Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 718

Al otro lado de los ojos

Texto: Blanca Rodríguez Gómez-Guillamón [His Com 15]. Fotografía: Rubén Calvo  

La Organización Mundial de la Salud destacó la labor desarrollada durante la pandemia covid-19 por el Servicio de Medicina Paliativa de la Clínica Universidad de Navarra, donde trabajó Carmen Molina. En la sede de Madrid, integró una unidad creada para asistir a los pacientes críticos. Ataviada con un EPI, apenas se la reconocía por los ojos.


Ella sabe que está asustado, por eso le anima con una sonrisa. La boca, por supuesto, no se ve, pero se intuye. Carmen Molina viste un equipo de protección individual verde, tres pares de guantes sellados con esparadrapo, una mascarilla, gafas, una pantalla y un gorro. Solo le asoman los ojos. Es enfermera en la Clínica Universidad de Navarra de Madrid y, durante la pandemia, pertenece a la Unidad de Soporte y Control de Síntomas, del servicio de Medicina Paliativa, creada específicamente para atender a los pacientes más frágiles.

—Buenos días. ¿Cómo ha pasado la noche?

Se acerca al paciente infectado por covid-19, prepara los medicamentos y le toma la saturación del oxígeno, la temperatura y la tensión. El enfermo está cansado y apenas puede hablar. Respira rápido, siente que le falta el aire. Ha apagado la televisión porque prefiere no ver las noticias; él es una de esas miles de personas contagiadas que no saben si van a sobrevivir.

El hombre extiende la mano y cuando Carmen se la estrecha, su mirada se desborda. «Te sonreía con los ojos de tal manera que no podías soltarle —recuerda—. Transmitía fuerza, miedo, y sin hablar te decía “Estoy aquí, por favor, no me dejes”».

Y no le dejaba. Carmen se turnaba con otras enfermeras para acompañar a los pacientes tantas veces como hiciera falta. «El gran reto ha sido humanizar el cuidado y mostrarles que eran importantes; que, aunque el mundo de fuera se cayese, nosotras estábamos ahí con ellos», explica.

Humanizar era estar en los detalles y adelantarse a lo que quizá no se atrevían a pedir: una videollamada con la hija, con el marido, asistencia espiritual… «Trataba de saber qué le importaba a cada paciente y de qué modo podía cuidarle mejor», apunta Carmen

La Clínica fue uno de los primeros hospitales de Madrid que habilitó una zona en la UCI para que las familias se despidiesen de los pacientes críticos. Carmen acompañaba a los visitantes antes y después del adiós: «Facilitar ese reencuentro final ayuda al paciente, a la familia y a los profesionales, porque permite expresar las emociones. Cuando los recibía, les contaba lo que se iban a encontrar y, al terminar, ellos me explicaban cómo lo estaban viviendo».

Al salir de la habitación, Carmen Molina se lava con alcogel, tira el tercer guante y se enfunda un par nuevo. Luego vuelve a presionar el dispensador y camina hacia la siguiente puerta. En el pasillo el sonido de los soportes respiratorios, que se asemeja al de una cafetera, interrumpe el silencio. Se palpa la tensión. Sobre las paredes, dibujos y cartas de agradecimiento. Está cansada, pero, aunque solo se le ven los ojos, no pierde la sonrisa: «Cuando te pones delante del paciente y lo miras, comprendes que lo primero no eres tú».