Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Ni una clase sin dar

Texto: Lucía Martínez Alcalde [Fia 12 Com 14] Fotografía: Víctor Manzanal

El confinamiento impuso un ritmo de trabajo intenso que se trasladó a las casas y convirtió los hogares en oficinas, aulas, despachos… al mismo tiempo que en colegios y guarderías. Así fue en el caso de María Iserte. Ella y sus compañeros del servicio de Calidad e Innovación son los responsables de que la docencia no haya parado ni un solo minuto.


El viernes 13 de marzo, María Iserte [Com 10] trasladó su puesto de trabajo al salón de su casa. Ese lugar ha sido el escenario de videollamadas, decenas de sesiones impartidas, cientos de consultas de profesores —algunas también desde la cocina—, y muchas horas robadas al sueño. Todo ha compartido espacio y tiempo con los cuadros y esculturas de Víctor Manzanal, su marido, y los juguetes de su hija Luz, de tres años.

En dos días, María y sus compañeros del servicio de Calidad e Innovación idearon un calendario con las sesiones formativas y crearon tutoriales. El lunes 16 de marzo, profesores y alumnos volvían a encontrarse, pero a través de Google Meet o Zoom. No se quedó ni una clase sin dar. 

Se vivió tensión e incertidumbre, pero con un componente de emoción. Luego, el ritmo frenético se prolongó semanas: empezaba su jornada a las 6 de la mañana y atendía llamadas a la hora de comer y casi a medianoche. Cuando estaba todo encarrilado, llegaron los exámenes: nuevas dudas, nueva formación para los profesores. 

María cree que el teletrabajo es una oportunidad para avanzar en medidas de conciliación. Reconoce los retos que plantea —«Cuando vas a la oficina los límites están más claros, no solo en cuanto a las horas dedicadas, sino también entre lo profesional y lo personal»— pero también lo ha tomado como una ocasión de hacer más partícipe a su familia de su trabajo: «Antes llegaba a casa y contaba alguna anécdota del día, pero ahora han vivido todos los pasos de los diferentes proyectos. Y se han dado situaciones curiosas: por ejemplo, me da pavor hablar en público, y de repente Víctor me ha visto impartiendo sesiones».

Gracias a esos límites desdibujados, se ha ganado en cercanía: los profesores con los alumnos, pero también desde el Servicio con los profesores: antes de la pandemia solían tener un trato asiduo con unos 150 docentes. Esa cifra se ha multiplicado, así como el grado de confianza: «Hemos cuidado nuestro escenario de trabajo siendo muy conscientes a la vez de que estábamos abriendo las puertas de nuestra casa». 

Al principio, Víctor se ocupaba de Luz. Pero la organización familiar se complicó cuando él volvió al trabajo. «Se concatenaron tantos elementos que acabé muy cansada», confiesa María. Solo en la primera semana había atendido 360 consultas de profesores. En ese punto, fue crucial la confianza de Pepa Sánchez y Unai Zalba, los jefes del Servicio, poder decirles cómo se sentía y saberse escuchada. 

De esa conversación surgió un cambio que sabían que le gustaría: dejar lo que tenía entre manos, bajar el ritmo de «hacer cosas» y poder dedicar tiempo a la reflexión. «¿Y si piensas en un posible curso de formación para los profesores?». Así nació el seminario «Redefinir la docencia presencial», al que asistieron 850 profesionales. María siempre ha creído en la humanización de las pantallas y en el potencial de lo audiovisual y piensa que en estos meses, una vez más, se ha demostrado que, «si eres consecuente con los objetivos que buscas, puedes darles un buen uso». Al mismo tiempo que lo impartían, estaban pendientes de los exámenes de junio, organizaban encuentros online para profesores y empezaban a prepararlo todo para el 1 de septiembre.