Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 718

El rector tiene un plan

Texto: Teo Peñarroja [Fia Com 19]. Fotografía: Manuel Castells [Com 87]

Alfonso Sánchez-Tabernero tuvo que tomar una decisión difícil: cerrar la Universidad. Y todo lo que vino después. Pero la máxima autoridad académica no ha perdido la calma —dice que nunca la pierde— porque en cuanto el plan estuvo listo lo único que había que hacer era seguirlo.


Sus pasos le responden con el eco del mármol. Le fastidia, porque es un hombre sociable, no poder saludar a nadie hoy en la primera planta del Central, porque es el único. Vino todos los días del confinamiento. Entra en su despacho, que de ordenado que está parece que no se usa. Alfonso Sánchez-Tabernero [Com 84] toma cinco folios en sucio. Escribe a vuelapluma las ideas que dirá a los antiguos alumnos con los que va a encontrarse por videoconferencia. Primera clave: prioridades. 1. Salud, 2. Proteger los puestos de trabajo, 3. Hacer bien nuestra tarea: docencia, investigación, asistencia sanitaria. Que los estudiantes nos pongan un diez, 4. Buscar soluciones solidarias. Segunda clave: información frecuente, precisa, coherente y empática. Rasga los papeles que sobran, apaga la luz y cierra la puerta. Anda cuatro pasos y da marcha atrás: va a dejar el teléfono para que no le suene durante la conversación.

El Faustino está vacío de la algarabía del curso, pero lleno de cables y alargadores, dos focos, una mesa de mezclas y un portátil frente a la silla donde se sienta. Una técnico le indica que mejor se enganche el micro en la camisa. El director de Alumni le cuenta el esquema de la sesión.

Inés García Paine [Com 93], presidenta de Alumni, lo ha ensayado en su casa de Madrid veinte veces. La llaman por teléfono y el rector le dice que hay que dinamitar el guion. «Dejemos que la creatividad fluya un poco —termina Alfonso—. ¡A disfrutar!».

Cuando comienza la charla, al rector le incomoda no ver a los 1 200 antiguos alumnos inscritos. Balancea casi imperceptiblemente la silla sobre las patas traseras. La conexión con los ojos, piensa, es una experiencia extraordinaria. Resulta difícil hablar al ordenador sin ver el lenguaje de los rostros. 

Eso, no estar con las personas, fue lo más difícil del confinamiento, junto con percibir el dolor de sus seres queridos. Lo ha llevado mejor gracias a un talante que tiende a establecer pautas, cronologías, objetivos. Por ejemplo: una hora de elíptica cada dos días, leer el último libro de Irene Vallejo y disfrutar series como Press, The English Game —«Es sobre fútbol, pero no solo sobre fútbol»— Fauda o The Good Fight

Se le ve tranquilo. En realidad, confiesa que nunca ha sentido tensión. Ni siquiera cuando tomó la decisión más difícil, cerrar la Universidad, ni al retrasarla veinticuatro horas por deferencia con el Gobierno de Navarra. La garantía de su paz: tenía un plan. Lo complicado fue establecer las prioridades, pero luego solo había que cumplirlas. 

La conversación con García Paine va llegando a su fin. La campana del reloj del Central, que va dos minutos adelantado, da las ocho en punto. Cada uno se despide con sus sueños para la Universidad. Más del 90 por ciento de los que se conectaron han permanecido hasta el último segundo. Alfonso llama a la presidenta para felicitarla. «La próxima con mesa y mantel». 

Cuelga el teléfono. Parece cansado. El teletrabajo acentuó, para él, algo ya cotidiano en su oficina: un horario que se ensancha. El desgaste de estos meses ha sido tremendo. Quiere desconectar. «Hay gente que no sabe parar», reconoce. Pero le gustaría que todos los que se han dejado el lomo transformando la docencia de la Universidad en circunstancias extraordinarias descansen también. Él, por lo pronto, espera volver al fútbol, leer y, en cuanto pueda, bañarse en el mar.