Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Una lucha compartida

Texto: María Acebal Fuente [Com 19]. Fotografía: Manuel Castells [Com 87]

Francisco Carmona de la Torre es médico de la Clínica Universidad de Navarra. La pandemia le situó en primera línea, cuando tuvo que dejar temporalmente a sus pacientes habituales para atender a los infectados por covid-19.


Reunión del departamento al inicio de la jornada para hacer repaso de la situación actual de los pacientes ingresados por covid-19. Una mañana de tantas otras que la pandemia ha llenado de novedades y transformaciones, de un poco más de esfuerzo y de bastante más dolor. 

«Una enfermedad que lo ha cambiado todo», según explica Francisco Carmona de la Torre. Él es uno de los más de 2 500 profesionales de la Clínica a los que esta pandemia les ha afectado de manera muy directa. Además, su especialidad en Medicina Interna —en concreto en el estudio de las enfermedades infecciosas— le ha situado, desde el comienzo, en primera línea de batalla. 

El coronavirus era algo para lo que nada les había preparado: ni la carrera, ni la vida laboral, ni ningún congreso. Y desató un verdadero terremoto. Se desdibujaban las agendas de trabajo; Francisco apenas salía del hospital salvo para dormir y, en vez de relojes, las horas las marcaban los cambios de guardia. En el epicentro de la vorágine «no había tiempo ni para pensar». Francisco y sus compañeros se enfrentaban al virus a partir de las experiencias de la sede de Madrid y con el apoyo del equipo: «Ya no importaba si eras de infecciosas, digestivo, interna, oncología…». Después de la pandemia, «eres más consciente de que solo no se llega a ningún sitio: todos luchábamos en lo mismo». 

La Clínica se partió en dos. Por un lado, el circuito covid; por el otro, el resto de pacientes. Francisco se quedó en el lado contagioso y tuvo que dejar a quienes trataba habitualmente para dedicarse a los afectados por el virus. «Además de atender la patología, hemos procurado consolar al enfermo y a su familia», a la que llamaban a diario para informar de la evolución. «En los días más duros había compañeros que solo se ocupaban del teléfono y, cuando disminuyó el número de contagios, cada uno pudo empezar a contactar a los seres queridos de sus pacientes», añade.

Ante los fallecimientos, Francisco «desearía haber hecho más, pero no teníamos toda la información necesaria, nadie la tenía». A eso se suman otras situaciones complicadas, como «ese miedo con el que hay que convivir» de contagiar a la propia familia. Al inicio de la pandemia, Francisco acogió en su casa a su padre y a su madre, a la que le acababan de diagnosticar un cáncer. «Lo más difícil es mantener la distancia social con ellos: llegar y dejar en una caja todo lo que llevas,  dormir aparte, utilizar otro baño, comer separado...». En los pocos momentos que le quedaron libres, aprovechó para charlar en familia tranquilamente o ver una película. 

Tras el pico de la pandemia, cuando «lo excepcional acaba volviéndose normal», Francisco siente «un poco de indignación». «Salgo a la calle y veo que se relajan las medidas: grupos de personas sin distanciamiento social, sin mascarilla, como si todo lo que hemos sufrido se nos hubiera olvidado. ¿Y si estamos ante la calma que precede a la tormenta?», se pregunta.