Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Una reflexión necesaria y desafiante

Con la perspectiva de algunos meses, José María Torralba, director del Instituto Core Curriculum, hace balance de la mesa redonda y el debate sobre los intelectuales cristianos.


¿Por qué cree que este debate generó tanta expectación?

Porque nos hemos dado cuenta de que el rey iba desnudo. Venimos de una sociedad donde el cristianismo era hegemónico y ahora comprobamos que los planteamientos religiosos están cada vez menos presentes. El revulsivo lo produjo Miguel Ángel Quintana Paz al sostener que la culpa de esta situación la tenemos principalmente los propios cristianos. No hemos estado a la altura en la educación, la cultura o la política.

 

 ¿Le gusta la expresión «intelectuales cristianos» o prefiere «cristianos intelectuales»?

Me gustan las dos. Son complementarias. Como ha dicho José María Rodríguez Olaizola, secretario de Comunicación de la Compañía de Jesús en España, en nuestra sociedad faltan intelectuales y sobran polemistas. El debate ha mostrado la necesidad de que haya más «cristianos intelectuales». Para ello, debería ofrecerse una formación religiosa sólida, que capacite a cada persona para dar razón de sus convicciones en la plaza pública. Por otro lado, la fe no es algo separado o yuxtapuesto a la razón, sino que hay una relación circular entre ambas. Serían «intelectuales cristianos» quienes hacen propuestas culturales basadas en verdades de origen religioso como, por ejemplo, que la vida es un don; quienes procuran mantener viva la sabiduría religiosa que ha ido fecundando nuestra cultura. Y, como ha explicado el profesor del IESE Ricardo Calleja, no es siquiera necesario practicar la fe para contribuir a esta tarea.

 

¿Ve oportuna la metáfora de las guerras o batallas culturales?

La confrontación y el debate de ideas es propio de las sociedades democráticas, pero la guerra cultural es algo distinto. Armando Zerolo, profesor del CEU San Pablo, en Madrid, ha recordado que su origen está en el marxismo de Gramsci, aunque ahora se proponga también desde el conservadurismo. Consiste en introducir la lógica del poder y la dominación en el ámbito de la cultura, que debería ser un espacio de racionalidad y diálogo. Es cierto que, de hecho, vivimos en una situación de guerra cultural. Por eso, en este debate se ha llamado ingenuos o cobardes a quienes no quieren dar la batalla. En mi opinión, en cambio, plantear el debate social en términos de amigo-enemigo es parte del problema. Lo primero que necesitamos es recuperar el nosotros social que se está perdiendo. Como bien explica Diego S. Garrocho, tender puentes con los otros es para todos una obligación cívica, aunque sea difícil. Pienso que los cristianos tenemos una posición privilegiada para ello, por la llamada a amar a quien piensa distinto y a intentar trabajar juntos por el bien común. 

 

¿Cómo deben reaccionar las universidades de inspiración cristiana ante debates candentes, como por ejemplo la ley de eutanasia?

Cuando están en crisis principios básicos sobre la vida o la familia, no pueden permanecer indiferentes. Su tarea propia, y la más valiosa, es ofrecer una educación que ayude a madurar en la fe a los jóvenes que la tengan y a mostrar su belleza a quienes carezcan de ella. Por supuesto, tienen que abordar, en la docencia y la investigación, esas cuestiones candentes. Deberían ser como un faro capaz de dar luz a todos. Y, cuando lo consideren oportuno, participar también de manera institucional en el debate público. En cualquier caso, me parece que lo decisivo es que despierten entre sus estudiantes y profesores un sentido de misión intelectual: contribuir al bien común por medio de un diálogo social orientado a la verdad. De este modo, no se volverá a echar en falta la voz de los cristianos.

 

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