Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

El apocalipsis será así

Texto: Ana Eva Fraile [Com 99]. Fotografía: Editora Perú

Javier viajó a Perú el 11 de marzo para dar un curso de doctorado y regresó a Pamplona el 16 como tenía previsto. Lo que pasó durante esos cinco fatídicos días marcó su experiencia del confinamiento. A punto de quedarse atrapado a más de 9 000 de kilómetros de distancia de su familia, vivió al límite hasta poder encerrarse con su mujer y sus dos hijos.

 


La historia de Javier Azanza no empieza la tarde del 13 de marzo, cuando el Gobierno anunció el estado de alarma. Su odisea arranca dos días antes, cuando a las trece horas se subió a aquel avión rumbo a Lima. Durante el vuelo, el país en el que estaba a punto de aterrizar restringió la entrada de pasajeros procedentes de España. En su asiento, Javier ojeaba la prensa: el 11 de marzo Perú confirmó trece casos de coronavirus y no registró ningún fallecido.

Cuando llegaron al Aeropuerto Internacional Jorge Chávez pasaron un control sanitario. A Javier, el segundo en la fila, le apuntaron con una pistola térmica. En aquel momento le llamó la atención la presencia de tantos reporteros. No sabía entonces que su vuelo era uno de los últimos que cruzó esa frontera. Sin embargo, al finalizar el control de aduana aterrizó de emergencia en la realidad: «Bienvenido a Lima. Sepa que tiene que quedar en cuarentena durante catorce días en una habitación de hotel».

Javier Azanza [His 91 Phd 96] es profesor de Historia del Arte de la Facultad de Filosofía y Letras. A finales de febrero le propusieron impartir en la Universidad de Piura unas sesiones en el curso de doctorado que dirige Enrique Banús, antiguo profesor del campus de Pamplona. Cuando, recién llegado, Javier encendió su móvil, tenía varias llamadas de sus anfitriones: iban a hacer lo imposible para que regresara a España. 

Durante cuatro días lo único que Javier vio fue «un trocito del cielo limeño» porque su habitación tenía una pequeña terraza de paredes altas. Interiormente se preparó para dos semanas de encierro. En sus cálculos, el bajón podría llegar a partir del octavo día. Pendiente de cualquier síntoma de covid, daba su parte médico a la gerencia del hotel a primera hora de la mañana y a última de la tarde.

Conversó con su familia, amigos, autoridades académicas, colegas y alumnos a ambos extremos del océano. Entonces sonó el teléfono de nuevo: podría abandonar el país el sábado, día 14, a las once de la noche. Se presentó en el aeropuerto con tres horas de antelación, pero su avión ya había despegado, sin previo aviso. «Fue un momento crítico —recuerda—. Todo el mundo quería salir de Perú, cada vez quedaban menos vuelos y las compañías no daban ninguna explicación. La terminal se convirtió en una ratonera; hubo disturbios y detenciones».

Afortunadamente, el profesor consiguió una vía de escape haciendo escala en São Paulo. Voló sin certezas. Confiaba en encontrar allí un avión con destino a Madrid. Tras medio día de espera, Iberia le confirmó su regreso. Javier pisó suelo español el lunes 16, según lo previsto en su plan inicial, y le impactó ver a todos los funcionarios con máscaras antigás: «Tuve la sensación de guerra bacteriológica, de película de ciencia ficción». Nunca olvidará la imagen «fantasmagórica» de una T4 absolutamente desierta. «El apocalipsis será así», pensó. 

Ciento veinte horas antes, la T4 bullía. Ese contraste tan fuerte le hizo tomar conciencia de que «se avecinaba algo que marcaría un antes y un después». Sintió miedo pero, mientras recorría en soledad la terminal, empezó a recuperar la calma: «Sea lo que sea lo que viene ahora lo podré pasar en el lugar en el que quiero estar: junto a mi familia». 

 Cuando abrazó a su mujer y a sus dos hijos de nuevo agradeció a Dios «este pequeño milagro». «Te das cuenta de que en esta vida, incluso encerrado en la habitación de un hotel, no estás solo. Hay muchas personas pendientes de ti, dándote fuerzas para que todo salga bien», reconoce. Después de haber recorrido miles de kilómetros y estar a punto de quedarse atrapado en Perú, acabó impartiendo el curso de doctorado desde el salón de su casa.