y a su gente, de manera natural. Eso es muy importante porque no siempre me he sentido así». En esa rápida adaptación tuvieron mucho que ver sus compañeras Beatriz, María y, especialmente, Berta, «que fue la que más cosas me enseñó». Aunque la socialización con los demás haya sido uno de los principales problemas de Borja en el pasado, ahora se siente uno más del equipo: «La gente de la Universidad me ha recibido con los brazos abiertos».

En la secretaría de Rectorado Borja realiza labores administrativas. «Hago fotocopias, escaneo, clasifico documentos, encuaderno dosieres, hago facturas, paso textos al ordenador, preparo salas para la celebración de reuniones, hago planes de viaje… Y también me encargo de repartir el correo por la planta», enumera.

Tiempo atrás nunca creyó que podría hacer algo así, y no solo lo está realizando, sino que además lo hace realmente bien: «Todo el mundo está satisfecho, tanto en la Universidad como en mi familia. Me siento reconocido y yo mismo me valoro más. Últimamente ni siquiera me siento discapacitado».

Su vida está cambiando gracias a un poderoso motor: tener una responsabilidad que le hace sentirse útil. «Ilusiona levantarte cada mañana y saber que lo que tienes que hacer es importante, que cuentan contigo», reconoce.

Cuando Borja se mira al espejo, «ahora sí» le gusta lo que ve. Responsable, útil, autónomo, tranquilo, válido, capaz son adjetivos que le dan alas para dibujar su futuro. «Me gusta imaginarme completamente independizado, trabajando; quiero estudiar algo de lo que vivir para ayudar económicamente a mi familia». Unos sueños a los que ya está dando forma; finalizará sus prácticas en el campus en agosto para estudiar Imagen y Sonido.

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EL EFECTO TRANSFORMADOR DEL VOLUNTARIO

Sor Cristina Santiago, coordinadora del voluntariado en la Clínica Psiquiátrica Padre Menni

«Los voluntarios de Tantaka nos han aportado una panorámica amplia y, a través de sus actividades, han dado mucho colorido. Antes se realizaba voluntariado de acompañamiento y ahora tenemos estas nuevas iniciativas que logran sacar lo mejor de cada paciente y también nos impulsan a nosotros a poner en marcha otras», cuenta sor Cristina Santiago, coordinadora del voluntariado en la Clínica Psiquiátrica Padre Menni. 

Microespacios musicales grabados por pacientes y emitidos en la 98.3 Radio, taller de Pilates a cargo de estudiantes de enfermería, clases de pintura impartidas por un profesor jubilado… «Se han podido realizar más actividades de las programadas y han aportado un aire de fiesta», explica sor Cristina. Como ejemplo explica que, gracias a los seminaristas del Colegio Eclesiástico Internacional Bidasoa, los domingos se viven con ambiente festivo ya que amenizan la misa con cantos y proyecciones. También recuerda que estos voluntarios apoyaron con actuaciones musicales la Fiesta del Voluntariado, la del Día del Enfermo y otras que se han celebrado en la Clínica Padre Menni. 

Igor Calgaro [Teo 14] es uno de los trece voluntarios de Bidasoa que han ayudado durante este curso en Padre Menni. Cuando llegó a Pamplona, Igor era un seminarista de Río de Janeiro. Ahora vuelve a tierras brasileñas ordenado diácono y con una experiencia de voluntario donde ha aprendido «a tener un corazón más humano». Según expresa, «ellos tienen derecho a tu cariño, y la caridad es dar a los demás lo que necesitan. En el voluntariado aprendes a darte, aunque a veces no tengas ganas; a dejar de pensar en tus problemas para volcarte en la persona que lo necesita. Y a lo mejor esa persona no quiere hablar, pero puedes dedicarle una sonrisa, un gesto de cercanía: simplemente estar con ella». 

Sor Cristina subraya la importancia de esta labor para los residentes de Padre Menni: «El cariño que todos necesitamos, ellos lo encuentran con su voluntario. La acogida, el respeto y la alegría que muestran los voluntarios forman parte de esa asistencia integral que queremos dar a los pacientes». Y resalta la apertura que suponen las acciones del voluntario para el residente: «Ir a tomar un café con ellos, acompañarles a una excursión o pasear por la ciudad les ayuda a estar más serenos, más alegres, les saca de su rutina, les motiva. Y al final el voluntario acaba siendo más que un voluntario para ellos».

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EL LADO MÁS HUMANO DE LA ARQUITECTURA

Blanca Masdeu [Arq 14], voluntaria del proyecto de rehabilitación de viviendas

Este curso Blanca Masdeu [Arq 14] ha reunido el valor suficiente para darle al botón de pausa. Necesitaba detenerse. Pensar. Dejar de ir corriendo a todos los sitios para llegar a no se sabe dónde. Decir «no» a la inercia que mueve el mundo. Y decir que sí a las cosas que de verdad le importan. «Lo que me llena es estar con la gente y me sentía triste porque eso no se veía reflejado en mi vida», explica. Fue en ese momento crítico cuando conoció Tantaka y desde entonces intenta buscar el equilibrio entre su formación académica y el voluntariado: «Arquitectura resulta muy absorbente, pero intento hacerlo muy bien en la carrera, dedicándole todo el tiempo necesario, para después poder invertir tiempo en las personas».

En Tantaka, Blanca encontró, además, otra manera de enfocar su profesión, «la parte más humana de la arquitectura, la alejada de las revistas de diseño, la que sirve para solucionar problemas de la gente real». Esta lección la aprendió de Miguel Ángel Gutiérrez y José Antonio Sacristán, profesores de Construcción y Materiales, tanto dentro como fuera de las aulas, que coordinan el proyecto de rehabilitación de viviendas en el que Blanca ha participado. Ellos, junto con alumnos de todos los cursos de la Escuela de Arquitectura, personal del Servicio de Mantenimiento y del Laboratorio de Arquitectura, y gracias a los donativos de empresas como Caja Rural y Carpintería Diseño Mañeru, consiguen hacer algo con casi nada: «Como idear un modo de canalizar con plásticos el agua que se filtra de una cubierta totalmente podrida para que María del Mar pueda vivir en su casa sin que llueva en su interior, y reducir las pérdidas de calor mediante cortinas y nuevas ventanas de alumnio adaptadas al marco de las antiguas».

Primero con su mano de obra, y después creando equipos de trabajo para cada uno de los proyectos que les van asignando desde Cáritas, Blanca ha aportado su granito de arena. Las jornadas de trabajo son largas y los recursos económicos prácticamente inexistentes, pero coincide con Miguel Ángel y José Antonio al señalar que el esfuerzo merece la pena: «El agradecimiento de las personas que reciben la ayuda, la ilusión que ponen todos los que colaboran y ver cómo las familias se implican en sacar adelante sus casas compensa». 

Dentro de unas semanas Blanca entregará su proyecto fin de carrera, pero ella hace tiempo que firmó el proyecto más importante, uno que le acompañará toda su vida: «Darse cuenta de que hay gente con una necesidad real y que tú sirves para algo, que puedes ayudar».

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UN PUENTE ENTRE DOS GENERACIONES

Íñigo Samaranch, voluntario del proyecto de acompañamiento a personas mayores

El primer día que Íñigo y sus amigos fueron a pasar unas horas con Amelia y sus padres, ella lo vivió casi como una fiesta y les invitó a merendar. Era la primera vez que iban a su casa y no quisieron rechazarlo, pero en las semanas siguientes, conscientes de la necesidad que pasaba la familia, no dejaron que Amelia preparase nada. 

«En mi grupo de amigos queríamos hacer algo de voluntariado y Sofía Collantes, coordinadora de Tantaka, nos encargó las labores sociales de la parroquia de Berriozar», cuenta Íñigo Samaranch, estudiante de Farmacia + Nutrición. Comenzaron realizando apoyo escolar con los niños del barrio y actividades de ocio y tiempo libre los fines de semana. En febrero, cuando el voluntariado con los niños estaba ya encarrilado, decidieron ampliar su campo de acción y empezar con el acompañamiento a personas mayores. Así conocieron a Amelia y a sus padres. 

Amelia ronda los cincuenta y se ha quedado sin trabajo. Su padre se encuentra bien de salud, pero su madre sufre la enfermedad de Alzheimer en estado muy avanzado, así que Amelia únicamente les deja solos cuando no le queda otro remedio. El voluntariado de Íñigo y sus amigos consiste en cuidar de padres e hija, aunque sobre todo van para hacer un rato de compañía a Amelia y que ella pueda hablar de sus cosas, desahogarse, ver gente distinta y sentirse arropada.

Llevan poco tiempo e Íñigo afirma que quieren llegar a más familias necesitadas a la vez que reconoce que en ocasiones existen barreras para realizar una acción social de este tipo: «El voluntariado con los niños es más sencillo de entrada. A nosotros nos “pillan” más cerca por edad, es más fácil hacerles una broma o entretenerles con un juego. En cambio, con una persona mayor notas el salto generacional; nos cuesta más meternos en sus planteamientos, hacernos cargo de lo que han sido sus vidas». 

Aunque al principio no sea fácil, este estudiante de la Facultad de Farmacia confiesa que el voluntariado le ayuda a entender la sociedad y a las personas mayores de su propia familia. Íñigo habla desde la experiencia de llevar muchos años haciendo labores sociales: «Esto te enseña a superarte, a tener más paciencia, a desarrollar la empatía y así, cuando ayudas a alguien, hacerlo cada vez mejor».