Los indígenas ingas de Aponte, en los Andes colombianos, plantaron amapolas en todo su territorio para enriquecerse con la heroína. Enseguida sufrieron la invasión de las guerrillas para apropiarse del negocio, los ataques de los paramilitares, las incursiones del Ejército… Esta comunidad de cuatro mil habitantes registró 120 muertes violentas entre 1991 y 2003. Ese año, jóvenes ingas constituyeron su primer Gobierno autónomo y anunciaron una rebelión pacífica: iban a erradicar las amapolas y daban ocho días a los grupos armados para abandonar el territorio.

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