Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Retos ecológicos de la arquitectura

Ana Sánchez-Ostiz, directora del Máster de Diseño y Gestión Ambiental de Edificios de la Universidad de Navarra.


La encíclica Laudato si’ proporciona luz para pensar y actuar, en relación con los problemas del medioambiente y del hombre, en los diferentes ámbitos profesionales, pero también en el personal. El apartado «La ecología de la vida cotidiana» [§ 147-155] destaca la relación entre la arquitectura y el desarrollo humano.

¿Cómo impulsar desde esta disciplina el cambio que necesitamos? El primer reto al que nos enfrentamos es disminuir el impacto en el medioambiente de los edificios y la ciudad. El Banco Interamericano de Desarrollo estima que, en 2050, el 70 por ciento de la población mundial vivirá en ciudades. Las aglomeraciones urbanas suponen hoy el 1 por ciento de la ocupación del territorio, consumen el 75 por ciento de la energía y producen el 80 por ciento de las emisiones de gases invernadero. 

Algunas de las medidas que se plantean requieren disminuir el consumo de energía y las emisiones en los edificios. De hecho, la Unión Europea ha establecido para 2020 nuevos estándares de emisiones —cercanos a cero— en las nuevas construcciones. En la práctica supone limitar el consumo de energía y cubrir la demanda resultante con energías renovables o reducir el consumo de materiales y la producción de residuos (mediante el reciclaje, la reutilización y el empleo de materiales ecológicos). También optimizar el consumo de agua (por ejemplo, recogiendo el agua de lluvia en las cubiertas de los edificios para destinarlo al riego de zonas verdes o descargas de inodoros, así como el uso de grifos aireadores); garantizar el acceso al agua potable, especialmente en los países en desarrollo; minimizar el consumo de suelo natural destinado a construcción (potenciar la ciudad intensiva frente a la extensiva) y crear zonas verdes junto a los edificios. Por último, disminuir el transporte que requiera consumo de energía y produzca emisiones de CO2 (mejora de la eficiencia del transporte público, compartir vehículos, itinerarios peatonales y/o para bicicletas), así como mantener la biodiversidad.

El segundo reto es responder a las necesidades del hombre en relación con el diseño de la ciudad y de sus edificios. Algunas ideas en las que trabajar son: acceso universal y efectivo a la vivienda como uno de los derechos fundamentales; diseño residencial que garantice un programa mínimo con límites entre lo público y lo privado con una superficie adecuada al tamaño familiar; diseño para la población vulnerable (ancianos, niños, personas con discapacidades); calidad de vida y cohesión social —diseño del espacio que fomente la dignidad de las personas, la familia y la relación con la sociedad—; lucha contra la pobreza (también la pobreza energética que sufren familias que no pueden pagar los suministros de su vivienda); y, por supuesto, un cambio de estilo de vida, al que el Papa Francisco alude en la encíclica. Todo esto nos debe llevar a un consumo responsable y austero, tanto en el uso de los edificios como en los productos que utilizamos. 

Si «la humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común» [§ 13], corresponde a cada uno de nosotros reflexionar, en nuestro ámbito profesional y personal, sobre cómo podemos ser partícipes de este cambio que el mundo actual reclama.