Los de la maleta Nº 720 Comunicación Historia y religión
Los sueños caben en una maleta. En julio de 1952 Ismael Sánchez Bella preparó la suya para quedarse en Pamplona. Cuatro años después, Antonio Fontán dejó atrás Madrid y se sumó al claustro del Estudio General de Navarra. Pero no vino solo. De su mano llegó una criatura a punto de cumplir dos años. La historia de la Universidad y la de la revista Nuestro Tiempo demuestran que los sueños de larga distancia se construyen cuando viajan de un corazón a otro. Hace siete décadas que la crónica de la vida contemporánea comenzó a latir en las páginas de NT. Gracias al esfuerzo de un equipo de pioneros, dio también sus primeros pasos una nueva facultad
Llegué a Nuestro Tiempo en 1956. la revista, por lo que escuché, aún estaba deshaciendo las maletas; acababa de instalarse en Pamplona, después de dos años en Madrid. La sede navarra se encontraba en el número 23 bis de la calle Paulino Caballero, en un piso que el notario Julio Nagore prestó a la primera brigada de redactores. Grabaron trece letras versales sobre una hoja de latón y me fijaron en la entrada. Desde entonces he sido testigo de la historia de la revista y de sus etapas.
El primer número se imprimió en julio de 1954, aunque la aventura periodística que a sus treinta años emprendió Antonio Fontán (1923-2010) a punto estuvo de no ver la luz. El 10 de septiembre de 1953 había entregado en la Dirección General de Prensa la instancia para editar una nueva revista cultural, pero siete meses después seguía sin recibir noticias del Gobierno.
Esta demora inquietó a un versado Fontán. A raíz de que en julio de 1951 el incipiente Ministerio de Información y Turismo español permitió, por primera vez desde la Guerra Civil, a ciudadanos y empresas privadas solicitar licencia para publicaciones periódicas no diarias, la correspondiente al semanario gráfico La Actualidad Española, que cofundó en 1952 con Jesús María Zuloaga, se había resuelto en apenas dos meses.
Eran tiempos de censura, y, temiendo que la instancia permaneciese retenida —según relató el propio Fontán en las páginas de Nuestro Tiempo en el año 2000, en el Ministerio «no gustaban ni poco ni mucho» algunas de las cosas difundidas en La Actualidad—, se decidió a pedir audiencia al jefe del Estado. Le recibió en abril y fue la única vez que habló con el general Franco. Le remitió al ministro Gabriel Arias-Salgado, pero el encuentro no llegó a producirse. A los pocos días de aparecer el nombre de Fontán en la lista de las visitas, le llamaron para que pasara a recoger el permiso de edición, firmado el 28 de abril de 1954 por Juan Aparicio López.
Durante aquellas treinta y dos eternas semanas, y con la mirada puesta en otras cabeceras europeas, Fontán terminó de fraguar una fórmula dirigida a un público lo más amplio posible. Solo un mes después del lanzamiento del primer número, explicaba su propósito en una entrevista: «Se trata de dar a los temas culturales una agilidad y una sencillez puramente periodísticas», rescata Jaime Cosgaya en el libro Antonio Fontán (1923-2010). Una biografía política.
Dos detalles ilustran ese empeño, como indica el historiador. Por un lado, la voluntad de abarcar todo tipo de «cuestiones sociales y políticas, culturales, religiosas y económicas» —así lo anunciaban las palabras que presidían el ejemplar originario— alejaba este proyecto editorial de las publicaciones especializadas. Por otro, el cambio de nombre de la revista. Mientras que en el documento de 1953 se especificaba el título de Comentario, en el permiso constó la denominación actual: Nuestro Tiempo. La nueva mancheta encapsulaba mejor el propósito que perseguía: «Aspira a ser una revista que recoja los latidos de la vida contemporánea, que informe y oriente acerca de los hechos, las ideas y los hombres que definen nuestra época, constituyen el presente y están creando el mundo de mañana».
Fontán se definía como «universitario y hombre de periódico», y para lograr el equilibrio entre academia y periodismo en las páginas de NT se rodeó de un equipo que aunaba el pensamiento de profesores e intelectuales de «cierto relieve nacional» con el saber hacer de un grupo de redactores formados en La Actualidad Española. Él mismo encarnaba ese doble perfil. En 1949, había ganado la cátedra de Filología Latina en la Universidad de Granada, y seis años después redactó la memoria de ingreso para obtener el carné de la Escuela Oficial de Periodismo.
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Eran tiempos de censura, y, temiendo que la instancia permaneciese retenida, Fontán se decidió a pedir audiencia al jefe de Estado. Le recibió en abril y fue la única vez que habló con el general Franco
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LA REVISTA Y LA FACULTAD, VIDAS ENTRELAZADAS
La historia de Nuestro Tiempo germinó en la calle Gaztambide, 11 de Madrid. Allí tenía su sede La Actualidad Española, un semanario al estilo Life cuyo primer número se publicó en enero de 1952, un año memorable en el devenir del campus de Pamplona porque el 17 de octubre el Estudio General de Navarra celebró su primer acto académico. «En su despacho de director, Fontán nos daba clases de teoría periodística, de ética profesional, de cultura de la prensa...», recordaba Ángel Benito (1929-2020) en el homenaje con el que Nueva Revista conmemoró los ochenta años del catedrático. José Luis Martínez Albertos también formó parte del «pelotón de jóvenes letraheridos» que desembocó en la oficina madrileña con «sueños y nobles expectativas» en la maleta. Para ellos Fontán fue un maestro, aunque él nunca pretendió ser formador de nadie. «He procurado alentar la libertad de todos los que andaban cerca de mí», puntualizó en el número 558 de NT.
Aquella escuela de profesionales se trasplantó a una pequeña capital de provincia en octubre de 1956, cuando Antonio Fontán recibió la llamada de Ismael Sánchez Bella. No dudó en aceptar el encargo de elevar la enseñanza del periodismo a la categoría universitaria, como alentaba san Josemaría ante la trascendencia de este oficio. Con la primera promoción del Estudio General de Navarra todavía en las aulas, Fontán se incorporó al claustro y trajo consigo Nuestro Tiempo. Sin embargo, la puesta en marcha del anhelado Instituto de Periodismo requirió dos cursos académicos. «Fue obra de mucha gente —comentó con motivo del veinticinco aniversario en una carta dirigida a José María Desantes que Cosgaya cita en su libro–. Yo tuve la suerte de poder inventarlo y de encontrar ambiente para ello».
Para atraer a los universitarios, Fontán pensó en las sesiones de especialización que solían desarrollarse durante el verano y lanzó el I Curso sobre Periodismo y Cuestiones de Actualidad, celebrado en Pamplona entre el 1 de julio y el 20 de septiembre de 1958. Aquella iniciativa prefiguró la primera piedra del Instituto, que inició su andadura con 24 alumnos.
La biografía de Nuestro Tiempo y la de la futura facultad quedaron entretejidas en ese momento. De la cantera de la redacción salieron varios profesores —como José Javier Uranga y José Javier Testaut— y también el núcleo fundacional del Instituto: Ángel Benito, su primer subdirector, relevó a Fontán a partir de 1962; y, ese mismo año, José Luis Martínez Albertos, primer secretario del centro, se puso al frente de la revista un breve periodo al cabo del cual Fontán volvió a encabezarla hasta abril de 1966.
Durante varios cursos Fontán compaginó la dirección del Instituto y de NT gracias a la ayuda de Jorge Collar. Como secretario de la redacción, se encargó de coordinar la cabecera desde Madrid: revisaba los textos, se ocupaba de las relaciones con la imprenta, de corregir las galeradas, de la distribución, de las suscripciones… Vio nacer el primer número y 699 después firmaba su último artículo en la sección de Cine. Para festejar esa cifra tan redonda, hizo memoria en las páginas del vínculo que alimentó durante seis décadas, con acento parisino a partir de 1957. «En Nuestro Tiempo aprendí el oficio de periodista —escribió—; [...] es el medio informativo que ha acompañado enteramente mi vida profesional».
Desentrañar para los lectores «todos los temas vivos que configuran la realidad contemporánea» exigía contar con colaboradores comprometidos, en Europa y en otros continentes. Así lo evocó Ángel Benito en el sesenta aniversario de NT: «Congregamos, a lo largo de los años, varias decenas de firmas del exterior: escritores, periodistas, profesores universitarios, intelectuales de diverso cuño y color y de los más diferentes países. Es lo que el maestro Fontán llamaba la intercósmica».
Para atraer a los universitarios, Fontán pensó en las sesiones de especialización que solían desarrollarse durante el verano y lanzó el I Curso sobre periodismo y Cuestiones de Actualidad
LOS PIONEROS DAN EL RELEVO
Han sido muchos los que han llamado a la puerta, me han mirado de frente y han habitado la redacción. Uno que cruzaba a menudo la entrada era Esteban López-Escobar. Hojeó por primera vez un ejemplar de Nuestro Tiempo cuando tenía quince años, un día que acompañó a su hermano Ángel, el mayor de once, a casa de un amigo en Oviedo. «Me gustó la sobriedad de su cubierta roja, con una ventana blanca donde se adelantaban los artículos que contenía —recuerda—. No podía imaginar que un día yo la dirigiría». Tampoco las labores de gobierno que aquel amigo llamado Alfonso Nieto, recién doctorado en Derecho Mercantil, llegaría a desempeñar en la Universidad de Navarra.
En el verano de 1958, dos años más tarde de ese primer encuentro, Nieto le propuso acercarse a Pamplona para asistir al curso sobre periodismo y cuestiones actuales que había organizado Antonio Fontán. «Y terminé fascinado», comenta López-Escobar, que en esa época estudiaba Derecho en Oviedo. Después de escuchar al anfitrión, los asistentes más curiosos continuaron charlando en la sede de NT. «Fontán tenía una gran facilidad para la conversación —destaca—. Pocas veces se oponía a algo. Reflexionaba y, en ese ejercicio, contagiaba al resto. Al final, todos caíamos en la cuenta». López-Escobar se sintió aguijoneado, tanto que trasladó su expediente a Pamplona, donde comenzó a intimar con Nuestro Tiempo.
Cuando rebasó el tercer curso, le plantearon la subdirección del Colegio Mayor Guadaira, de modo que finalizó la licenciatura en Sevilla. A pesar de la distancia, la llamada susurrante del periodismo no se acalló. «No me apetecía ser reportero, pero quería pensar en el fenómeno que representaba la profesión, su poder de influencia, y decir cosas relevantes», asegura. Aunque finalmente se matriculó en Periodismo en el campus navarro, hizo un paréntesis para realizar el doctorado en Sevilla.
A solo unos meses de defender su tesis, en el ecuador de 1967, coincidió con Ángel Benito en Bilbao. El entonces director de NT le habló del teórico de la comunicación Marshall McLuhan y de que sería un tema estupendo para su trabajo final de carrera, si decidía retomar los estudios de Periodismo, claro. «Ángel era un tipo con un olfato intelectual formidable, y su propuesta me convenció», cuenta. Las páginas de NT dan testimonio de los frutos de aquella investigación. En el número 203, publicado en mayo de 1971, López-Escobar firmó uno de sus primeros artículos, un ensayo de veintiocho páginas acerca de este «proteico» patrimonio que tituló «McLuhan: un horizonte brainstormingiano».
Al poco de licenciarse en Periodismo, Ángel Benito se trasladó a la Universidad Complutense para continuar impulsando los estudios de comunicación —se convirtió en 1974 en el primer catedrático de Periodismo de España— y López-Escobar recibió su testigo en la asignatura Teoría General de la Información. También se estrenó en 1972 en la secretaría de NT. Dos años más tarde, en enero del 74, la dirección de la revista quedó en sus «buenas manos», como dijo Benito en su columna de despedida.
Esteban López-Escobar se esforzó por cuidar el legado de Antonio Fontán, un periodismo enraizado en los comportamientos del ser humano, «observador y de latido constante». En esa tarea de tomar el pulso a la realidad profunda, con frecuencia había que mirar atrás. Así lo argumentó el fundador de la revista en el ensayo inaugural, titulado «Este tiempo nuestro»: «La historia nunca se repite. Pero el hombre es siempre el mismo. [...] Por eso es lícito, al analizar nuestro tiempo, ilustrar el juicio con la docta referencia a otras horas del pasado. Porque el hombre de entonces y el de ahora, iguales en naturaleza y en destino, son el mismo permanente sujeto de la historia». Con este enfoque, señala López-Escobar, «no estábamos atados a la actualidad inmediata, sino más bien a la actualidad de la vida».
Para llevar a cabo su misión, el cuarto director de NT encontró en el campus «una mina de oro de colaboradores» y recurrió muy a menudo a los profesores, «gentes con capacidad, vivaces y agudas». Tampoco faltaron los alumnos: «Iban y venían, pero sin grandes agitaciones. O ayudaban o estudiaban por la redacción». Con 130 páginas por escribir nunca sobraron las manos: «Éramos pocos, pero con mucha tarea por delante. Y la desarrollábamos sin cuartel». Fontán había dado ejemplo desde los inicios. Redactó, según su propio testimonio, «casi la mitad de las notas», reseñas bibliográficas, ensayos, corrigió los artículos de otros, revisó pruebas…
«Fontán tenía una gran facilidad para la conversación. Pocas veces se oponía a algo. Reflexionaba y, en ese ejercicio, contagiaba al resto. Al final, todos caímos en la cuenta»
EL PENSAMIENTO SE HIZO ENTENDER
Desde el umbral de la improvisada redacción de Paulino Caballero, presencié en primera línea cómo la vida de Nuestro Tiempo empezaba a bullir. Aunque a veces el eco del sonido de las películas que se proyectaban en el vecino cine Rex se oía con más fuerza que la banda sonora de la revista. La actividad se intensificaba por las tardes, cuando los redactores, en su mayoría profesores, salían de las aulas. También los sábados. Sobre las cuatro menos cuarto, una veintena de colegas se reunían en el salón del piso para conversar sin ninguna finalidad evidente.
Por aquellas tertulias «con café y copa», recuerda Esteban López-Escobar, apareció en más de una ocasión el profesor de Filosofía Leonardo Polo. Mientras daba algunas caladas a su cigarrillo —«entonces fumar no estaba tan perseguido como ahora»—, atendía los análisis acerca de cuestiones de actualidad. «Hasta que comenzaba a hablar como en un murmullo y nos íbamos callando para escucharle. A partir de ese momento, él se convertía en el centro de la reunión, y los demás le hacíamos alguna pregunta o le pedíamos aclaraciones». Eso sí, a las seis todos a casa para que los participantes no descuidaran a sus familias. «Los tenía que ir empujando hacia la puerta», confiesa López-Escobar, temeroso de que las mujeres de sus compañeros se enfadaran con él. «Ya podía Polo haber descubierto la piedra filosofal —añade—, que a las seis se iban todos a la calle».
La redacción y las páginas de NT eran una pista de despegue para el pensamiento. Con maestría, Antonio Fontán logró, gracias al periodismo, acercar las ideas, la cultura, a un público no especializado. López-Escobar aún escucha el eco de un consejo que repetía a menudo: «Tienes que escribir como si le enviaras una carta a tu madre: que sea inteligible, con corrección y, a ser posible, interesante».
El cuidado por la edición también se lo debe a Fontán, una tarea a la que López-Escobar dedicaba buena parte del tiempo. En su archivo personal conserva un ejemplar del número 229-203, del verano de 1973, que nunca vio la luz. Cuando tuvo aquel número en las manos, se percató de un gazapo en la portada: alguien había cambiado el apellido del filósofo francés Maritain por «Maritaine». «Eso no podía pasar en Nuestro Tiempo y me negué a que la revista se distribuyera con semejante fallo», afirma. Aunque quienes se ocupaban de las cuentas lo desaconsejaron, él, que en ese momento todavía figuraba como secretario de NT, decidió reencuadernar toda la tirada con la portada corregida.
AVENTURAS DE TRES CIFRAS
La revista se incardinó definitivamente en la Universidad el 14 de junio de 1965. Entonces la Dirección General de Prensa autorizó que la Sociedad Anónima de Revistas, Periódicos y Ediciones (SARPE) transfiriera al centro académico la propiedad de NT. Pero no nos mudamos a las praderas del campus hasta finales de los setenta. En enero de 1979, se publicó el número 295, el último que lideró Esteban López-Escobar y el primero desde la nueva sede en el edificio de Bibliotecas —hoy llamado Ismael Sánchez Bella—. Al cabo de tres meses, su amigo Alfonso Nieto, que dirigía el Instituto de Periodismo cuando se convirtió en Facultad de Ciencias de la Información, tomó posesión como rector.
La siguiente singladura de la historia de NT la capitaneó Juan Antonio Giner. Según confesó en el número 685, esta etapa fue la más feliz de su vida. Una década en la que hubo numerosos motivos para celebrar: las 300 aventuras de Nuestro Tiempo, el veinticinco y el treinta aniversario, el número 400, los diez años bajo el auspicio de la Facultad. Y, sobre todo, la ilusión de tantos estudiantes.
El equipo de Giner se volcó en hacer de la revista una escuela práctica de periodismo. Alrededor de una gran mesa redonda, se reunía cada semana una veintena de colaboradores. Así nacieron los inolvidables consejos de redacción, donde compartían ideas que rastreaban en los medios internacionales —Herald Tribune, Financial Times, Le Monde, Time, Newsweek, Le Point, L’Express, The Atlantic o Harper’s Magazine, entre otros— y urdían temas sobre los que cada uno iba a escribir
«Aquel rincón del edificio de Bibliotecas donde estudiantes y profesores jugábamos a ser periodistas», como lo describía Giner, dio la bienvenida en octubre de 1989 a un nuevo director: Paco Sánchez [Com 81 PhD 87]. Se encontraba en Misuri, sumergido en investigaciones académicas, cuando le llamó el entonces secretario de la Facultad, Aires Vaz; le pidió que regresara antes porque querían hacerle una propuesta.
Sánchez recuerda con precisión el instante en que conoció Nuestro Tiempo. La mañana del 19 noviembre de 1976, el profesor Esteban López-Escobar, que impartía en primer curso la asignatura Teoría General de la Información, llegó especialmente contento a clase. «Supongo que quieren ustedes felicitarme», les dijo con una sonrisa. El Tribunal Supremo, informó Diario de Navarra, había desestimado el recurso que el grupo Time había interpuesto contra la inscripción en el registro de la propiedad industrial de la revista Nuestro Tiempo.
La empresa estadounidense consideró que la marca de su semanario podría verse perjudicada debido a una supuesta similitud fonética y gráfica. Sin embargo, el Tribunal ratificó el registro del 1 de mayo de 1968 tras determinar que era imposible confundirlas. Incluso aunque tenían en común la voz tiempo: se trataba de una palabra tan genérica que no podía ser objeto de apropiación particular.
Supo así de la existencia de NT, aunque Sánchez no mostró más interés hasta que, poco más tarde, se adentró en uno de los artículos de aquella «revista sesuda» y de «diseño severo». Se titulaba «La libertad posible» y lo firmaba el filósofo Leonardo Polo, otro de sus profesores. «Nos deslumbraba incluso cuando no le entendíamos, o quizá precisamente por eso. Releí tanto el ensayo que casi llegué a sabérmelo de memoria», reconoció en el número 700.
Abanderó NT un par de años, pero, una vez dejó la mesa del director, el nombre de José Francisco Sánchez continuó impreso en la página que despedía cada número. En octubre de 1993, se asomó a la columna «No va más» y, sin bajarse del tren, cambió al «Vagón-bar» en mayo del 98. Tres décadas después, muchos lectores prefieren abrir la revista por la contraportada para saborear su artículo como aperitivo.
El equipo de Giner se volcó en hacer de la revista una escuela práctica de periodismo. Alrededor de una gran mesa redonda, se reunía cada semana una veintena de colaboradores
LA ESENCIA QUE NO CADUCA
«¿Por qué no te quedas?». Con esta pregunta tentó Paco Sánchez a un recién licenciado Miguel Ángel Jimeno [Com 89 PhD 94]. Estaba preparando las maletas para irse a Tarragona, donde le esperaba el «periodismo de la calle, con botas y libreta en mano». La semilla de la duda le animó a cambiar de planes. «Fernando López Pan era la mano derecha de Paco, pero le faltaba la izquierda», comenta Jimeno, que el 1 de agosto de 1989 firmó su primer contrato con la Universidad como redactor jefe de Nuestro Tiempo. Compaginó la revista con su tesis doctoral y la formación de alumnos.
Un destello surca la mirada de Jimeno al hablar de esa época. NT estaba suscrita a treinta medios internacionales, «gacetas que ningún español corriente leía». Continuadores de la tradición iniciada por Juan Antonio Giner en los ochenta, cada estudiante que se enrolaba en la revista seguía una cabecera. Después ponían en común sus descubrimientos alrededor de una comida semanal que nadie quería perderse. Maite Martínez, la secretaria, y Jimeno iban todos los miércoles al supermercado Eroski de Iturrama y se aprovisionaban de chorizos, quesos, panes y Coca-Cola.
Descubridores de tendencias. Esta es la expresión que, a su juicio, mejor retrataba al equipo. Acercar temas interesantes de otros países al público español era «una apuesta segura porque apenas había competencia». Él recuerda la redacción como un hervidero de intercambios culturales, compañerismo y disfrute profesional. El suyo era un periodismo de fuentes y trabajo en equipo. Precisamente, estos son los dos rasgos que, según Jimeno, definen la esencia de NT: información y alumnos. «No se puede entender la revista elaborada a la perfección pero sin alumnos —explica Jimeno—; y menos aún una revista mediocre con alumnos dentro». En alguna ocasión le sugirieron que encargara los contenidos solo a profesores, pero él se negó: «Formar alumnos y formar lectores, eso es Nuestro Tiempo».
Desde que llegó a la redacción, vivió tres cambios de director: Paco Sánchez, Rafael Guijarro y Pedro de Miguel (1956-2007). De ellos adquirió, «por contagio», el olfato periodístico, el amor por la escritura y, sobre todo, el arte de la edición. Diez años después, en enero de 1999, le tocó el turno de ocupar ese puesto. Heredó una revista de gran calado cultural y literario. Junto a él siguieron embarcados colaboradores veteranos, leyendas como Jorge Collar y el profesor José Antonio Vidal-Quadras, quien en sus secciones —«Ecos del campus» y «Álbum de fotos»— «supo reflejar el alma de nuestra Universidad».
Al más puro estilo Queen, Rafael Guijarro escribió sobre el relevo en el editorial del número 421: «Se va un locutor, viene otro, pero la música continúa». Javier Marrodán [Com 89 PhD 00] sucedió, en abril de 2007, a Miguel Ángel Jimeno, amigos desde que tienen memoria. A lo largo de los años, distintas voces han interpretado la melodía que compuso Antonio Fontán. Y en este gran concierto acústico cada director ha aportado su propio estilo.
Marrodán puso el foco en el trabajo en equipo, temas muy bien planificados en los que participaban muchos jóvenes; María Eugenia Tamblay contribuyó a fortalecer los lazos entre la revista y su alma mater; Ignacio Uría [Der 95 PhD His 04], como buen historiador, protegió el legado a través de la hemeroteca digital; Miguel Ángel Iriarte [Com 97 PhD 16], gracias a su sensibilidad única, dio un nuevo aliento a la formación de alumnos, con los que preparaba los reportajes en tándem; y Jesús C. Díaz [Com 82] recuperó los desayunos de NT, unos encuentros académicos e intelectuales para profundizar en la realidad y abrir horizontes que él mismo había visto nacer mientras estudiaba.
Con Teo Peñarroja [Fia Com 19] la memoria hace escala en el presente. Tenía 25 años cuando debutó con «La primera» página en el número 713, en abril de 2022, y se convirtió en el director más joven de NT. Dentro de una década, los preparativos del ochenta aniversario estarán en marcha y alguien mirará atrás para hacer balance. En el reportaje conmemorativo, seguro hablará del nuevo consejo editorial, de los lectores que cada lunes redescubren NT en la newsletter «El latido de la vida contemporánea»; de los contenidos exclusivos de la edición online; y, por supuesto, de los alumnos que, con afán genuino por aprender el oficio, participan en el Programa de Edición de Revistas Culturales.
Ups, será mejor que pare; no quiero hacer spoiler de los proyectos que se están cocinando ahora en la redacción. Mis compañeros de pared —los retratos de los directores que Pedro Perles dibujó para celebrar los sesenta años de la revista— y yo hemos prometido guardar el secreto. Pero solo hasta el 4 de octubre. Os esperamos en la Facultad de Comunicación, nuestra casa desde 1996, para escribir juntos el próximo capítulo de la historia de Nuestro Tiempo.
Revelaba Paco Sánchez en el número 600 la fórmula de las revistas culturales que consiguen sobrevivir más allá de unos primeros e ilusionados números: tienen detrás a un montón de personas enamoradas «que, escribiendo o leyendo, se reúne en torno a una esperanza de bien y de belleza». Solo los enamorados, decía, son capaces de tanta porfía a cambio, aparentemente, de tan poco.