Casi doscientos presos del Centro Penitenciario de Pamplona practican deporte. Mientras juegan a pelota mano o se ejercitan en el gimnasio ahuyentan los pensamientos que les asaltan en los momentos de soledad. Para algunos, un tiempo de disfrute; para otros, una oportunidad que les acerca a la reinserción. Ambos fines van de la mano. Despejan la mente y cultivan hábitos y valores que les acompañarán cuando salgan de la cárcel. Hasta que eso ocurra, ellos miran su cielo, tan largo y ancho como un campo de fútbol.
Cada vez que mete un gol, Giovanni Luisa Acurio se besa el tatuaje del antebrazo: una llave con la empuñadura en forma de corazón. Lo hace en honor a sus dos hijas pequeñas. «Ellas van a ser las primeras en verme», sonríe. Han pasado dieciocho meses desde que Giovanni ingresó en el Centro Penitenciario de Pamplona y este viernes —24 de noviembre de 2023— saldrá para disfrutar de su primer permiso. «Es como volver a nacer».
Su cuerpo atestigua esta especie de nueva vida. Entró con ochenta kilos, un peso preocupante para alguien que no llega al metro setenta y que arrastraba problemas de colesterol, a pesar de tener 29 años. Comenzó a ir al gimnasio, a practicar fútbol —su deporte favorito—, voleibol, pelota vasca, atletismo —«Todo lo que se pueda»— y el médico del centro le diseñó una dieta para controlar la diabetes. Ahora se mantiene en 56 kilos y su salud ha mejorado.
El deporte estructura el día a día de Giovanni en un lugar en el que «se tiene demasiado tiempo para pensar». Le ayuda a desahogarse; es el momento en el que libera las frustraciones del encierro. Juega de extremo derecho, con los ojos puestos en el futbolista del Barcelona Ferran Torres, su inspiración. Se mueve por un terreno rodeado de muros, pero su cabeza los salta. «No pienso que soy un preso cuando corro —comparte—; me traslado a la infancia, como si estuviera en el patio de mi casa».
De los 75. 530 metros cuadrados que ocupan las instalaciones del centro penitenciario, el campo de fútbol es el punto donde los presos se sienten más cerca de la libertad. Aquí el cielo se ve más grande —«inmenso», dicen algunos— y se come los muros. «Cuando miras por la ventana del chabolo [la celda], ves el monte San Cristóbal entre los barrotes. Pero en la pista no hay nada de por medio; es como imaginar que estoy corriendo por La Nogalera, en Burlada», expresa Adrián Trujillo Méndez, de 24 años. Él entró el 5 de diciembre de 2022. Tenía miedo. Se preguntaba con qué tipo de personas se iba a encontrar. Gracias al deporte, ha podido desprenderse poco a poco de los temores y conocer a gente. También le protege frente a soledad, que merodea en el silencio. «El deporte —asegura Adrián— me permite olvidarme de los problemas, quitarme de vicios y gestionar las emociones. Me ha hecho salir adelante». Ejercitar el cuerpo le roba tiempo a la mente para hacer de las suyas. El cansancio se impone; solo resta una ducha y dormir. Así cada día.
El Centro Penitenciario de Pamplona alberga en la actualidad a 415 reclusos con una condena media de tres años. De ellos, 185 participaban en actividades deportivas en octubre de 2023, según informa Iria Santos, subdirectora del departamento que coordina la colaboración con entidades externas. Ya había trabajado en varias cárceles y lo que más le sorprendió nada más incorporarse fue la oferta amplia, tanto en deporte como en formación. Lo atribuye a la implicación de la sociedad navarra: «Esta es una prisión muy abierta a la ciudadanía. Se agradece muchísimo que llamen con propuestas». Salidas programadas, taller, teatro… A veces faltan salas para llevarlas a cabo. Iria explica que el deporte no solo entraña unos beneficios físicos, psicológicos y formativos. «Los internos están más tranquilos, se evaden de la soledad, y la convivencia se vuelve más sencilla», valora.
PROMESAS
Falta poco para que Iván Cestau Sánchez cumpla 52 años, pero no ha pensado nada para conmemorarlo. «No lo suelo celebrar aquí», dice. Desde que ingresó en 2020, no ha parado de buscar cosas que hacer. Practica todo el deporte que puede, una rutina que había abandonado. Recuerda que a los once años él y su hermano se apuntaron al frontón Labrit. Su hijo ha heredado esta afición e Iván se entrena para vencerle cuando salga. Una promesa «para motivar al chaval, que parece que lo ha cogido con ganas». Será la revancha. Durante su primer permiso, un fin de semana, jugaron a pelota vasca. El primer partido el padre le cedió la victoria, pero el chico alardeó. El siguiente, el resultado dio la vuelta. Iván cree que, en el reencuentro, el desempate caerá a su favor. «Pero, si no se chulea, igual le dejo», ríe.
Mientras tanto, evita apalancarse en una silla que lo mantenga estancado física y mentalmente. «El día a día es eterno, si no haces nada», reconoce. También ha aprendido que el deporte suple malos hábitos y se siente mejor. Quiere continuar con estas rutinas una vez que salga. Entre golpe y golpe a la pelota, sueña: «Sueños hay muchos. Lo bueno es soñar aquí dentro, no hundirte y creer que todavía las cosas se pueden lograr. Que me abrace mi hijo ya es mucho». Nunca ha ocultado que es un preso. De hecho, publicó en Facebook una foto tomada durante uno de los partidos. «Mi primer permiso y le he ganado a mi hijo. Yo puedo. Ya queda menos», escribió. Menos para volver a estar juntos, menos para reinsertarse porque, como Iván dice, «el pasado es para corregirlo, no para olvidarlo».
Óscar Siza Arias, de 28 años, tampoco olvida y le contará a su hijo de cuatro años cuando crezca lo que hacía en prisión. Le hablará de que le gustaba correr con las emisoras Cadena 100 o Loca Urban de fondo, de que zancada a zancada sacaba toda la rabia de no estar con él y el resto de su familia, y de cómo durante las carreras no pensaba que estaba preso, tan solo se concentraba en aguantar y dar lo mejor de él. Pero no siempre fue así.
«SUEÑOS HAY MUCHOS. LO BUENO ES SOÑAR AQUÍ DENTRO, NO HUNDIRTE Y CREER QUE TODAVÍA LAS COSAS SE PUEDEN LOGRAR. QUE ME ABRACE MI HIJO YA ES MUCHO»
Iván Cestau
Cuando ingresó en prisión, no podía correr más de cinco minutos por su mal estado de salud, el exceso de kilos le pesaba. Un año después, ganaba la competición de 1000 metros lisos del centro penitenciario. Para Óscar, el atletismo se ha convertido en una metáfora de su presente. «Aprendes a respetar los procesos —reflexiona—. Cuando empecé, pretendía correr un kilómetro en menos de tres minutos. De aquí tampoco puedo salir mañana, todo necesita su tiempo».
LA CÁRCEL EN UNA PELOTA
«El deporte es la mejor terapia», opina Byron Casa Narvaez, de 30 años. Una terapia en la que sentirse parte de un equipo. El deporte cose vínculos entre los internos. El fútbol es todo un acontecimiento. «¡Buah! Cuando se arma un buen partido en el módulo, la gente anima, grita y abuchea desde los bancos. Se nota la energía de cada uno. Es un momento único», comparte Javier Silva, de 23 años.
Hay quienes se apuntan a todas las actividades nada más llegar, aunque en el caso de Lucas Urmeneta Azkona, de 33 años, tuvo que pasar tiempo. «En un inicio no me apetecía hacer nada», reconoce. El choque real de lo que suponía estar preso le mantenía atrapado en sus pensamientos. Para ventilar la cabeza, apostó por la pelota, de la que siempre ha sido seguidor.
Nada de esto sería posible sin Cristina Arbués, monitora de Deporte del Centro Penitenciario de Pamplona. Procedente de Cataluña, ocupa el puesto que dejó vacante Jesús Yoldi, después de más de dos décadas como impulsor de esta área. Cristina empezó de interina seis meses, en 2017, y al cabo de dos años opositó y obtuvo la plaza. El trato directo con los internos y la falta de monotonía la llevaron a querer continuar. «Puede parecer que es un sitio con mucha rutina, muchas normas, un entorno aséptico, pero, en realidad, cada día es diferente», señala.
«EL DEPORTE ME PERMITE OLVIDARME DE LOS PROBLEMAS, QUITARME DE VICIOS Y GESTIONAR LAS EMOCIONES. ME HA HECHO SALIR ADELANTE»
Adrián Trujill
Cristina es una fiel creyente del «poder terapéutico del deporte», una fe que se confirma con la experiencia de los internos: «Les aleja de otros hábitos menos saludables. Si tú empiezas a correr, puede que no te apetezca tanto fumar; cada vez va pesando más la parte en la que te sientes bien». Todos los presos entrevistados la consideran una más, alguien que se ha ganado su respeto y confianza.
Durante las actividades, ella se muestra cercana, sonríe, bromea, pero, como dice, «también soy recta». La reinserción requiere una disciplina en un grupo en el que algunos de sus miembros nunca han conocido unas normas. Cristina deja claras las reglas desde el principio, para más tarde dar espacio a algo más de colegueo. Se acerca a ellos sin prejuicios, sin pensar en los delitos que han cometido: solo mira a la persona que tiene delante.
Cristina explica que una de las metodologías de trabajo que mejor le funciona es plantearles pequeños retos que les mantengan motivados, con ganas de superarlos y de ir a por el siguiente. Gracias a su empuje y al de su único compañero, Mikel Espinal, todos los presos pueden practicar deporte de lunes a viernes. Se apuesta por inculcarles hábitos saludables que puedan mantener cuando se reincorporen a la sociedad. «El deporte no es solo recreativo, también educa», redondea Cristina.
UN ESPACIO EN EL QUE INVERTIR
Cristina y Mikel dividen las clases en tres áreas. Por un lado, la parte más lúdica, con gimnasio, fútbol, voleibol, deporte alternativo y algunas sesiones, por ejemplo, de atletismo. En verano, se habilita también la piscina. En segundo lugar, una de las mayores satisfacciones de Cristina: las salidas programadas. «Para ellos supone un chute de energía», afirma. Redescubren lugares como el monte, que para Cristina son sitios corrientes, pero que, al ver sus caras, se transforman en extraordinarios.
Deporte, gimnasio, piscina y talleres se vuelven una espada de doble filo cuando Cristina lo comenta con gente de fuera de la cárcel. «A veces recibes opiniones del estilo: “Ah, pues si están como en un resort”. Y no es así. Cumplen una pena, pero tampoco podemos desatenderles. Si queremos luego la reinserción, hay que facilitar que se produzca», reflexiona.
La profesora de Derecho Penal Elena Íñigo Corroza subraya esta percepción sobre la cárcel. Dentro del marco español, recuerda, la pena privativa de libertad es el castigo «más brutal que existe» para los delincuentes. Y señala que, si los internos no tuvieran todo lo que les rodea, supondría un doble componente aflictivo para ellos e incluso podría atentar contra su dignidad. «Un Estado de derecho que no protege las condiciones mínimas de dignidad de los presos es un Estado de derecho enfermo», valora.
Al preguntarle dónde está el límite, la experta apunta al sentido común: «Todo lo que no vaya directamente unido a la idea de resocialización podría ser excesivo». La doctora de la Universidad de Navarra ha visitado en varias ocasiones el centro penitenciario y remarca una percepción más fuerte que cualquier gimnasio, piscina o polideportivo: «Aunque las instalaciones son muy dignas, en ningún momento te olvidas de que estás en una cárcel».
«A VECES RECIBES OPINIONES DEL ESTILO: "AH, PUES SI ESTÁN COMO EN UN RESORT". Y NO ES ASÍ. CUMPLEN UNA PENA, PERO TAMPOCO PODEMOS DESATENDERLES. SI QUEREMOS LUEGO LA REINSERCIÓN, HAY QUE FACILITAR QUE SE PRODUZCA»
Cristina Arbués
La propia Constitución española, en su artículo número 25, establece que las penas privativas de libertad estarán orientadas hacia la reeducación y la reinserción, algo que la sociedad navarra busca por medio de las actividades que desarrollan diferentes entidades externas. La Fundación Osasuna, la Federación Navarra de Fútbol, la Federación Navarra de Pelota y la Federación Navarra de Baloncesto aúpan el deporte en la cárcel junto con los profesionales del centro.
Álex Calvo lleva una década comprometido con los presos de Pamplona. Responsable del área social de la Federación Navarra de Baloncesto, defiende la necesidad de proporcionarles herramientas para incentivar la reinserción. En su caso, a través de dos horas semanales en las que, asegura, los internos se comunican y aprenden a solucionar, por ejemplo, problemas que surgen durante el entrenamiento y los partidos contra los equipos de veteranos que les visitan.
El baloncesto, en palabras de Álex, abre «una oportunidad para que personas con dificultades, sin importar el pasado, impacten de manera positiva en la comunidad cuando salgan». En su opinión, los presos «son los olvidados», relegados a un lugar que en ocasiones se piensa como «venganza social». Pero él tiene otra visión. «Creo que los centros penitenciarios son espacios a los que debemos dedicar recursos, porque los internos terminarán sus condenas y tienen que aportar a la sociedad», afirma.
La pregunta que, según la profesora Íñigo Corroza, está en el aire es si queremos que la persona que salga al cumplir la pena sea mejor o peor que la que entró. «La cárcel —indica— es el reflejo del modelo del país que somos y del que queremos ser». Un espejo que revela las virtudes y carencias del sistema. «En un país como España, en el que los derechos humanos están tan desarrollados y se protege tanto al individuo, el sistema penitenciario no puede ser una especie de reducto donde hacer lo que se quiera», advierte. Por eso la experta cree que «invertir económicamente en los centros penitenciarios muestra un interés primero por los ciudadanos».
Otro de los deportes que cuenta con el apoyo de una entidad es la pelota vasca. Manex Pedroarena, director deportivo de la federación navarra, e Iker Espinal, pelotari y jugador de frontball [una modalidad de pelota mano a una sola pared], acuden a la cárcel de Pamplona los meses de mayo y junio para realizar actividades. Ambos participan desde hace tres años en este programa y la relación con algunos presos se ha estrechado. «Por desgracia, he visto a gente que tiene condenas largas, y ahora se alegran mucho cuando les visitas. Es como una amistad», comenta Iker.
Lo que comenzó con un acercamiento con el «freno de mano», reconoce Iker, con dudas sobre qué decir o qué preguntar, se ha convertido en un vínculo entre un monitor —a veces, confidente— y unos alumnos que le cuentan sus problemas o hablan para echar el rato. Manex constata este cariño: «No sabes por qué están en la cárcel, pero se crea una relación entre ellos y nosotros. Les deseamos lo mejor». Siempre hay algún jugador aventajado que les reta. «Nos hacen sudar», ríe Iker. Uno de los recuerdos que los internos guardan con mayor nitidez es la visita del campeón manomanista en 2022 Unai Laso. El grupo de pelota aprendía entre semana con aquel que se calaba la txapela el domingo.
A Leoni Fermo Filho los 365 días en la cárcel se le han pasado rápido. Entre página y página de una biografía de Bob Dylan que le tiene fascinado, exhibe su arte con el balón de fútbol. «La gente pide mi samba», comenta con una sonrisa. Este joven brasileño de 24 años deleita a la afición que se reúne en los partidos y vuelve locos a sus rivales. Sombreros, rabonas, caños. Es su forma de despejar la mente y de querer mejorar, también en la clase de Matemáticas. Se mantiene enfocado en la reinserción. «Quiero cuidar mi cuerpo y mi cabeza: centrarme en el deporte me ayuda a no caer en el mal camino», corrobora.
Llueve. Los presos entrenan bajo el techo del polideportivo. Pero Cristina quiere salir y gesticula para que Giovanni, Leoni y varios internos más la sigan. En el campo, las paredes, gruesas y altas, de hormigón y las concertinas recuerdan que el cielo se disfruta en pequeñas dosis, como cuando un familiar les visita a través del cristal. Desde fuera, el espacio donde entrenan no resulta agradable, pero ellos han encontrado un resquicio. El viento azota por todos lados y la lluvia empapa el campo y a los presos. Cubiertos por este manto, corren, juegan y sueñan entre unos muros que ahora parecen más pequeños. Aquí, donde el cielo es más grande.